XLIV

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Sobre cómo es la culpa

Ella

Dentro de una pesadilla, 04:23

Los edificios altos impiden que pueda ver más que construcciones, uno más alto que el anterior, con sus cristales herméticos en las paredes que repiten la imagen de los edificios frente a sí. Camino sobre la calle sin automóviles ni personas caminando, estoy sola. Sola en un mundo de jaulas de ladrillo por doquier. No hay escapatoria, es lo único que se me ocurre al mirar hacia los lados. Miro a mis espaldas y me encuentro con un vehículo viejo con los vidrios polarizados y con rayones y golpes que le dan un aspecto acabado.

Y en medio del silencio una vieja voz que reconozco:

—Sube, gatita.

Es él. Don.

Corro sobre la acera para entrar a los edificios, pero ninguno de ellos tiene puertas, solo cristales que reflejan mi asustado rostro y mi ropa vieja, miro mis tenis sucios y luego de nuevo a Don que baja del carro y me sonríe de pie al lado de la puerta.

Es justo como lo recuerdo.

Un hombre mayor canoso con tatuajes en el cuello, una fea cicatriz al lado de su ojo derecho y ropa cara que desentona con el resto de él. Su cuerpo robusto y alto lo hace parecer más intimidante, se mueve las mancuernillas de su camisa de vestir demostrando su impaciencia y me da una mirada que me provoca nauseas, me observa de arriba abajo y sonríe con maldad.

—¿Dónde habías estado, Becky? —su falso tono preocupado y amable me pone la piel como puercoespín. Corro porque correr es mi única vía de escape. Necesito huir aunque no tengo idea de dónde me encuentro o cómo salir de aquí. La calle es alargada e infinita, como si el mundo a mi alrededor fueran dos aceras, una calle vacía y edificios que se siguen uno tras otro, sólo puedo ir hacia adelante porque no hay manzanas ni calles alternativas o callejones o nada que pueda servirme para esconderme. Ni siquiera hay puertas a las cuales entrar.

El vehículo de Don suena cada vez más cerca de mí, intento correr más rápido, pero mis piernas van más lento. Va a alcanzarme. Va a alcanzarme. Pasa el carro a mi lado y luego se sube a la acera como una barrera en mi huida, me detengo justo para evitar ser arrollada, intento moverme, pero mis pies no responden, miro hacia abajo y compruebo cómo la acera se ha tragado mis pies hasta las pantorrillas. Corre, corre, pero no puedo. Jalo de mis piernas para liberarme, mis esfuerzos son en vano.

La puerta se abre y frente a mí, el vehículo viejo se ha convertido en un automóvil nuevo color azul. Leonardo baja y me da su mirada capaz de congelar un desierto.

—¿Has estado diciendo mentiras?

El grito se atora en mi garganta me siento de golpe sobre la cama. Estoy a salvo, intento convencerme. Miro hacia el cuerpo de Leonardo que duerme tranquilo a mi lado, me acerco a él jalando su brazo para envolverme como si fuera una niña asustada. Leonardo me aprieta mientras entierro mi cabeza en su cuello.

—¿Una pesadilla? —pregunta con voz adormecida.

¿Has estado diciendo mentiras?

—Sí —sus labios chocan contra mi frente.

—¿Quieres hablar de eso? —su voz suena cansada, él trabaja temprano y yo me quedaré aquí a pintar, no es justo para él desvelarlo con una discusión.

—No es nada.

Pasa su brazo por mi cintura y me acerca a él, me entierro en su cuerpo intentando sentir su protección, pero consiguiendo sólo resurgir la culpa. La culpa de mis mentiras cerniéndose sobre mí, aplastándome sin que pueda poner excusas. Esto no es por Adrián, esto es por mi incapacidad para ser honesta con él. Él no merece mi desconfianza y aún así esa es la moneda con la que pago por su amor.

UNA DAMA DE CRISTAL (SAGA LA VIDA DE ELLAS) #Olimpiadasliterarias23Where stories live. Discover now