40. A MI MANERA

27 5 0
                                    

3 AÑOS DESPUÉS

ALICIA

-¿Te vienes a mi piso? -le pregunté al chico de ojos marrones que tenía enfrente de mí.

-No, da igual. Nos vemos mañana.

Nos despedimos con dos besos y cada uno emprendió su camino a casa.

--------------------------------------------------------

Llegué a mi humilde morada: un pisito que había conseguido alquilar con el dinero que ganaba trabajando en una agencia de viajes, después de sacarme el grado superior.

Era bastante acogedor, con su salón decorado de una manera bastante minimalista, todo con colores beige y grises; tenía una ventana que daba al viejo y apestoso almizcate de la finca, no podía aspirar a más con el dinero que abonaba mensualmente. La cocina no era muy grande, lo suficiente para mí sola, me bastaba con una nevera, un horno-microondas, una sencilla vitrocerámica, ni siquiera un lavaplatos ya que prefería ahorrarme ese pastizal y lavar la vajilla que podía usar en uno o dos días a mano, ya que no era ningún sacrificio del otro mundo. La cocina tenía los mismos tonos que el salón.

La habitación sin cama la usaba para estudiar, guardar las cosas de clase y también tenía una bicicleta estática para hacer algo de deporte. Dormía en el sofá, o en la silla del escritorio si me quedaba dormida estudiando.

El salón de la habitación estaban separados por una pared, pero no había puerta, solo estaba el hueco del marco. En su lugar había puesto una barra de madera de la que colgaba una especie de cortina, para tener más privacidad en algunos momentos. Cuando esa cortina estaba abierta, que era la mayor parte del tiempo, el piso parecía mucho más grande y espacioso.

Me encantaba.

Después de dos años y medio en aquella residencia, que yo no digo que estuviese mal, pero no tenía mi espacio personal y no podía tener las cosas como a mi me gustaba del todo.

Ahora lo tenía todo a mi manera, aunque después de este fin de semana... Hubo jaleo. Se me fue de las manos. Demasiada gente. Demasiada música.

Demasiado alcohol.

Había decidido invitar a mis compañeros de la universidad a una fiesta en mi casa para celebrar que llegaba la navidad.

Sí, universidad. Yo tampoco me lo creí al principio, pero sí: estoy en el cuarto y último año de Grado en Lengua de Signos Española y Comunidad Sorda y tengo unos amigos muy guais.

La cosa, la fiesta se pasó de madre cuando no nos aclaramos y todos compramos dos botellas de alcohol. Es decir, en total teníamos 16 botellas para 8 personas.

En fin, la cosa se desmadró cuando Guillem puso la música.

Guillem es, digamos, mi amigo especial.

También es DJ en sus ratos libres, y esa fiesta requería de su intervención.

Al principio la música no estuvo mal, pero después de media hora bailando bachata y reguetón viejo, y después de ver vacías 10 de las 16 botellas...

Todo mal.

Guillem y Santi, su mejor amigo, iban pasados de rosca. Los demás no íbamos tan mal, pero tampoco estábamos al 100% de nuestras capacidades.

Santi le arrancó a Guillem el micrófono de las manos.

-Gente, -gritó como si de un macro festival se tratase- ¿verdad que necesitamos un poco de marcha?

-Santi, tío, bájate de ahí.

Aunque Guillem iba demasiado bebido, su cosas de DJ no las tocaba nadie.

Volví por míWhere stories live. Discover now