Capitulo 8

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Todo era caos para cuando se dio por terminado el juego previo y Morfeo enredó con sus redes a un par de almas que unidas parecían soñar, jugando a no darse cuenta del pecado, intentado rozar con sus dedos el infinito. Tobías durmió acompañado de sueños dulces que hicieron su estadía en el paraíso más deseadas de lo que podías esperarse, con la sensación de querer volar a cada paso airado que daba. Se sintió seguro, divino y esplendoroso al comienzo, pero ahora se encontraba asustado, nervioso y asustadizo. Como aquel ciervo orgullo que posee divinas cuernas que decoran ambos lados de su cabeza, viril animal se pasea entre las hembras y pelea contra los otros machos, termina reconociendo su propia y gentil humildad cuando aquellas atesoradas cuernas caen al cumplir su función. Nuevamente como un cervatillo inexperto comienza el lento crecimiento de nuevas cuernas y así el animal madura, dándose cuenta de su propio ser. De esa misma manera majestuosa Tobías se reconocía como aquel cervatillo inexperto que presumía su rudeza, dándose cuenta luego de lo pequeño que era, atormentado por su juventud solo podía bajar la cabeza, esperando la estocada de muerte que sus propias palabras le darían. Despertó. Retronando aquella joven alma a ese sentimiento de desconsuelo que producía a la razón saberse impuro, dado el pecado cometido, al poco entendimiento que su querer le daba a tamaña hazaña, se sentía intranquilo, casi apenado con él mismo al saberse felizmente confundido. Sabía que sus tiernos pasos primerizos al mostrarse adulto, lo llevarían de la mano a la destrucción en un sinfín de vueltas que aquel baile permitía y que llamaba al disfrute, si su cuidado era nulo en tierno vals terminaría de rodillas frente a un demonio. Dorado collar de perlas brillaría en su cuello recordándole lo cerca que sus manos bailaron de tomar entre sus dedos aquellas gotas violáceas de fuego infernal. Con la cabeza plagada de pensamientos francamente confusos, Tobías, recostó su cabeza contra aquel brazo ajeno que ahora le servía de almohada y tiempo antes se había aferrado a su pecho como el fénix que en fuego muerte y del mismo fuego nace. Hoodie, dueño de aquel brazo descansaba su conciencia en placido sueño, aún respirando la esencia que el menor emanaba de cada uno de sus poros, en especial de aquel lacio cabello castaño adornado de ambrosía, como si un mismísimo dios hubiera pintado con la esencia gloriosa de las frutas aquel pequeño cuerpo que se reconocía humano. Cercano a dúo que retozaba en aquel sillón de tela, un tercero degustaba de un cigarrillo, con la vista de sus verdes ojos, puesta en el reflejo de la luna que entraba por una de las ventanas que habría quedado abierta durante su jugueteo. Desprovisto de camisa alguna, Masky hacía girar el mechero en sus manos, degustando incluso más del calor que invitaba aquel objeto contrastado con la cálida brisa que llegaba a ellos desde el bosque oscuro, donde todo tipo de criaturas se reconocían mutuamente en una orgía de colores y sabores que empalagaban los paladares de ilustres comensales.

Era claro que para ellos, el tiempo se había detenido, cuando en embriagadora paz unieron sus labios de cera, sellando su destino a la luz de la luna, donde el acto no se había cometido como tal, pero la anagnórisis que mantenía la chispa en plena llama, los invitaba a seguir recorriendo sus cuerpos con aquella manos adiestradas en el manejo de armas blancas. Dado el inestable puente donde los tres estaban parados, decidieron dejar de lado el llamado que la carne hace a la carne y volver polvo las ansias de contacto. Masky fue el primero en romper el silencio, al dejar escapar con un lento soplo el humo que retenían sus pulmones, aquella mancha volátil se deslizó por la sala donde estaban hasta perderse en la oscuridad que los envolvía. Tobías observó con sumo cuidado la espalda desnuda de su reconocido amante, deslizando ahora sus dedos por aquella tersa piel mientras cerraba sus ojos, degustando más con el tacto aquello que tanta inquietud solía causarle. Tal como el hombre que sedado el león ya no tiene miedo, se acerca y lo acaricia, calma su curiosidad y siente enarbolado su espíritu, de esa misma forma mezquina Tobías lo llamó para sí mismo, guardó el recuerdo de sentirse su igual por primera vez, de sentirse uno solo con aquellas dos almas que lo acompañaban. Incorporó la sensación de intimidad. Masky no se inmutó, simplemente deslizó su mirada hasta encontrar los ojos del menor, estaban en completa oscuridad así que para Tobías le fue imposible encontrarse sorprendido con aquel rostro, de todos modos no hubiera sabido que hacer frente a la impotencia de sentirse observado. El adulto sonrió, mientras deslizaba sus dedos contra la mejilla del menor, el aroma al tabaco escapó de su interior con un acercamiento indebido donde la intimidad dirigió un beso motivado y protegido por la oscuridad. El ruido de sus propias respiraciones se mezclo con el calor que emanaba de sus cuerpos, se perdieron igual que el humo. Se separaron luego de unos instantes reclamándose mutuamente, tanto uno como el otro, de pertenencia compartida. Para ese momento no resulto extraño que aquellos pequeños dedos del menor se enredaran sin pena ni gloria con los de Masky, quien encantado con aquel renacer de sentimientos atinó a recostar su frente contra la del menor mientras sonreía tiernamente. Degustó de aquella sonrisa divina, capaz de borrar galaxias a su palo y atormentar a la estrellas más brillantes, algunas manchas de brillo en aquellos ojos como platos que se abrían de asombro, tímidos labios color cereza que jugaban a tentarlo al pecado y todo eso en encerrado en un rostro tierno, como el cervatillo que enarbolado intenta imitar al ciervo adulto que recorre las llanuras con bravía experiencia. Tobías fue el que inicio el beso esta vez, sin adentrarse mucho en el interior del otro, simplemente degustando del sabor a tabaco, café y menta que Masky siempre traía impregnado en sus labios, aquel suave beso se perdió en la necesidad de estar más cerca. Se separaron y volvieron a mirarse, gracias silenciosas a las divinidades que con pluma y espada libraban batallas de fuego, luz y encanto en el cielo.

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