LXV

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De seis a siete

«Thoughts» - Adrian Berenguer

Ella

Sábado, 20:37. En la galería de arte.

La expectativa nunca está conforme con la realidad.

Antes fantaseaba con el día en que pudiera ver mis pinturas en una galería, me imaginaba paseándome frente a mis cuadros aceptando con gusto los halagos, sonriente ante mi logro personal. Imaginé una y otra vez a mis padres orgullosos en la sala presumiendo a sus amigos el talento de su hija.

Y cuando la fantasía al fin se ha vuelto real no se siente como creí que lo haría, en las paredes están mis pinturas y las salas están concurridas de interesadas caras desconocidas, ninguna es familiar. El sonido de la música instrumental se pierde entre el ruido de las voces, conversaciones que se mezclan entre sí y a las que no presto atención.

Diana habla con los visitantes y apunta hacia mí cada tanto con una evidente sonrisa orgullosa, se lleva el crédito de descubrir mi talento, ni siquiera menciona a Leonardo, ¿por qué lo haría? A sus ojos esa relación se terminó y sería de mal gusto siquiera sacarlo a colación.

Me paseo entre los muros y las personas sin detenerme demasiado en ningún lugar, pero más que un paseo esto es una persecución así que mis ojos van y vienen de un rostro a otro en espera de reconocerlo.

—¿Alguna novedad? —la voz de Leonardo sale desde el audífono que llevo en la oreja izquierda.

—Nada.

Hace una hora Diana me sometió a una infinita serie de presentaciones con algunos de sus invitados especiales, mi nerviosismo era tal que apenas podía formular oraciones completas, por suerte, Leonardo al otro lado de la llamada me dictó las palabras necesarias para salir del aprieto.

Repetí como marioneta hasta que empecé a parlotear de mis cuadros sin ayuda, en algún momento tuve un círculo a mi alrededor interesados en escuchar el monólogo de cómo hice la pintura del edificio y cuál fue mi inspiración. Mentí, por supuesto. Porque no iba a ponerme a contarle a unos extraños la tragedia de mi vida.

Ahora, busco entre los rostros de los asistentes por uno que sea familiar, en vano.

Cabello negro y ojos razgados. Me muevo entre las personas que miran con atención hacia las paredes. Busco una cabeza que sobresalga entre el resto. Le sonrío a la fuerza a la mujer que me aprieta del brazo para felicitarme y continúo. Unos ojos negros risueños. Giro sobre mi eje y busco con atención entre un rostro y otro.

—No está.

La desazón que su ausencia me produce es la esperanza rompiéndose a pedazos. Eric se convirtió en una pequeña luz para mí al final del túnel. No dudé que, al llegar a un acuerdo con él para conseguir su confesión, recuperaría a mi hermano.

Excepto que sin Eric es imposible que esto resulte.

—No está —repito bajito.

—Encontraremos otro modo.

Y sus palabras no me tranquilizan, expanden las púas en mi interior, así que aprieto el paso hasta conseguir encerrarme en el baño.

La puerta se cierra a mis espaldas y una vez que me aseguro que no hay nadie más aquí puedo hablar a libertad.

—¿Por qué creí que vendría? Tuvo todo un año para arrepentirse y ni siquiera me buscó. Lo único que conseguimos con la publicidad fue anunciarle donde no estar para seguir evitándome.

UNA DAMA DE CRISTAL (SAGA LA VIDA DE ELLAS) #Olimpiadasliterarias23Donde viven las historias. Descúbrelo ahora