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SOBRE CÓMO HAY MONSTRUOS Y HEROES



ELLA

Domingo, 04:00 a.m.

Usualmente no pienso en mi vida. Luego de un tiempo me parece que soy sólo otro artefacto defectuoso de la humanidad, además es más sencillo llevar la vida que elegí si imagino que estoy viendo a través de una mala película en primera persona.

Es de noche aún y las cuadras que debo caminar hasta mi edificio son extensas, pienso en mi hermano menor para distraerme, lo que a su vez me lleva a los gastos pendientes para el final de la semana: la mesada a Tía por cuidar del pequeño, la colegiatura, la renta, el abono a Don y el dinero que sobre -si acaso queda un resto- será para el préstamo antes de que los intereses aumenten.

Un escalofrío se apodera de mi autocontrol, aunque poco tiene que ver con la noche helada. Hace unas semanas me quedé sin dinero para el final del mes, cambiarme de apartamento a uno más barato resultó contraproducente al tener que pagar un mes de anticipo, y con Adrián enfermo envíe el dinero para comprar sus medicamentos, así que sin dinero ni a quien pedir ayuda recurrí a la última persona en la lista:

Don.

Y Don no es bueno de lo que se dice bueno, pero sí un tipo decente, entre lo indecente. Me dio la oportunidad de trabajar en el bar y aceptó las condiciones que le di a pesar de todo: si algún cliente me daba una nalgada o tocaba mis pechos e incluso si se atrevía a meter su lengua a mi garganta yo no tenía derecho de hacer una escena o darles una paliza, pero sí tenía autorización para alejarme; y sí algún cliente se sobrepasaba los de seguridad intervendrían.

Enfoco mi atención ante el panorama lúgubre que me rodea. Sigo caminando entre las calles vacías y oscuras; todavía recuerdo el miedo que me daba al principio, pero luego de algunos meses encontré, entre el asfalto desierto y las banquetas sucias, cierta tranquilidad. Las tiendas a mi alrededor en pocas horas abrirán, Camino guiada sólo por el hambre, la sed, los gastos y mi hermano pequeño que depende sólo de mí.

Sólo por él.

Cierro los ojos sin dejar de andar y sonrío con tristeza. Tras mis parpados puedo ver la sonrisa chimuela, el cabello rubio revoltoso y la mirada traviesa de Adrián, en mis recuerdos mi hermano siempre me mira feliz, sólo tiene siete años y sigue sin entender por qué no podemos vivir juntos, por qué su tía abuela decidió que yo tenía que irme lejos a estudiar, y por qué no puedo verlo desde entonces, limitándonos a llamadas a sus espaldas cuando ella no se encuentra en la casa.

Me he inventado un libreto para cada pregunta de él: mentiras, mentiras, mentiras. La única verdad es que podríamos vivir juntos si Tía no se hubiese quedado con la custodia de él, si no hubiese impuesto aquella voluntad tan mezquina de separarnos y correrme de la casa porque era mayor de edad y debía llevar comida a la mesa para el niño que no hacía más que comer y comer y seguir comiendo.

Sólo es un niño.

Sigo andando con la cabeza hacia el suelo contando los pasos que me quedan por dar para llegar a mi espantoso edificio.

La mujer me dejó claras sus reglas: podía irme sola o acompañada a la calle. Y lo tuve claro incluso antes de saber los peligros de este mundo, no arriesgaría la inocencia del niño de sonrisa chimuela y mirada traviesa que hacía de mis pesadillas un pequeño lugar feliz.

Mi hermano es la única razón para continuar, también es lo que me motivó a arruinar mi vida desde hace ocho meses con aquel cambio de vida y terminó con todo lo que antes amé de mí misma. Ahora sólo amo a ese niño de ojos grandes e inocentes que en mis recuerdos me miran con ternura y sin maldad, sin nada de la maldad que la vida tiene.

UNA DAMA DE CRISTAL (SAGA LA VIDA DE ELLAS) #Olimpiadasliterarias23Donde viven las historias. Descúbrelo ahora