48. UNA NOCHE DE ENERO

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LUCAS

Fui el primero en amanecer. Me llevé una grata sorpresa cuando, completamente consciente, me asomé a la habitación en la que se había acostado Ali y no vi ni rastro del mindundi que se hacía llamar Guillem.

La noche anterior había estado escuchando, también intencionadamente, la conversación que mantuvieron en el salón. Sinceramente, todas y cada una de sus palabras me sonaron a pura trola, pero al ver la escena final... "Venga, tonto. Tira pa' tu casa" -Seguido de una sonrisa de esas que se dibujan sin querer cuando estamos pensando en algo que nos produce esa sensación de mariposas en el estómago.

Eran las siete de la mañana. Nuestro avión salía a las once y media. Viajábamos con Sofía, eso significaba estar en el aeropuerto dos horas antes "por si acaso"...

Todavía seguía asomado a la habitación ajena cuando una mano fría me tocó el cuello.

-Joder, Sofía, casi me muero -un poco más y se me sale el corazón.

-Pareces un niño pequeño, ¡deja ya de escudriñar a la pobre chica! -me gritó en voz baja.

Con las manos me excusé y fui a la cocina a preparar tres tazas de café, en ese momento no pude evitar recordar la primera mañana que estuvimos en Canadá...

Era la primera mañana de la segunda semana de enero del 2020. El jet lag nos había pasado factura: eran las cinco de la mañana y estábamos los dos despiertos viendo una película canadiense de los años 60 en uno de esos televisores de cajón que habían dejado los antiguos dueños. No entendíamos la trama, puede que por el acento inglés tan cerrado, así que nos fuimos a la habitación.

Todavía teníamos todas las cajas de la mudanza apiladas en el suelo, pero ya íbamos a tener tiempo de sobra para acomodar nuestro pisito.

-Lucas, no me puedo dormir -me susurró Ali después de estar 20 minutos en la oscuridad cara a cara sin decirnos nada.

-Yo tampoco, princesa... ¿Te apetece algo de comer?

-Buah, pues ahora que lo dices sí -soltó una risita de esas que me erizaba la piel.

-¿Me acompaña a la cocina, señorita? -le dije tendiéndole una mano para sacarla de la cama.

Llevaba puesto unos pantalones de pijama afelpados y una camiseta mía de la selección española de fútbol de manga corta que le llegaba por debajo del codo. El pelo estaba recogido en un moño deshecho con algunos mechones cayéndole a la cara.

Tenía que reconocer que, por muy patético que pueda sonar, muchas veces me quedaba embobado, mirándola con una sonrisa esbozada en la cara.

-¡Lucas, que se sale el café!

Sus manos perfectamente cuidadas jugando con una goma de pelo me habían hipnotizado, sufriendo consecuencias como el café brotando de la cafetera como si de una fuente se tratase.

-¿Se puede saber en qué estabas pensando? -me decía Ali mientras lo limpiaba todo y yo seguía embobado como un pasmarote- ¡Lucas!

-Lo siento, perdón, perdón, joder qué desastre -al volver a la Tierra vi el caos que había organizado- Alí, déjame que te ayude.

-No, déjalo. Ves a la cama que... desde luego -seguía riñéndome como una abuela mientras arreglaba todo el estropicio- ¡Tira! Y no me mires con esa cara que nos conocemos. Ahora llevo las tazas. Es que de verdad, ya lo dice mi abuela "més val fer-ho, que manar-ho".

-No te quejes, encima de que pienso en ti... Pero bueno, si prefieres que haga yo el café y no piense más en ti... Allá tú -dije mientras colocaba las manos con las palmas hacia delante, en modo de excusa.

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