Capitulo 54

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Jeff era lo más cercano a una persona sencilla que pudiera existir en ese lugar. No contaba con muchas manías que pudieran ponerlo en apuros en momentos delicados, como en su lugar otros habrían de padecer. Pero había algo que realmente necesitaba hacer casi religiosamente, dormir una siesta cuando el día se ponía complicado, en esa hora específica entre la muerte de la tarde y el nacimiento de la noche, nada más ni nada menos que una media hora o veinte minutos, una pequeñez que podría marcar la diferencia en un día eternamente malo y una noche más amena. De no hacerlo, era claro que se quedaría ofuscado dentro de su pequeña mente humana hasta la mañana siguiente, su humor menguaba entre dos puntos opuestos, la vitalidad del caballo, orgulloso y austero para finalmente terminar en un agrio anochecer. Supone que estaba relacionado con su más tierna infancia, con una manta y una mamadera en una cálida tarde de verano en la casa de sus abuelos, ese momento gestado entre la merienda y la cena, pesado si se había estado corriendo en el patio como alma que se la lleva el diablo o nadando en la piscina hasta horas impensadas. Un momento para detenerse y reflexionar sobre el día, quizás había sido una estrategia parental, ese tiempo de paz que tenerlo corriendo por ahí habría sido capaz de destruir por completo. Nada importante para empezar, pero dada la situación que los asediaba como un lobo hambriento, muchos habían sido los días en los cuales había escapado a ese natural e importante capricho. Arrastró la manta que el adulto le había dado momentos atrás, dormir en el suelo nunca le había molestado en lo absoluto, la siesta debía de cumplirse religiosamente y sin demora. Se quitó el abrigo antes de amontonarlo de manera que pudiera recostar su cabeza sin problemas allí, bajo la atenta mirada de Tobías, cuyos ojos resbalaban por su rostro mientras detenía una gaza dentro de su boca, drogado hasta la muerte incluso parecía más simpático que antes. Allí acurrucado como un perro herido, con su cabeza recostada sobre el regazo de Hoodie, dejando que este acariciase sus cabellos sin más, al tanto era claro que profesaba aquella muestra plena de cariño. No era algo que le interesase mucho, por lo tanto se cubrió lo mejor que pudo antes de girarse para observar la ventana manchada de polvo y suciedad. Debió de haberse quedado dormido en algún momento, porque para cuando se despertó, la oscuridad era plena dentro de aquel lugar, claramente no podía ver más allá que la punta de su nariz y eso realmente le hizo sentir atrapado. Tardó en responder, pero sentía la boca seca, como si hubiese atravesado el maldito desierto sin beber ni una sola gota de agua y tenía el cuello contracturado por culpa del suelo (ahora helado) en el cual estaba recostado de lado. Con las rodillas rozándole sin mucha pena la barbilla y sus pies descalzos igualando al hielo cada vez más. Sus vertebras crujieron dolorosamente cuando se sentó, tallando suavemente su nariz que chorreaba al tanto entrecerraba los ojos intentando observar lo que le rodeaba. Vagamente distinguía al trío recostados en el mismo lugar en el que los había atrapado antes de dormir, Tobías tiritaba, quizás por la fiebre, pero no había nada muy llamativo que ver. Nina estaba a un par de metros de él, acurrucada contra Jane. Ellas estaban abrazadas incómodamente, pecho contra pecho y se habían cubierto por completo con sus abrigos y las mantas, eso era lo más inteligente, compartían calor. E. Jack y Ben eran los más cercanos a las cenizas de la chimenea, claramente el rubio estaba helado y esa fue la idea más inteligente que tuvieron sin tener en cuenta que apestarían a humo a la mañana siguiente (como si eso importase a esas alturas). L. Jack y Helen estaban acostados a su lado, era casi cómico como el joven pintor había enredado uno de sus brazos alrededor de su cadera. Nunca se había mostrado cercano a nadie, pero pareció llevarse muy bien con L. Jack, ambos eran malditamente raros y a decir verdad le asustaba un poco quedarse a solas con ellos sin más, pero le hacía dudar que lo estuvieran abrazando como un maldito peluche de seguridad. Se liberó del agarre del muchacho que no poseía su máscara blanca, por lo tanto pudo estudiar sus facciones sin mucho más problema. Era atractivo como la mierda, poseía un cabello azabache ondulado y ahora podía empatizar un poco con él. Realmente siempre lo había considerado una vil copia de todo lo que consideraba suyo, pero ahora reconocía que había sido un jodido tarado todo ese tiempo. Le tocó con la punta del dedo la mejilla haciéndole fruncir el ceño suavemente, como un jodido ángel, antes de cubrir su rostro con uno de sus brazos. L. Jack se aferró con un poco más de fuerza, hundiendo su rostro en la espalda del otro al tanto suspiraba, su aliento apestaba a caramelos de cereza. Los dedos de Helen por su parte se habían entrelazado con los del otro, manchados de pintura roja (o eso le gustaría creer). Se puso de pie con dificultad, observando como en la misma habitación Slenderman y Splendorman estaban acurrucados unos contra otros, le resultaba muy complicado diferenciarlos en realidad, pues ambos eran similares físicamente y cubiertos con mantas parecían dos maniquíes sorprendidos en plena faena amorosa. Se limpió los rastros de saliva que se había deslizado por la comisura de sus labios antes de bostezar suavemente, encorvado y abrazándose los hombros se tambaleó entre los cuerpos tirados en el suelo. Estaba escapando de la bruma del sueño y quizás, si se apuraba un poco más, podría retornar a los brazos de Morfeo sin muchas más dificultades. Pasó por encima de Nina antes de apresurarse por ese oscuro lugar sin más, realmente no le daba miedo la oscuridad, no era un niño pequeño. Deslizó su mano por la puerta de la cocina antes de girarse para observar a los que todavía dormían, podía vislumbrarlos entre la oscuridad sin más dificultades, pero estaba completamente seguros de su ubicación gracias a los diversos ruidos que hacían al respirar, en ello se consideraba casi un experto, digamos que desde lo sucedido en el hospital no se fiaba del todo lo que sus ojos podrían enseñarle. No le agradaba el olor de la nueva casa, todo estaba lleno de polvo y de suciedad, no se parecía en nada a la otra casa (por lo que podía recordar) era grande si, muy grande, poseía incluso un pequeño ventanal que daba a un patio interno en el cual un viejo roble crecía en silencio. Ahora toda aquella estupidez le hacía pensar ¿Cuántas malditas mansiones abandonadas había en todo el jodido bosque? Muy a conveniencia de ellos, eran bastantes, aquella zona había pertenecido a la ciudad mucho antes de la Primera gran guerra, al tener que moverse para escapar del ejercito tuvieron que abandonar bastantes lugares paradisíacos como esos. No tenía piscina, aire acondicionado ni ningún otro lujo, vamos que no había ni un mueble ni jodidas camas, pero era una estructura sólida que para pasar una noche helada sentaba fenomenal. Caminó en silencio mientras se encaminaba a la cocina ¿Por qué era todo tan jodidamente gigante? Le hacía sentir un maldito enano, suponía que todo sería más complicado para Ben, él realmente ejemplificaba las inconveniencias de una baja estatura. Sacó suavemente la lengua cuando se paró de puntitas de pie para intentar alcanzar la canilla de la cocina, estaba seca, como era de esperarse ¡Qué idiota! ¿Cómo tendrá una conexión al agua corriente si se encontraban en medio de la nada? Estaba confundido, ligeramente adormilado mientras observaba la canilla esperando que brotara agua ¿Qué haría ahora? Realmente estaba sediento. Repentinamente, sintió como unas garras nacidas de la oscuridad se internaban en la suave piel de su cuello y empujaban con fuerza su cabeza contra la mesada, haciendo que sus ideas se dispersaran al tanto su mano se deslizaba velozmente por la mesada buscando algo con qué defenderse. Sangre se deslizaba por su nariz y un corte en su frente, el mármol era afilado al parecer. Su brazo izquierdo se dobló dolorosamente sobre su espalda mientras era empujado boca abajo sobre la mesada, con el enfermizo olor a azufre dando vueltas alrededor de su cabeza, tenía la fuerza de Slenderman, pero era imposible que fuera él, no hubiera reaccionado de manera violenta ¡No así! No había hecho nada que ameritara un castigo. Su boca se llenó de sangre a una velocidad absurda mientras continuaba golpeando su cabeza, pero el mango de un cuchillo fue un buen amigo para la palma de su mano cuando con fuerza lo incrustó entre las costillas de su atacante y giró escuchando como la carne junto con el hueso se separaba. La sangre los mojó a ambos, olía terriblemente mal, como si se tratase de pus pútrido. Jeff sufrió una arcada mientras escuchaba a la bestia sisear suavemente en respuesta a la herida, no pudo retirar el cuchillo, fue demasiado rápido y este ya se encontraba dentro del lavamanos, fuera de su alcance. Pero el daño ya estaba hecho y sangraba profusamente. Ese crujido hizo que la criatura jadeara violentamente por un rato aflojando el agarre del menor, a su vez le permitió liberarse, deslizarse como una gelatina sobre sus inexpertos pies para aterrizar en el suelo. No estuvo libre mucho más tiempo, lo sujetó del cuello antes de levantarlo con violencia, haciéndole gruñir antes de aplastarlo contra la mesada, boca abajo nuevamente. Eso era peligroso incluso para él y la sangre que se deslizaba sobre sus ojos lo cegaba, como un caballo víctima de su propia rudeza, se encontraba a merced de la criatura que trataba de mantenerlo quieto. Como un colibrí que encuentra la forma de escapar de las garras de una bestia, así se sintió cuando pudo levantar la cabeza de la mesada y arrojar un vaso a la pileta, que se partió en mil pedazos antes de que siquiera pudiera pensar en decir una palabra. Por lo menos así les daría tiempo a los que fuera de la cocina dormían como dioses, sin darse cuenta de la guerra silenciosa que estaba batallando aquel muchacho de sonrisa permanente.

MokshaWhere stories live. Discover now