Capitulo 15

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No supo cuanto tiempo pasó desde que aquella funesta figura se había presentado frente a sus tiernos ojos, pero ahora el aire tenso solo podía ser cortado con un cuchillo. Preso de la inanidad de saberse atrapado, como un tierno ratón entre las paredes de aquella magnánima casa, se mantenía casi estático como una fotografía, fijando sus enormes y castos ojos en la entrada de su pobre escondite. Reconocía, sin lugar a dudas, como una máquina programada para perseguir como fiero cazador al delicado conejo, el rastro de su indecisión y las marcas de sus zapatillas por todo el lustrado suelo. Era cuestión de tiempo para que lo encontrasen, el camino dejado a su paso gritaba en calma muda el camino que en su huida había dejado. Estúpido, realmente era un estúpido. La marca de las zapatillas, el cuadro ligeramente torcido que había empujado con su mano mientras corría, el olor a humo y cerveza, estaba tan jodido que las pruebas en su contra solo hacían que el inevitable castigo fuera mejor aceptado. Se mordió suavemente los labios antes de suspirar, escuchando como el último escalón de la escalera (contando desde abajo) crujía sin pena alguna, pisado obviamente a propósito para que el nudo que se había formado en su garganta se hiciera pleno. Tantas veces había jugado al gato y al ratón que ahora, incluso le generaba algo de gracia aquel miedo que hacía temblar sus piernas una contra otra. Acostumbrado a la eternidad del gato negro, no supo cómo manejarse sabiéndose en el lugar del pobre ratón. Era inevitable su final y pese a que sus antepasados en coro griego a su alrededor le gritase que se levantase, corriera, hiciera algo por mantener entre sus manos el control de su vida, era ya tan gracioso aquella infantil creencia pues él a ciencia cierta sabía desde el inicio de esa carrera que no tenía ni siquiera la cucharada más minúscula de control ni de él mismo ni de la situación ni de nada, era una simple marioneta que renegaba de sus hilos. Iluso, tonto incrédulo fue al haber corrido en un principio pues ahora el castigo sería peor ¿Qué odiaría más un dios que su creación se ocultase? ¡Oh Adán de oscura procedencia! ¿Acaso no sabes que cuanto más te ocultas, más delatas tus errores? Un suspiro suave escapó de sus dientes apretados antes de que siquiera pudiera contenerlo. El pánico tintó su deseo de mantenerse oculto y sus sentidos se apagaron cuando su cuerpo actuó por sí solo, precipitándose en un penoso escape rumbo a la ventana. Ancestral impulso lo llamó a dar sus temblorosos pasos lejos de aquella gruta, rumbo a la boca del lobo, tierno cordero presa del miedo y tiritando se alejaba del nervioso ganado mientras se perdía incluso de su pastor. Jadeó cuando se dio cuenta de su error ¡se molestaría más si lo encontraba intentando escapar! Pero ¿Qué debía hacer ahora más que hundirse más en el lodo? No sabía dónde ir y su anterior escondite apestaba a miedo, sus tiernas pupilas contraídas mientras la boca se le secaba, le costaba tanto respirar. Estaba cerca y él era su primer objetivo, gime la oveja incomprendida mientras ve la guillotina reclamar su cuello.

Ligeramente aturdido por la inefable sensación de la estática hiriendo sin pena ni gloria sus tímpanos, trataba de mantener el equilibrio mientras sus piernas temblaban inexplicablemente unas contra otras, tornando su pobre escape en un vago sinsabor que dejaba mucho que desear para cualquier espectador. Los oídos le pitaban tan fuerte que no podía escuchar sus propios pensamientos y menos siquiera articular una palabra que no sea el vago escape de oxigeno entre sus labios semiabiertos para recuperar el aliento. Un escalofrío eterno recorría sus agarrotados músculos cuando los obligaba a moverse una y otra vez, aún presos de esa eternidad que representaba su propio espanto. Como el niño que es descubierto en una travesura, trataba de justificar sus actos, sin embargo solo pensaba en el castigo que caería sobre su maltrecho cuerpo de todos modos. Sintiendo el aire gélido rozar sus tobillos, al igual que el venado de tiernos ojos, se precipitó a escurrirse por el interminable pasillo que llegaba a la ventana del segundo piso, saltaría de allí o eso su instinto le indicaba. Era gracioso como después de todo, el instinto era algo que no podía ser removido de la naturaleza animal que el hombre siempre cargó a sus espaldas, siendo acertado miles de veces y algo estúpido miles de otras. Allí entre la certera necesidad de crear un vacío eterno entre su perseguidor y él, no tuvo más remedio que ignorar el chirrido de sus zapatillas contra el suelo lustrado y emprender esa fatídica huida con más decisión de lo esperado. Sería una caída larga, pero su cerebro solo reproducía una y otra vez el desencanto de ser atrapado por aquellos largos dedos como ganchos. Tembló ligeramente cuando su cuerpo se estrelló contra la mesita de luz que se encontraba a un lado de la ventana, con un gélido crujido sintió como lentamente se acercaba aquella bestia hambrienta de sangre. El pitido finalmente se detuvo, sin más, como si nunca hubiera existido y el corazón del muchacho pareció detenerse en ese preciso momento, con la mirada puesta en el sucio vidrio que lo separaba de su libertad.

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