Capitulo 40

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Asustado hasta le muerte, se sorbió la nariz mientras usaba la poca fuerza que le quedaba para levantarse lentamente, tentando a la suerte de que se enojase nuevamente con él de alguna manera inesperada, usando la mesada para escalar poco a poco hasta pararse sobre sus dos pies. Se sentía tan pequeño que casi podía ver el cinturón de su padrastro recostado sobre la mesada, confundía entonces la realidad con sus recuerdos al tanto su corazón comenzaba a latir más y más rápido, con el deje de un llanto atorado en la garganta en forma de un nudo casi eterno que hacía chocar sus dientes unos contra otros. Una punzada en su tobillo contribuyó en el ánimo general de saberse herido, reprimido, casi risiblemente solo en compañía al tanto cojeaba visiblemente de manera que pudiera rodear la mesa, no iba a pasar al lado de la bestia que con los brazos cruzados lo estudiaba. Estaba dejando un camino de gotitas de sangre que una hemorragia nasal incontrolable concluía con aquella decadente imagen de un castigo ejemplar a una travesura, quizás más dolido por lo que significaba que por otra cosa se deshacía en la ambigüedad de querer ser consolado o introducir su cabeza en un balde lleno de melancolía, parecía adormecer, el aire helado que se colaba por la ventana, sus labios mientras pálido de muerte emprendía el lento escape del lugar indicado, elevando los hombros deslizaba sus ojos de un lado al otro como un ratón asustado habiendo llegado a la cucha del gato. Con la manga de su abrigo puesta en la nariz, trataba de detener casi sin ganas aquella acuarela que poco a poco le otorgaba de color la vida, de todas maneras su rostro estaba salpicado de inocencia y desatino, casi como si intentase comprender lo que había sucedido. No sorprendía en lo mínimo aquella necesidad de esconder la cabeza en la tierra y gritar hasta arrancarse las cuerdas bocales, hasta desangrar su alma poco a poco, aquello no había sido un simple castigo (de esos que muchas veces había sido beneficiario y otros un triste esclavo) había sido una brutalidad para una simple infracción que hubiese ameritado limpiar los baños, cortar el pasto o no volver a salir por una estúpida semana, se había desquitado, eso era lo único que podían pensar mientras escapaban (con su debido permiso) de la cocina. Hasta Masky quien realmente parecía ser el más duro de los tres, se encontraba desenfocado, realmente no sabía qué debía hacer, esconderse, correr, sentarse o esperara a que repitiera la orden clara "Desaparezcan de acá" fue simple aquella frase pero dolió una vida. Claramente eran personas dependientes, lo quieran reconocer o no, les era difícil no sentirse heridos con aquella orden asquerosamente escupida por la lengua viperina de un demonio en la naciente noche. Hoodie insistía en detener el sangrado de una pequeña mordida sobre su labio inferior, al parecer, mientras el adulto lo arrastraba no había podido evitar morderse sin querer y ahora se limitaba a comprobar aquello, con el rubio cabello desparramado sobre su cabeza, eso había sido dolorosamente humillante, pero el adulto no había dicho nada en lo absoluto, sentado en la mesa con la ventana abierta mientras se bebía una copiosa copa de vino que se sacudía en círculos dentro de sus manos. Masky cerró finalmente la puerta de la cocina, lentamente, procurando no hacer ni siquiera un ruido que pudiera atraer la atención del adulto y la música clásica ya llenaba el ambiente, por su parte, quería acurrucarse a llorar en la cama como un niño pequeño que se despierta tras una pesadilla habiendo mojado la cama o el irreverente adolescente que no puede ir a un recital importante y tras ello se siente morir, casi tan dramático como eso. Caminaron en silencio por aquel pasillo antes de llegar a la base de la escalera, sintiendo como los murmullos a sus espaldas parecían espadas de doble filo, dando vueltas sobre sus yagas como un montón de plagas, era realmente desagradable, pero como el perro golpeado siempre resulta más manso al maltrato reiterado, bajo la aquella diligencia. Se limitaron a mantenerse más dóciles de lo habitual y dejarlos pasar al tiempo que llegaban a la habitación de Tobías, la única que les había quedado luego de que se las tuvieran que repartir entre los demás. Casi atontado por el propio malestar de encontrarse juntos, cada uno fue a lamer sus heridas en algún lugar de la habitación, el hambre se había perdido ya en su pecho vacío.

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