XXXV

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Sobre cómo es un baile de tiburones


Ella

Viernes, por la noche en una gala

Es la celebración del aniversario de Randall y Elena. Creí que sería algo sencillo debido a que un aniversario de bodas suena a un evento familiar y de amigos cercanos, pero a excepción que el círculo de amigos fuera tan grande, esto no se siente como un evento pequeño y sencillo.

Aunque debí sospecharlo.

Clare no aceptó un no por respuesta esta mañana cuando me invitó a pasar el día con ella y ausentarme del trabajo, pasó por mí al departamento a pesar de las quejas de Leonardo para evitar el secuestro de su hermana, y honestamente lo pensé exagerado. Pero pasamos desde las diez hasta las ocho de la noche arreglándonos. Casi doce horas.

Nuestra primera parada fue el estilista, lo que agradecí, necesitaba esto con urgencia. Y lo mismo pensó el encantador y poco sutil caballero que me atendió mientras revisaba mi cabello con una mirada de tragedia.

—Lo siento —dije mirándome a través del espejo y el hombre se rio.

—Pronto este desastre estará solucionado —me prometió.

—Es el mejor —dijo Clare sentada a mi lado dándome la suficiente confianza para mantener mis manos quietas— ¿ya sabes que te gustaría?

—Creo que algo sencillo, un despunte y quizás dejarlo del mismo nivel para que... —pero entre más hablaba más se acentuaba la mueca trágica del estilista— o no. ¿Alguna propuesta? —el hombre sonrío complacido pasando sus dedos por su cabello con rizos y a tres tonos.

Lo único que no le permití fue teñírmelo, mamá siempre dijo que teníamos el mismo tono de cabello, y me resistía a cambiar ese aspecto. Lo que hizo el estilista, según me explicó, fue cortarlo en distintos niveles para crear un efecto en cascada y estilizar un poco más mi figura para crear un efecto en el que blablablá. Ya no recuerdo. Lo que sé es que el resultado me gustó como aseguró que haría. Aunque tardó más de una hora en terminar, y luego me pasó con la manicurista, fueron dos horas en las que dejé a mi mente divagar en los eventos de los días anteriores.

Por ejemplo, en Diana, la vecina del piso 32 que había mostrado renuencia por mí desde que llegué al edificio, se había mantenido alejada de mí desde que Leonardo la confrontó en el elevador amenazándola con no invitarla a la fiesta, pero ahora que seguramente ya tenía la invitación en sus manos como había dicho Elena que haría, no había nada que pudiera persuadiarla de alejarse de mí.

El martes por la mañana Leonardo me mostró la invitación digital que había llegado a su correo, el tema parecían ser la década de los 20s, así que nuestra vestimenta debía ir acorde a la temática. Tenía solo tres días para encontrar algo apropiado para la fiesta, aunque pronto me tranquilizó la compradora compulsiva de su hermana al informarme que ya tenía visto un vestido para mí.

Supongo que por esa razón, fue ese mismo martes en que Diana volvió a hacerse notar. Llegué al apartamento justo después de mi hora de salida, me acerqué al elevador y descubrí que ya había más personas esperando subir, entre ellas Diana.

—Parece que has pisado excremento de perro —Diana se llevó una mano a la nariz mientras me miraba con asco, las dos mujeres que estaban a su lado se llevaron la mano a la nariz y boca, ¿yo? No tengo buen olfato, razón para ser pésima cocinera. Así que con las mejillas sonrojadas y varias disculpas de mi parte di dos pasos hacia atrás y luego de puntillas caminé hasta la acerca deseando que no dejara mancha de mierda por el suelo, pero al revisar mis zapatos...

UNA DAMA DE CRISTAL (SAGA LA VIDA DE ELLAS) #Olimpiadasliterarias23Donde viven las historias. Descúbrelo ahora