EPÍLOGO

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Leiah se convirtió en la salvación de Hydra

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Leiah se convirtió en la salvación de Hydra. El cosmo del águila en su cabello, el del león en su sombra, el brazalete del arka en su mano y el anillo del dragón en su dedo. Pocos entendían que la mayor parte de ese poder era inútil en sus manos, y la otra parte del todo inaccesible. No importaba, era el simbolismo lo que hacía de ella la mujer más peligrosa y, en consecuencia, la que más poder ostentaba.

Si hubiese querido, habría reclamado el castillo de Hydra para sí y nadie se lo habría impedido. La habrían recibido con el mismo júbilo con el que ahora construían monumentos en su honor, con la misma gratitud que tenían al nombrar «Leiah» el mar rojo que acarreó la inundación por la represa destruida u

Ofrendas y cánticos de alabanza se acumulaban para ella. Aceptaban a los Sagitar como los lores que siempre habían tenido, la familia que los había protegido por décadas, pero esperaban por la voz de ella, la enviada del león que los salvó de los vasallos de Canis cuando parecían condenados.

Pero ni todo el poder del mundo, ni toda la gratitud de Áragog o el júbilo de sus fiestas, eran suficientes para evitar el luto de Leiah.

Esos días agradecía haber perdido la comunicación con Sah. El cosmo era una compañía agradable en momentos de ocio, pero no de apatía y desolación. No necesitaba más chistes, más puyas, más sarcasmo. Necesitaba la cruel gentileza del silencio, la paciencia de un abrazo, la empatía del que entiende que no puede interferir en el proceso de duelo ajeno.

Ella necesitaba atravesar ese dolor. No le parecía justo celebrar una victoria obtenida a costa de la vida del único familiar que amó en vida.

Atravesó esos días entre el llanto más estruendoso, las pesadillas más turbulentas, los gritos más hirientes; hasta la nada más fría, las tardes más apáticas y la insensibilidad absoluta.

Nunca sabía cómo iba a despertar.

Y sin embargo, en esa ruleta de sus días había una diminuta brecha para las sonrisas. No muy amplias, nunca persistentes. Pero aparecían, tan esporádicas como una flor en medio de una montaña de hielo.

¿Cómo no iba a haber sonrisas si estaban Ares y Orión todo el tiempo conspirando para provocarlas?

Orión era obtuso y tenía el tacto de un sirio mutante, pero hacía un esfuerzo diario por ser la persona que Leiah necesitaba en ese proceso tan despiadado. Como ella fue para él cuando se creía muerto.

A veces pasaba horas escuchando sermones de Delphini porque había hecho algo mal, y aunque le molestara sentirse como un niño regañado, al final bajaba la cabeza y escuchaba. Porque había hecho el compromiso de aprender y mejorar.

Al final sí habían podido vivir esos meses juntos sin estrangularse. Él, aunque ella no lo admitiera, era gran parte de su motivo para despertar cada mañana en ese maldito reino donde sus hermanos ya no estaban.

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Where stories live. Discover now