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SOBRE CÓMO ERAN SUS VIDAS ANTES DE ENCONTRARSE



ELLA

Sábado, 03:00 a.m.

Para el hombre gordo fumador, una cerveza. Al hombre que acompaña a Sara hacia el cuarto privado, dos whiskys en las rocas. El sujeto que está llorando, mientras le lanza billetes a Diana la bailarina, quiere otra ronda de tequila reposado. Para el imbécil que manosea el contorno de los pechos de Sofía, más agua mineral con whisky.

Le doy la lista de pedidos a Juan y se apresura a servir cada trago. Hoy es solo otra noche larga. Bajo por tercera vez la falda, pero sé que por más que tire de ella la mitad de mi trasero queda al descubierto. Los sábados es noche de corsé así que uso uno apretado que me dificulta respirar y que hace que mis pechos reboten al caminar.

Coloco un trago tras otro en la bandeja plateada y regreso con los clientes. Un grupo de ancianos chifla al pasar frente a ellos, y con un poco de suerte y de agilidad consigo esquivar sus manos sucias que pretenden alcanzarme sin pagar un peso.

Una vez que entrego las bebidas, doy otro recorrido en el lugar para las nuevas órdenes y propinas.

Para el grupo de universitarios, cerveza barata.

Es que, si yo hubiera imaginado que un año después de la muerte de mis padres terminaría en un burdel, no lo habría creído posible.

Pero aquí estoy.

Para el hombre que se atraganta con el cabello y cuello de Lorena, más whisky barato.

—Becky, sirve a la mesa dos —ordena Laura al pasar tras de mí, ella es la mujer a cargo de las meseras, también es una de las personas con más antigüedad aquí. Así que ni siquiera me quejo cuando me señala la mesa dos.

—Caballeros —no son más que un montón de idiotas borrachos, pero a pesar de ello sonrío. El trío de imbéciles. También son los clientes frecuentes del Bar de Don, así que ahora sé sus nombres y si me esfuerzo un poco puedo recordar incluso sus historias.

El más viejo de ellos deja de besar a Dani, ella me mira molesta por la interrupción, aunque él me sonríe.

—¿Ya quieres ir al privado? —niego sin dejar de elevar mi sonrisa a la fuerza.

—Apostaría a que eres una zorra virgen —secunda el otro, un hombre de cuarenta que tiene esposa y tres niños menores de cinco años, viene cada sábado sin falta y cada sábado parece decidido a insultarme como si de esa manera pudiera hacerme cambiar de opinión.

—Ni de cerca —responde Dani acariciando al segundo de la entrepierna mientras sigue besuqueando el cuello del primero, Dani me guiña un ojo para que le siga la corriente, pero me limito a encogerme de hombros.

—Tres whiskys en las rocas —responde el más joven de ellos, treinta y nueve años, es viudo y cada sábado se encuentra arrastrado a este bar. Nunca lo he visto con alguna mujer del bar, ni siquiera parece interesarle el espectáculo que está dando Violeta en el tubo mientras lanza sus bragas a la mesa del gordo fumador.

Hago nota mental de la orden y me retiro.

Aunque mi trabajo se limita a tomar órdenes y servir bebidas, lo hago con ropa con poca tela. Cuando entré a trabajar aquí Don me explicó cómo funcionaba todo:

Yo podía decidir cuánto dinero ganar y cómo hacerme de las propinas. El límite era el que yo decidiera poner. El mío era pasearme entre las mesas en ropa provocativa e indiscreta, tomando órdenes y piropos, ignorando propuestas para lamer penes y rechazando a los que quieren frotarme contra ellos.

UNA DAMA DE CRISTAL (SAGA LA VIDA DE ELLAS) #Olimpiadasliterarias23Where stories live. Discover now