VI

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SOBRE CÓMO TIENE UN NUEVO HOGAR

ELLA

Domingo, al atardecer. Afuera del edificio de Leonardo.

Leonardo me indica que me adelante con un gesto de la mano mientras responde una llamada. Bajo del vehículo teniendo cuidado en no cerrar con fuerza la puerta, me pongo la mochila al hombro y me infundo en una desconocida confianza para dar los últimos pasos que me quedan a la puerta del edificio.

Aunque una vez ahí, sola y con esas puertas de cristal cuidadosamente limpias, no parece tan buena idea. ¿Qué estoy haciendo aquí? Si esto no funciona solo estaré en problemas con Don, siento expandirse dentro de mí los miedos como una esfera con púas capaz de herirme, respiro lento. Es un error mudarme.

Cuando estoy a punto de entrar en una verdadera crisis nerviosa se abren las puertas eléctricas del edificio, una mujer con gabardina blanca sale de ahí, con tacones altos y maquillaje profesional cubriendo cada posible imperfección de su rostro, parece una mujer mayor, quizá sesenta o cincuenta años, aunque podría fácilmente pasar como una mujer más joven, o al menos eso pienso hasta que la mujer habla.

—Los de servicio entran por la puerta trasera, niña —mientras lo dice mantiene su vista al frente lejos de mí, y sé que me habla solo porque no hay nadie más aquí.

Doy un paso hacia atrás para darle el paso, pero al no seguir su indicación la mujer de blanco camina de regreso al edificio. Segundos después regresa con un anciano en traje gris que asumo se trata del portero del edificio.

—Teodoro, hazme favor de despedir a esta niña, ya sabes que está prohibido que entren por la entrada principal.

El hombre me observa, de arriba a abajo, como si tuviera la habilidad de medir a la gente con la mirada, quizá preguntándose qué hago yo -con una mochila rota al brazo, los mismos pantalones de esta mañana, una blusa azul sin chiste y mis tenis negros desteñidos- en este lugar.

Claramente no soy bienvenida.

—Yo no... —apenas voy a dar una respuesta a la extraña situación, pero la mujer levanta una mano para indicarme que guarde silencio.

Ella mira al portero con una mueca de disgusto con su nariz, como si algo oliera muy mal frente a ella, yo.

—No está contratada, es evidente que no tiene experiencia.

—Señora, es que ella... —ahora la mujer levanta la mano frente al rostro del hombre para silenciarlo.

—Va a robarnos si te descuidas.

Tuerzo la quijada sin poder evitar mirar hacia abajo.

—Ella no trabaja aquí —explica Teodoro y parece que va a añadir más, cuando la mujer suspira de alivio y me mira de nuevo, ahora con evidente desagrado.

Aunque cuando sus ojos se clavan en mi rostro deseo que nunca hubiera puesto su mirada sobre mí. Es como una bofetada.

—Esta es una zona exclusiva, aquí no damos caridad, ahora hazme favor de retirarte antes que tenga que llamar a los de seguridad. No voy a permitir que nadie ponga en riesgo la integridad y seguridad de este lugar porque...

—Diana —Leonardo interrumpe la perorata de la anciana.

—Leonardo, querido, ¿puedes creer lo que ocurre aquí? La Torre está perdiendo su —pero Leonardo la interrumpe, aunque sin hacer una seña grosera con su mano frente al rostro de la mujer, solo elevando un poco más la voz para opacar la de ella.

—Veo que ya conociste a Elisa, es mi invitada —hace un leve gesto con su mano señalándome a mí y a Diana como una rápida presentación—. Acaba de volver de un viaje y debe estar cansada. Si nos disculpas.

UNA DAMA DE CRISTAL (SAGA LA VIDA DE ELLAS) #Olimpiadasliterarias23Donde viven las historias. Descúbrelo ahora