La tormenta y la calma (I/II)

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Jueves, casi una semana después, 19:20

Salgo de mi vieja habitación con las manos vacías, no hay nada ahí que me pertenezca. Ahora esa recamara es de Tía, al igual que el resto de la casa. Se ha dedicado a lo largo de estos meses a borrar mi rastro en lo que alguna vez fue mi hogar. Me acerco a las escaleras para asegurarme que ella siga en la cocina, se supone que estoy con Adrián en su habitación, no merodeando las habitaciones como una intrusa.

Presto atención y escucho.

—Me alegra corroborar que Adrián esté en buenas manos —escucho la tranquila voz de Leonardo—, Elisa lo extraña, pero todos sabemos que lo mejor es que el niño esté con usted.

—Elisa es una niña, ¿cómo podría cuidar de él? —aprieto los labios y respiro hondo para no lanzar un insulto.

—Es joven, y nuestra vida en la ciudad es... —Tía lo interrumpe.

—Ocupada, por supuesto. Elisa debe enfocarse en sus estudios y el trabajo, no en un niño.

—Así es —se pone de su lado Leonardo, mi pulso se acelera con fuerza, pero nuevamente controlo el deseo de intervenir, no puedo hacer eso, no se supone que esté espiándoles sino con Adrián.

—¿Entonces ya no quiere la custodia? —indaga ella. Sí, por supuesto que sí. Pero en lugar de eso, Leonardo responde con tranquilidad:

—No lo creo, tiene planes, está enfocada en su trabajo y nosotros queremos viajar, por supuesto que la ayuda económica para Adrián seguirá llegando, pero Elisa no piensa en la custodia. Es muy joven para eso.

¿Cómo habíamos llegado a esto?

Supongo que lentamente a lo largo de estos días algunos eventos nos empujaron a este punto: yo hurgando en las habitaciones y Leonardo hablando con Tía de mi incapacidad de cuidar de Adrián.

Viernes, seis días antes, 11:30

El avión aterrizó a las diez de la mañana, conseguir un taxi que quisiera dejarnos en la casa de Leonardo no fue difícil, no cuando llevábamos maletas de marca y ropa que gritaba dinero por todas partes. La tarifa que nos dieron me pareció elevada, pero Leonardo no regateó el precio, aunque él no lo hacía nunca, así que yo me mordí la lengua para no quejarme y decirle al taxista que yo sabía los precios reales de aquí.

Sin embargo, ¿cómo iba a ponerme a discutir sobre eso, después de haberlo dejado pagar mi boleto de avión?

A pesar del mal comienzo de nuestro viaje, el ataque de pánico que tuve en el avión y que fui la única pasajera que gritó al aterrizar, una vez estando en tierra firme mis ánimos volaban por las nubes, vaya ironía.

Era mi primer viaje en compañía de un hombre, era extraño como en la ciudad de Leonardo me sentía más adulta, sin analizar sobre las cosas que estaba haciendo o viviendo. Por ejemplo, no había reflexionado en el hecho de que estaba viviendo con mi novio, era algo que daba por hecho, era un evento que había ocurrido por casualidad se podría decir, y el resto se fue dando a lo largo de las semanas de convivencia.

¿Imaginarme hace dos meses volviendo de la mano de un hombre? No lo creería posible. Pero aquí estoy. Regreso a mi hogar después de casi un año de haber partido contra mi voluntad, y en un acto desesperado e ingenuo por creer que encontraría en el imbécil de Eric la tranquilidad que me daba Leonardo, que terminé en un viaje a la otra punta del país.

Aquí estoy, al fin, en casa, la pequeña ciudad de mi infancia. Sin embargo, mi emoción no era solo por el hecho de volver, también porque era nuestro primer viaje juntos, mi primer viaje con un hombre. En la ciudad nosotros casi no salíamos durante el día, los horarios del trabajo eran un impedimento importante, pero estando de vacaciones era como si flotaramos en un tiempo detenido.

UNA DAMA DE CRISTAL (SAGA LA VIDA DE ELLAS) #Olimpiadasliterarias23Donde viven las historias. Descúbrelo ahora