Capitulo 66

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Asediado por la sensación de estar perdiendo la cabeza, suspiró ligeramente melancólico, estirándose como un gato sobre aquella dura madera que le había servido de cama momentos antes, estaba adolorido por aquella casi eterna travesía, así que francamente no le importó mucho escuchar a sus vertebras crujir cuando pudo finalmente sentarse allí. La eterna pangea de cuerpos recostados uno al lado del otro concedió sobre sus cansados músculos la sensación casi irreal de estar en un campamento, hacía frío, lo suficiente como para que su nariz ya estuviera húmeda y sus ojos entrecerrados, el fuego se había apagado durante la noche así que para esa madrugada insensata solamente quedaba la emoción de lo que alguna vez fue. Su cabello lacio caía sobre sus hombros al tanto la pesadez de recién levantarse hacía cada vez más molesto tratar de salir de ese lugar. No había ruido alguno, todos estaban aún durmiendo y eso, por primera vez fue realmente agradable. No era muy común que soñara con el pasado, así que la irrealidad de sentirse desconectado daba vueltas sobre su confusa cabeza mientras se liberaba del tacto de Masky para gatear inestablemente sobre las mantas y alejarse. Necesitaba tiempo para pensar más que nada intentar atraer nuevamente a su cuerpo la sensación de seguridad que siempre había gozado, la duda era un veneno que corroía su alma cuanto más lo pensaba. Se colocó las zapatillas, sabría que sería castigado si se escapaba de la casa, pero había demasiado dentro de su cabeza, como una borrasca infernal que no podía calmar ni silenciar, era una madrugada silenciosa pero su cabeza hervía de los pensamientos que se chocaban unos contra otros. Era doloroso, no podía poner todo en orden y recuerdos se mezclaban con palabras nunca dichas, con la sensación de extrañar algo que nunca fue, la nostalgia perdida, la ambrosía de saberse allí sin haber estado. Quería gritar. Se cubrió la cabeza con la capucha antes de tomar la caja de cigarrillos y colarse por la ventana de la cocina, sabía que realmente el pequeño momento obscuro que enfrentaba era un residuo de su bipolaridad latente, estaría mejor pronto, pero realmente estaba abajo y eso pesaba más por el momento. Necesitaba respirar, calmarse un poco y volver a la cama, eso era todo, una pesadilla que no se había concretado pero que le dejaba un sabor amargo en la boca que no podía controlar por completo. Simple y llanamente, se sentaría fuera a fumar un poco como excusa, nada más, tampoco era un temerario. El frío golpeó su rostro con gentil encanto, no era la primera vez que desobedecía sin ser visto, era como una sombra cuando se lo proponía, por algo era lo más cercano a un mensajero de dioses cada vez que era presentando. Aquella función era crucial dentro de ese lugar, papeles doblados cuidadosamente en sus bolsillos, notas colocadas, rastrear a los incautos que se colaban al bosque, trabajaba mayormente solo y con buena música. Colocó sus manos dentro de sus bolsillos cuando un vaho caliente escapó de sus labios entrecerrados, caminando suavemente por aquel pórtico como si no tuviera nada mejor que hacer, quizás era los residuos del karma. Había escuchado, en su más tierna infancia, que una vida era importante a pesar de lo malo que pudiera ser esa persona, es entonces cuando entrecerrando suavemente los ojos reconocía que no habría calma para un asesino. La figura casi fantasmagórica de Lyra a lo lejos le daba esa sensación que solamente la muerte podía ocasionar, doloroso pero reconocía luego de mucho trabajo cuando debía de alejarse, ese era el momento de un tiempo fuera. Relajarse y esperar a que su cerebro volviera a su centro, su eje. Eso significaba perder de vista a Lyra, pero el proceso era horrible, un desastre para sus sentidos y una jugarreta pesada de su cerebro. Respirar, debía de respirar. Nada que viniera de su cerebro podía hacerle daño y allí no había más que hierba, hojas, pasto y ramas, Lyra poco a poco se difuminaba mientras se llevaba el cigarrillo a la boca con los ojos fijos en la nada. Lo encendió y le dio una calada profunda, cosa que le llevó a toser suavemente con la nariz chorreando debido al frío. Se reconfortó a si mismo frotando sus antebrazos con dulzura, viendo como el humo rozaba el cielo tras cada calada, no era su intención crearse un mal hábito como fumar, pero hombre, cuando los demonios danzaban frente a sus ojos, quería disfrutar el espectáculo. Todo se volvía más complicado cuando no tenía ni idea de hacia dónde estaba yendo y quizás, la muerte era la solución más viable a todo. Esa era simplemente una mala mañana. Vio amanecer el cielo mientras el cigarrillo se consumía sin más, quemando sus dedos con el fuego y adormeciendo sus sentidos con la melancolía de la realidad, la vida era injusta y de eso no podía escapar, las buenas personas morían y los hijos de puta como él, tenían el castigo de vivir eternamente con sus errores. Y eso estaba bien, se pasó una mano por el rostro para espantar el ensueño antes de simplemente darse por vencido, una buena taza de café podía lavar un poco esa melancolía y todo aquello ya no le importaba demasiado. Un crujido de las ramas hizo que una corriente de electricidad trepara por su espalda a una velocidad casi absurda mientras que, por inercia, su mano se dirigía a su bolsillo para tomar el arma que ciertamente no tenía. Confundido clavó la vista al lugar indicado para observar ligeramente atontado como un animal pasaba caminando tranquilo, orejas en punta como un remedo a un dios, acariciando el suelo con su cola y jadeando por la carrera. Era un dingo, uno tranquilo, uno desarmado, uno increíblemente normal. Allí iba hasta que lo vio, levantando la cabeza ligeramente para petrificarse por completo, erizándose como si hubiese visto a su peor pesadilla de pie allí, cabe destacar que la sensación para ambos fue la misma. Dio un par de pasos hacia atrás antes de salir corriendo en otra dirección, Tobías lo imitó con natural simpleza, arrastrándose hacia atrás para pegarse contra la puerta, cubriendo su aliento con una de sus manos. Volvieron a mirarse en la penumbra, a una distancia ridículamente prudente. Un viento inesperadamente dulce sacudió sus sentidos cuando por primera vez en su vida se sintió acelerado de una manera química, lo atontó como si hubiera respirado del más puro néctar. Una extraña sensación de irrealidad sacudió el aire mientras desaparecía en el follaje, no sin dotar a ese encuentro de un aire intenso, que hacía latir su corazón. Lo vio elevar la cabeza un par de metros más lejos, con la mirada fija pero con esos brillantes ojos denotando franca cercanía. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo cuando tuvo la certeza de conocer a aquella alma peregrina, una sonrisa casi melancólica se dibujó en sus labios antes de simplemente ladear la cabeza. Tobías se puso de pie inestablemente antes de comenzar a dudar de su propio accionar, estaba realmente interesado en seguir al animal, por alguna razón un aire de perpetuo cambio decoraba el lomo manchado de estrellas del sagrado perro salvaje. El pasto acarició su ensueño mientras caminó seguro en la obscuridad, como un niño pequeño tras un legado de globos de colores, caramelos y una piñata. El animal lo espero meneando ahora la cola como un tornado y golpeando su cabeza llena de barro contra su muslo de manera cariñosa, estaban ya a varios metros de la cabaña en tinieblas y nadie se había dado cuenta de su ausencia. "¿A dónde?" preguntó simplemente en la bruma del ensueño viéndolo retozar a su alrededor, en el frío de la madrugada. Lo siguieron metiendo sus manos dentro de sus bolsillos sin mirar hacia atrás. El humo de los cigarrillos quedó como residuo de lo que alguna vez fue una buena idea, un vaho de aliento cálido contrastaba con el cielo mientras lo seguía sin decir palabra alguna. Un infantil ensueño envolvía el aire mientras el animal simplemente meneaba la cola aumentando la velocidad, sus recuerdos vívidos terminan en ese momento, como un chasqueo, como algo monótono, un recuerdo de lo que nunca había sido. Despertó, por así decirlo, cuando el filo de un cuchillo hirió la palma de sus manos de una manera absurdamente dolorosa, llenando de una sensación hormigueante su cabeza. Estaba arrodillado en la tierra, con la ropa completamente mojada (chorreando agua a decir verdad) y las uñas rozando lo morado, pero aquello no pareció importarle pues el sol del mediodía ya coronaba sobre su cabeza. Se talló los ojos con las manos llenas de tierra antes de dejarse caer sentado en el suelo. Los ruidos repentinamente llenaron su cabeza dándole a entender lo peligrosa que había sido esa usencia, como si todo su universo lo hubiera expulsado durante horas enteras. Se sentía extrañamente tranquilo mientras observaba sus pies descalzos frente a la pequeña fogata que él mismo había realizado en las cenizas de su anterior casa. Reconocía las paredes, los cimientos de lo que alguna vez fue lo mejor de sus recuerdos casi austeros. Sabía dónde estaba, esa sensación de centrarse en sus ejes siempre le había resultado absurda pero allí estaba su humanidad haciéndole dudar ¿Dónde había quedado la escalera? ¿El ático con los libros viejos yacía en las cenizas? ¿La televisión, la heladera y la cocina? ¿Sus pertenecías, sus escasas ropas y recuerdos más certeros? La incredulidad lo llevó a ponerse pie con lentitud, con la cara llena de barro y sangre, su labio estaba cortado. Caminó con dificultad entre las ruinas alejándose del fuego y de la vida, no le importaba morir de frío, la curiosidad tristemente era más fuerte que todo lo que pudiera suceder a partir de allí. Allí seguían algunas de las paredes del pasillo, la puerta carbonizada y los restos de pelaje de algún animalillo que no logró escapar del fuego. No quedaba nada más que un recuerdo borroso de algo que no parecía real, esa ya no era su casa, pero aún podía recordar cada detalle. La sonrisa divertida que pudo surgir como defensa ante la incómoda situación, se desvaneció con la misma gracia con la que había aparecido, dejando a su paso un sinsabor austero que le hizo dudar si todo aquello podía ser verdad, caminó hacia el montículo más grande que se encontraba, deseando quizás con mente infantil dormitar austero en su antigua cama, restos que aún eran visibles. Las vigas, el vidrio, los restos de la casa estaban por todos lados. Maldita ceniza le picaba la nariz, mientras de cuclillas desenterraba de entre las maderas los restos de lo que alguna vez hubiera sido su habitación, el suelo colapsó así que pudo encontrar algunas vigas y la cerámica del suelo fundirse en negro. Masculló alguna que otra maldición al tanto internaba sus manos en el suelo para sujetar la muñeca que con placida y nula muerte mantenía una silencio sepulcral. Escapando de la sensación vacía de la inanidad simplemente le sacudió el polvo antes de observar por encima de su hombro como el animal paseaba a su alrededor con poco encanto, también estaba mojado, así que debido a esto suponía que debían de haber de atravesado el pequeño lago cercano a la casa, de ser así, habrían caminado bastante. Como si fuera un niño pequeño, simplemente hizo un mohín y se limpió la nariz, no iba a llorar por eso, era una estupidez, lo material se podía cambiar... pero verlo allí simplemente le desgarraba el corazón. Le picaban los ojos, tenía la nariz enrojecida y las manos llenas de ceniza, prácticamente recostado contra una hermosa cornamenta, desprendida de la vida que alguna vez hubiese tenido. Se aferró a la muñeca, como al objeto más preciado de su vida, el regalo de un dios. Aquellos cabellos chamuscados, la piel ennegrecida por el hollín pero de alguna forma se encontraba bien, hubiera esperado que fuera una de las primeras basuras que el fuego hubiera devorado, pero allí estaba, en un simple silencio renegado a dejarla atrás. Nada más se había logrado salvar, ni ropa, mantas o recuerdos de una vida pasada, música o la radio de la sala, ni hablar de los libros y las películas. Todo se había esfumado, como una negra noche que se cernía sobre ellos como raquíticas gárgolas que escupían fuego con la gracia de dragones, no pedía nada más. Peinó aquellos cabellos rebeldes con la punta de sus dedos al tanto la recostaba contra su pecho como si de un niño se tratara, algo con lo que definitivamente no tendría el mismo tacto. Esos dulces pies salpicados de ceniza, pelo quemado y la esperanza de no encontrar nada, ni siquiera la más mínima cosa que pueda destrozar su corazón. No había mucho que hacer, solo se encontraban mirando como el humo poco a poco perdía su fuerza, había ardido por muchas noches antes de que pudieran verlo, ahora no era nada en comparación. Las copas de los árboles habían sentido aquel estruendo, temblado en sus cimientos al ver la madera de sus abuelos consumirse en una llamarada celestial que alcanzó lo absurdo. Esa era la casa que lo había visto crecer de todos modos, con el humo rozando su nariz como pimienta, se limitó a simplemente ponerse de pie con el trofeo. El animal que husmeaba los restos de un alce a la lejanía le meneó la cola con dulzura mientras daba vueltas en círculos, eso era alegría y se notaba hacía leguas que ese enviado infernal trataba de cumplir su misión, traer a la vida al rey de las bestias. Tosió con rudeza mientras se sorbía la nariz, caminando por encima de una viga, manchando la madera con sangre mientras se equilibraba de manera casi ausente, como si todo aquello fuera lo más normal del mundo. Se frenó al empujar con su pie los restos carbonizados de la televisión que cayó con un estruendo que el perro respondió con un ladrido asustado, alejándose unos pasos para repetir la acción. Se arrodillo en la tierra húmeda de la sangre del cabrito que tenía abierta la garganta de lado a lado, abonando la tierra virgen que las manos del muchacho comenzaban a escarbar. Al lado del fuego, como un lobo que requiere esconder un botín, en este caso la tétrica muñeca. Con presteza siguió con su trabajo, llenando su ropa de barro, pero no le importaba, estaba preparando la cuna para aquel descanso deseado. Cuando pudo meter su brazo por completo en el agujero, se detuvo para mirar al animal quien jadeaba de manera violenta, con esos filosos dientes completamente empapados de sangre, un vaho a muerte le hacía trastabillar con un ligero e intenso sentimiento de vacío. Levantó sus manos llenas de tierra para limpiar la sangre de su propio rostro antes de tomar la muñeca y dejarla caer dentro del pozo, suspirando ruidosamente al sentarse frente a ello. La tierra estaba llena de vidrio, tenía las manos a la miseria, lo único que quería en ese momento era volver a casa, pero no había terminado, gracioso era que Asterión eligiera ese momento para pedirle un favor, después de todo, descansar en paz siempre había sido un misterio para la bestia. Escupió algo de tierra antes de simplemente dar un último vistazo a la muñeca, tan suave, rellena de huesos, era un recordatorio de que las cosas no eran lo que parecían. Sujetó la cabeza de la cabritilla, arrastrándola por el suelo, con la garganta destrozada a dentelladas, eso era algo que francamente no quería detenerse a pensar, una estupidez de ese estilo era innecesaria. Esos ojos raros apagados le hicieron tiritar mientras tomaba un trozo de vidrio y comenzaba a separar las últimas hebras de carne que sostenían todo en su lugar. Era un hermoso animal, pero la sangre llamaba más que la pena. Se sorbió la nariz cuando logró separar la cabeza del cuerpo, levantándola ligeramente antes de dejarla caer en el pozo. Ahora estaba cubierto de sangre, pero no le importaba, debía completar el ritual antes de siquiera pensar en irse. Se puso de pie con ligereza, para patear dentro del pozo lo que parecía ser una bolsa de cuero completamente llena de una sustancia que no recordaba haber buscado en algún momento. Castañearon sus dientes antes de mover sus hombros ligeramente hacia atrás para quitarse la sensación de estar ligeramente confundido, realmente no podía manejar sus pensamientos con claridad y mucho menos sus pasos, era como si siguiera al pie de la letra una determinada receta, como si estuviera aun ligeramente adormilado. Tampoco podía confiar mucho en sus sentidos, pues el perro a menudo parecía ser una manifestación de algo que no estaba completamente bien, como si una pesadilla se internara en sus sentidos y le hiciera bacilar, era todo un zombie, pero no podía hacer nada. Ni siquiera sentía tanto el frío sobre su piel, pero una voz le decía que eso era todo, que debía de encontrar un lugar cálido o realmente no pasaría la noche. No tenía hambre, pero sabía que había pasado demasiado tiempo fuera de la casa y eso para alguien quien salía de la anemia. Sus manos temblaron mientras se dejaba caer de rodillas para empujar la tierra sobre lo que sea que llenara el pozo en ese momento, mirando de reojo como el perro fantasmagórico jadeante, rabioso, dando vueltas como si tuviese algo atascado en la garganta, cabeceando mientras sacudía la cabeza violentamente, antes de caer burbujeando por la boca y la nariz. Tobías se mantuvo estático, con la mirada clavada en el cuerpo que se sacudía violentamente mientras el suelo lo devoraba sin más, enterrándose en las hojas como si nunca hubiera existido. Allí, recién allí fue cuando pudo ser dueño total de sus facultades mentales y realmente, una explosión de dolor le hizo abrazar sus hombros mientras las lágrimas absurdamente llenaban sus ojos, una sensación de tristeza invadió por completo su cuerpo, como el niño que despierta luego de una pesadilla, sintiéndose solo y alejado de toda seguridad. Tosió ruidosamente cuando limpió su rostro con sus manos, llenando aún más de tierra y sangre todo lo que hubiera podido asegurar como propio. Jadeó molesto, Asterión no era su amigo ni mucho menos su protector, le había hecho daño. Se levantó con dificultad, gateando ligeramente por el suelo antes de pararse en sus pies heridos y comenzando a caminar en dirección confusa, estaba mareado. Supone que caminó bastante, porque sus pies latían como la mierda cuando nuevamente fue consciente de lo que estaba haciendo, los vacíos o ausencias era realmente una cosa nueva, pero no pensó demasiado debido a que se estaba helando, seguía mojado. Observó sus manos, se había estado mordiendo los dedos, incluso sentía el sabor de la tierra dentro de su boca al igual que la sangre, estaba jodido, pero no tenía idea de donde estaba. Simplemente trastabillo viendo ahora como el atardecer cubría el lugar por completo, estaba hambriento y asustado, eso era claro. Su cabeza estaba llena de bolitas de algodón cuando incluso el tacto parecía convertirse en sabor amargo en una asquerosa sinestesia que le sacudía el mundo por completo. Una voz femenina sacudió su cabeza cuando una suave mano se deslizó por su espalda mientras se desplomaba en el suelo, pero sin llegar a rozar las flores aromáticas pues lo sujetaron a tiempo "Debemos dejar que se vaya está tan perdido" una risa aniñada sacudió su pensar mientras la miraba borrosa se convertía casa vez más en algo complicado de comprender. Estaba drogado eso era claro, pero la flor de loto completamente cargada de néctar que se empujó contra su boca fue incluso más necesitada que todo lo demás, sus dedos se enredaron en los pétalos mientras era empujado contra una cama de hojas. Tenía una jodida corona de flores sobre su cabeza, no podía mantener los ojos abiertos, pero estaba seguro de que se encontraba en un lugar del bosque que no conocía. Su lengua se deslizó por el capullo terriblemente dulce mientras exprimía cada gota de néctar de esa rosada y pequeña flor. No podía mantener la mirada fija en ningún punto pero escuchaba voces. Dos corderos blancos coronados de flores dormitaban tanto a su derecha como a su izquierda, la pureza de los gemelos nacidos en una noche sin sol cubría por completo sus sentidos cuando logró colar sus dedos por el suave pelaje del animal, eso le hizo despertar del ensueño. Deslizó su otra mano por su propio pecho hasta llegar a su nuca, hundiendo sus dedos con violencia en su propia piel, rasgando la tela para alcanzar el tatuaje, lo sintió hirviendo, tenía que volver ¿Dónde estaba? ¿Cuánto tiempo había pasado desde su último amanecer? Alguien introdujo uvas dentro de su boca mientras tarareaba, era una chica, lo único que podía saber pues a contra luz parecía brillar más que el cielo. No podía hablar o estaba demasiado aturdido para hacerlo, se estaba congelando, no se sentía muy bien a decir verdad, debía de tener fiebre. Tosió suavemente antes de quitarse la flor de la boca y dejarla caer, estaba sentado en lo que parecía ser las raíces de un viejo árbol, adornado con flores de colores y aves por todos lados. No supo bien quien fue el culpable de llenar de energía su sistema, pero reconoció que las uvas hicieron buena parte del trabajo, pues repentinamente comenzaba a despertar, tiritando mientras se deslizaba suavemente desde las raíces a la tierra, sin poder hacer fuerza. Estaba descalzo, pero ahora sus pies estaban limpios, brillantes, como si hubieran sido cubiertos en perfume. Su cabello libre retozaba con el viento y las flores blancas se enredaban con certeza primitiva entre cada hebra, complicado sería liberarse de eso. Unas manos femeninas lo tomaron de los hombros para ayudarlo a volver al sitio de donde quería escapar, no peleó., Déjà Vu recordaba haber repetido esa escena un par de veces.

-Debemos dejar que se vaya- habló con maternal sabiduría la rubia niña que sujetaba con dulzura su mano, helada ella hasta la muerte, mientras dibujaban surcos en sus mejillas las lágrimas perladas que resaltaban en su piel blanquecina- se supone que debíamos agasajarlo, no secuestrarlo- parecía desconsolada negando con la cabeza, Tobías en respuesta le apretó suavemente la mano, de poder hablar estaría completamente de acuerdo con ella. Una voz masculina la interrumpió perdida entre la nada, como un murmullo que el sol vespertino parecía acompañar de manera romántica.

-Alexa, mi dulce niña ¿Por qué lloras tan amargamente?- incluso parecía tierno, Tobías se forzó a mantener los ojos abiertos, ese era el tipo de magia que su amo nunca le había enseñado, allí coronado en gloria y bañado en aceite de suma pureza, el magnánimo toro blanco era venerado pues la bestia le había dado el poder del cordero consagrado. Todo parecía ser una escena surrealista, pero no lo dudaba, si existía una criatura de aspecto antropomórfico capaz de romper las leyes del espacio tiempo para saltar en agujeros de gusano entre dimensiones como un conejo en su madriguera, habiendo sido él un cambia formas, no dudaba ahora de que el sol pudiera amanecer del lado contrario o de que un ave se quemaría y renacería de sus cenizas frente a su ventana. Entonces ¿Quién era él para juzgar a un toro capaz de reinar? ¿Quién era él para poder catalogar lo que era normal y lo que no? Guardó silencio. Un pobre mortal que estaba atrapado dentro de su pequeña mente humana- Yo mismo lo llevaré hasta la casa que en sueños desea regresar ¿Acaso dudas de mis palabras, oh dulce niña?- eso seguramente era un vestigio de la romántica verborragia que todos los romanos y griegos acostumbraban entonar entre palabras, para pecar de divino encanto siempre en una reunión. Quizás de esa manera lograban, entre otras cosas, transmitir lo que el castellano corriente no lograba. Guardo silencio mientras observaba esos hermosos cabellos dorados, llenos de algas- sabes que es costumbre recibir siempre al visitante en el festín- sentenció mientras unas hojas trenzadas se le eran puesto en su regazo, cargado de frutos y de néctar, la comida de los dioses. Había ninfas por todos lados, había seres mitológicos, había abierto sin querer las puertas del paraíso terrenal, había destruido la división de lo natural con lo sobrenatural y daba paso ahora al pasional mundo antiguo. Sin laberinto, sin alas de cera ni coronas de espinas- come y deja de angustiarte- el animal le miró mientras movía sus orejas, brillaba por el rocío- come y deja que mis ninfas te cuiden, mi dulce príncipe- Tobías se llevó un durazno a la boca con los ojos fijos en la bestia- somos el ejército que estaban buscando- sus manos temblaron, eso era evidente- y seguiremos a nuestro pastor- repentinamente la palabra "Zalgo" dio vueltas en su cabeza, por eso estaba allí, Asterión lo había prometido, escapó del infierno para ser su mano derecha. Supo en ese momento que era hora de comprometerse con el partido, la hora de empuñar una espada por el nombre de la pálida muerte estaba acercándose lento pero seguro, los ejércitos se estaban formando y los dados ya habían sido lanzado- hasta el fin de los tiempos- gracioso que todo hubiera comenzado... con una manzana.

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