Capitulo 67

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Las imágenes parecían tener eco dentro de su campo de visión confuso, sonaba extraño, pero a cada paso todo se movía en cámara lenta colisionando con otros de sus sentidos, haciendo que caminar con los ojos totalmente cerrados fuera realmente más sencillo que todo lo demás. Sus oídos captaban el ruido de las aves y demás animales con una exactitud envidiable, pero que genuinamente parecía algún tipo de castigo divino pues hacía doler cada espacio dentro de su cabeza, como si lo hubieran sacudido con violencia hasta lograr drenar su cerebro por su nariz, haciendo que su cráneo quedase hueco, con el solo eco doloroso de su propia voz. Pero quizás como un niño mimado, dentro de su eterno sufrimiento tenía grabado una imagen casi ridícula de lo que esperaba, con algo de recelo quizás o vergüenza de admitirlo, esperaba ciertamente volver a ver a los otros dos muchachos. Quizás tomar algo de café (con mucha azúcar por favor) mientras dejaba de lado las cosas en las que nunca debió haberse metido en realidad, discutiendo sobre alguna trivialidad, bromeando como un genuino idiota e ignorando como el mundo se caía a pedazos a su alrededor sin poder hacer mucho para evitarlo. Vivir en la ignorancia para él siempre había resultado un espacio de calma en el cual podía retornar cada vez que se sintiese atrapado, entre la espada y la pared, algo que nunca podía molestarle ni someterlo a ningún sentimiento horrido de trasparencia. Quizás muy idealizado ignoró lo molestos que podían llegar a estar los muchachos al haber desaparecido sin decir absolutamente nada, algo que acostumbraba hacer de chico cuando pretendía escapar del trabajo pesado, pero con el tiempo se había corregido (no de buena gana cabe destacar). Escuchó el bufido del animal a sus espaldas mientras lo dejaba partir, había tenido la gentileza de acercarlo buena parte del camino y ahora, con cierto deje paternal, lo observaba tambalearse tras aquel sendero poco transitado, con sus inexpertos e inestables pasos empañados con quien sabe qué droga. Las ninfas no le contarían su secreto a nadie, el néctar, la ambrosía, todo aquello mezclado en un cáliz hacía que los mortales (o no tan mortales) cayeran embriagados de placer antes de dar siquiera un segundo trago. Quizás acostumbrado al alcohol, nunca hubiera pensado que unas simples gotitas violáceas pudieran hacerle tanto daño (no es como si hubiera podido negarse de todas maneras) las muchachas solían ser bastante intrusivas en ese aspecto. Asterión cuidó de él al más puro estilo grecolatino, ciertamente este "cuidado" empañado con una tradición y cultura diferente, era algo más extraña desde su punto de vista, ligeramente peligrosa aunque la intención hubiera sido buena no quitaba que ahora era incapaz de coordinar nada que tuviera que ver mano-ojo o sus estúpidas piernas que se encorvaban de manera casi agraciada como si estuvieran sumergidas en el plácido sueño y su cerebro confundido que tardaba bastante en transmitirle la información. De caer en ese estado al río o cualquiera inocuo lago, por más calmo que sea, no hubiera podido escapar de su manto acuoso por más que hubiera intentado hacerlo. Finalmente había sido un largo día para él, asentados en su cabeza como dos pesados ladrillos arrojados desde el techo de un edificio enorme, cuando a lo lejos pudo ver la casa nueva aquello se afianzó, que ligeramente más sombría que antes llenó su corazón de un intermitente miedo y nerviosismo, que como un niño le repetía al odio que quizás estaba mejor con las ninfas y Asterión, en su eterno banquete. Temía que estuviese vacía, temía que no hubiera nadie que le esperara y eso realmente pareció hacer eco dentro de su vacía cabeza como un recordatorio latente de que estaba atado a eso a la eterna necesidad de cercanía. Tropezó con la raíz de un árbol hueco antes de sostenerse contra su tronco para recobrar la calma, mirando por encima de su hombro nuevamente notó que se encontraba solo, se supo contrariado, Asterión no parecía querer ser visto. Y como el niño que visitó el país de Nunca Jamás, sin contar con otra prueba que el recuerdo onírico de estarse perdiendo, de no poder compartirlo por miedo al qué dirán. Jadeó ligeramente delirante cuando por fin pudo mantener sus pupilas clavadas en aquel pórtico, estirando ligeramente su mano en su dirección simplemente se desligó del soporte que le daba el tronco del árbol mientras caminaba con dificultad en su dirección. Supuso que tardó bastante pues no se había alejado lo suficiente del tronco del árbol cuando escuchó el bullicio de un par de voces en un coro casi alarmado, al tanto la puerta de enfrente se abría con tal violencia que provocaba un cierto vibrar en las ventanas al golpear con fuerza contra la pared de fuera. Cosa que para el muchacho fue como escuchar un terremoto directamente dentro de su cabeza, aun respirando con evidente dificultad, levantó ligeramente la cabeza en señal casi ausente, deteniéndose por completo. Quizás estaba drogado, pero conocía bastante bien el protocolo como para ignorarlo en el momento, reglas estúpidas que no habían servido para protegerlo muchas lunas atrás pero que evidentemente le generaba una relativa tranquilidad seguirlas al pie de la letra. Si se acercaba a la casa, debía de identificarse a la lejanía para evitar un disparo, recordaba que en el tiempo en el cual aquella aparentemente estúpida regla se había engendrado, muchos campistas habían confundido la casa con algún punto de referencia en el mapa e incluso, quizás guiados por su convicción entrar a invadir fueron sus primeras ideas. A menudo los reconocían a la distancia (cómo ignorar una mochila de dos kilómetros sobre sus espaldas) a estos era común redirigirlos, los cazadores agresivos eran otro problema o directamente idiotas que buscaban divertirse. Tobías, con un ligero orgullo reconocía haberles metido una bala entre las cejas a una cantidad envidiable de lacra, era el que mayor tiempo pasaba dentro de la casa debido a esto solía ser quien tenía el arma a mano, a pesar de llevarse bastante bien con el manejo de las hachas. Masky no tenía la máscara, eso era algo nuevo, su cabello caramelo caía sobre su rostro mientras se acercaba empapado de un sentimiento que solo podía describir como "enojo". No se movió ni un centímetro mientras lo veía acercarse al trote, al igual que Hoodie que insistía en intentar detenerlo de alguna manera parecía pintoresca la imagen. Realmente no recuerda qué era lo que estaba pensando mientras los veía acercarse con una explosividad envidiable, pero no estaba preparado en un millón de años para el golpe que Masky le dio directamente en la cara. Realmente fue como si un terremoto hubiera sacudido por completo su cerebro, una explosión de colores que lo obligó a deslizar sus ojos por el cielo dolorosamente. Ni en un millón de años alguien estaba preparado para un golpe, pero sorpresa y sangre se quedaron cortos para describir qué fue para ellos ese esperado reencuentro. Un ruido blanco llenó su cabeza debido a la violencia de la situación, provocando que tirara la cabeza hacia atrás y jadeara ruidosamente. Trastabillo perdiendo el equilibrio antes de caer sentado sobre el suelo, cubriendo su boca con ambas manos temblorosas al tanto que escapaban del estupor de las drogas y el ensueño evidente que siempre lo acompañaba. Nunca había sido capaz de pensar tan claramente como ese momento, un silencio absoluto de cada pensamiento dentro de su cabeza pareció decirle ciertamente "la cagaste". Con esos hermosos ojos de cachorro completamente abiertos observó cómo Hoodie estaba llorando sujetando el brazo de Masky, quien ciertamente estaba mirando por encima de su hombro como su amo se encontraba de pie en la entrada con los brazos cruzados. Tobías no estaba escuchando absolutamente nada, con la vista clavada en el rostro de Hoodie, ligeramente curioso por alguna razón no comprendía porqué estaba llorando. Ciertamente era una persona sensible, aunque no le gustase admitirlo pero no se le era fácil llorar, solía encerrarse cuando estaba molesto y eso era todo. Repentinamente recordó lo que le había dicho Asterión, sacó sus manos de su rostro, ahora lleno de sangre antes de rebuscar dentro de su bolsillo la pluma que le había dado. En su lucidez y temiendo una represalia le había pedido, quizás en su inocencia, alguna prueba que abalara su juntada y que pudiera presentar frente a su amo para desligarse de la situación, cosa que accedió de buena gana. Ciertamente no era un pluma en todo el sentido de la palabra, una de las hermosas ninfas le había dado una de oro (supone que las cosas de oro en ese tiempo eran normales) tan pequeña que entraba en la palma de su mano, pero brillaba hermosa. La tomó de su bolsillo antes de detener el sangrado de su nariz con su remera que ya se encontraba empapada de esta, de todas maneras no sentía dolor alguno, quizás un ligero mareo pero no estaba molesto en lo absoluto. Quizás no había terminado de entender lo sucedido. Hoodie simplemente lo observó de la misma manera, mientras que con empeño el muchacho limpiaba la pieza de oro y la levantaba por encima de su cabeza para que el adulto pudiera verla. El adulto desde la lejanía se limitó simplemente a pasar una mano por su cabeza antes de verse relativamente sorprendido, como si hubiera recibido un regalo no esperado. Esa fue la primera vez que lo escuchó hablar, el silencio inocuo que lo rodeaba se desvaneció como una niebla mientras él simplemente lo observaba cubriendo su nariz.

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