Capítulo 7: De rodillas

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Leiah

Leiah conoció el hambre por primera vez.

Llevaba horas avanzando la trayectoria que hizo con su dueño a caballo. Sabía qué camino debía tomar para regresarse, lo que no tenía idea era de hacia dónde quería, o debía, ir.

Al principio, huía corriendo, pero al cabo de un largo tramo su respiración la traicionó y la noche se tragó su seguridad, obligándola a avanzar caminando con los brazos cruzados en un patético intento por combatir el frío.

Se encontraba en un tramo donde cada casa estaba muy separada de la otra, y el terreno que las dividía era baldío, amplio y verde. Así empezó el miedo a todo lo que podría estar acechando a su alrededor. La atormentaban el murmullo del viento gélido, el silbido de los animales nocturnos, los ojos brillantes de distintas bestias que no era capaz de reconocer en medio de las sombras.

Tal vez lo que escuchaba no eran ni susurros de la noche, ni la voz de la oscuridad, ni el llamado de los animales, sino las intenciones de algún rufián que aguardaba el momento oportuno para hacerle daño.

Horas más tarde, a pesar del miedo y la fatiga, llegó al centro de Cetus, donde empezó a sentir el alivio de verse rodeada de más personas que podrían presenciar si alguien quería hacerle daño.

Es posible que aquello no implicara diferencia alguna, que nadie se atreviera a ayudarla en caso de que fuese atacada, pero se aferró a aquella idea y avanzó con la frente en alto, esperando que su porte y su vestido la hicieran pasar por una dama de la alta sociedad.

Estaba perdida, avanzaba sin saber cuándo detenerse, con miedo a conseguirse con el límite del mundo y descubrir que había cometido un error al aspirar más que las sobras que Aragog tenía para ella.

La sola idea de volver le era tan repugnante, que inclusive el humo de las parrillas nocturnas, la fragancia de los dulces que exhibían a su alrededor, la sed que atenazaba su garganta y todo el ardor de sus músculos le era irrisorio en comparación.

Porque la calle era una posible destrucción, incluso tentaba la muerte, pero, ¿qué era la vida para ella, si tenía que pasarla encadenada y conforme? ¿De qué servía regresar si al minuto iba a necesitar huir de nuevo?

Decidió que comenzaría por sasear su hambre, luego trazaría un mejor plan.

Vio un restaurante más adelante, y entró en el.

Fue una decisión errónea, apenas cruzó a su interior notó el prestigio del lugar.

Candelabros de oro colgaban del techo, las mesas estaban distribuidas con elegancia con centros refinados como arreglos florales o adornos de plata y hielo. Los platillos estaban servidos a modo gourmet, las copas eran finas y llenas de buen vino. El suelo estaba barnizado con un diseño negro manchado de un diseño cósmico que imitaba planetas, galaxias y estrellas brillantes que formaban constelaciones. Y por si aquello no era lo suficiente delator, los comensales vestían como si fueran a presentarse ante la familia real.

Pero, sobre todas las cosas, Leiah se sintió atraída... De hecho, cruelmente atrapada, por un escenario pequeño al fondo del lugar. Apenas había un escalón y un par de cortinajes de un magenta tan fuerte como la sangre misma, pero el lujo se hallaba en lo exhibido en el medio.

Un piano de cola de un marrón puro y lustrado, con teclas relucientes como las perlas más caras sobre el cuello de una doncella adinerada. Sobre dichas teclas, unos ágiles dedos se deslizaban con una alevosía que Leiah solo había creído posible de manera carnal entre dos personas que se desean. Las manos, y la relación que tenían con el teclado, eran el símbolo más pasional que los ojos desiguales de la Vendida sin dueño habían visto jamás. Oprimían, y una nota fogosa era desatada. Conjuraban combinaciones que descarreaban los sentimientos de Leiah. Cada acorde era una declaración, el compás con el que los gráciles dedos de la mujer fornicaban con el instrumento componían el éxtasis más extremo jamás relatado.

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Where stories live. Discover now