XLIV

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ELLA

Jueves, por la mañana

Me alejo de los rayos del sol que golpean contra mis parpados. Cubro la cara con la mano y diviso entrecerrando los ojos que la causante de interrumpir mi sueño es la luz que se cuela por el balcón a mi lado. Me cubro el rostro con la almohada en un vano intento por recuperar la fantasía de mi subconsciente: las caricias de Leonardo, su boca serpenteando sobre mi piel y la dulzura al hablarme mientras me repetía que estaba segura con él. No.

Abro los ojos y me siento de golpe. No fue un sueño.

¿Dónde estoy? No me encuentro en la habitación sin ventanas y con un colchón en el suelo. Tampoco estoy en la recamara de Cloe. Inspecciono el lugar, nunca he estado aquí y a la vez me resulta familiar, porque ya estuve en un cuarto similar antes en casa de Randall y Elena. Hay un librero en la esquina con libros y videojuegos; una pared tiene diferentes guitarras acústicas y eléctricas colgadas de manera horizontal; frente a la televisión hay un sillón negro en el centro de la recamara. Podría asegurar que esto es el doble de amplio que la habitación de Leonardo del apartamento. Y no necesito que alguien lo confirme para saber que este era la habitación donde pasaba sus fines de semana con Ernesto.

Jalo la camisa que llevo puesta, es la misma que usaba Leonardo ayer y detecto que debajo no llevo más prendas. Intento entender cómo llegué aquí, pero solo puedo suponer la respuesta. Debió traerme en brazos desde el cuarto de pánico hasta su habitación. En la mesita de noche hay una hoja doblada con mi nombre.

No quise despertarte. Tengo una reunión, llegaré por la tarde. Mi padre está de acuerdo en que te quedes. Siéntete libre de conocer el lugar. No encontré tu celular, pero puedes usar el teléfono fijo. Llámame apenas leas esto.

Las oraciones breves y cortantes dicen apenas lo suficiente, pero entiendo entre líneas que mi estadía en el apartamento de Cloe ha terminado, o al menos eso espero. Anoche no tuvimos tiempo de hablar, el llanto fue sustituido pronto por una necesidad diferente: él. Y estoy segura que luego de todas estas noches de desvelos y ataques de ansiedad cobraron la cuota porque es casi medio día.

Busco con la vista mi ropa, pero se ve impecable el lugar. Me levanto, acomodo las sábanas y me dirijo a la puerta que espero sea el vestidor.

Mi quijada cae un centímetro. Esto también es el doble de grande que el del departamento. En una de las paredes hay tres camisas de futbol enmarcadas, cada una con al menos una decena de autógrafos. Recuerdo todas las camisas deportivas de las que se deshizo cuando cambiamos mi ropa a su habitación y lo avergonzado que lucía ante ese descubrimiento. Pongo mi mano en el cristal, desconozco los nombres, pero no dudo que sean las firmas originales.

No tenía una idea clara de cómo fue su vida en casa de su padre, pero ni de cerca habría imaginado esto.

El vestidor está lleno, casi sonrío al pensar que Leonardo trajo toda su ropa para pasar apenas unos días con su padre, pero descubro que estas no son sus prendas más recientes, también pertenecen al Leonardo más joven. Tienen estampado de bandas de rock, equipos de futbol, marcas bordadas en diminutos logos y de superhéroes. Cuando sea que haya sido su última vez aquí, es evidente que dejó todo atrás.

En la puerta del centro frente al espejo es donde encuentro su ropa actual. Camisas de botones lisas de diferentes colores. Los deportivos pasan a ser zapatos de vestir.

No puedo andar de un lado a otro con una camisa suya y sin ropa interior, así que tomo uno de sus boxers y un pantalón de ejercicio. Me quito la camisa de botones y tomo una de las que tienen una banda de rock y luego una sudadera. Me doy una ducha rápida, uso el cepillo dental de Leonardo y arreglo tanto como puedo mi cabello.

UNA DAMA DE CRISTAL (SAGA LA VIDA DE ELLAS) #Olimpiadasliterarias23Donde viven las historias. Descúbrelo ahora