73: Draco ahora

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Draco Sagitar

Draco había abandonado su mansión en Ara después de más de una década de haber sido repudiado por su propia familia.

¿Cuándo había sido la última vez que pisó Hydra siendo recibido y bienvenido, no buscado y ahuyentado?

Intentaba encontrar un recuerdo feliz en las paredes de aquel castillo, pero solo accedía a amargura, impotencia e injusticia. Recordó esa sensación de que todo era más grande que él, de que pronto esas paredes iban a aplastarlo, que su propia familia conspiraba en su contra, que no había escapatoria más que aquella cima en la represa, tan tentadora...

Apartó esos recuerdos con una sacudida a su cabeza, concentrado en el hombre del espejo. Encajaba en el traje como si hubiese nacido para él. Tan cómodo, con el porte correcto, tan pulcro.

Una vendida peinaba su cabello hacia atrás, cuidando que ningún mechón se escapara de aquella órbita.

El mejor sastre de Hydra acomodaba los prendedores en su traje, y todos parecían adecuarse perfecto a su esencia.

Draco había visto al rey regente un par de veces. No encajaba en su trono, no transmitía lo que Draco en el espejo. Él, el primogénito de los Sagitar, era en apariencia el príncipe ideal. Cualquier corona luciría sobre su cabeza.

Había fantaseado tanto con el poder de una corona que ahora que la tenía ahí, tan cerca que su sabor rozaba su boca, no tenía ni idea de qué hacer con él más que presumirlo.

Era un lince en los negocios. Tenía su propia firma en el teatro y un éxito abrumador. Sabía liderar a todos a su servicio, y pagar cuando debía hacerlo administrando y multiplicando su dinero. Dada su influencia y posicionamiento, también solía implicarse en asuntos políticos. Pero... ¿Gobernar?

Nació para eso, pero ese día no lograba entender lo que significaba. Además, Hydra como un reino libre era un peso mucho más grande que ser el protector de una región de Áragog sujeta a la voluntad suprema de los escorpiones.

Se encogió de hombros. Ya aprendería con el tiempo.

Como sea, se le hacía extraño estar de vuelta en el castillo con tanta naturalidad.

Recientemente había asistido a dialogar con sus padres usando los pasadizos del castillo para acceder a su interior, recibiendo la ingrata sorpresa de que habían secuestrado al cisne heredero de Deneb.

Eran inteligentes en su familia, debía admitirlo. Al menos, su madre lo era. Una mujer con poder, sin escrúpulos y con la astucia de un dios.

Ausrel solo era su marioneta, siempre estaría feliz con ello.

Y Kaus, su padre, era su irrisoria mascota. A quien ella pedía atacar, él mordía. Mientras no hubiese órdenes directas, él se mantenía en completo silencio y expectación. Casi parecía inútil.

No lo era.

Era terrorífico, letal y con un poder adquirido en herencias y negocios que otros lores solo podrían aspirar en sueños. Pero tenía dueña, y había sido domesticado por ella. El arma secreta de Indus Sagitar.

Como fuera, secuestrar al cisne fue una jugada maestra. Si hubiesen logrado casarla con Ausrel... No solo habrían ganado Deneb, sino una protección más allá de lo imaginable para Hydra. Ni Sargas ni todos los mercenarios de Aries Circinus —antigua mano del antiguo rey— podrían combatir contra ese poder.

Pero lo perdieron, declararon la guerra para nada, teniendo que aceptar desesperados la propuesta de Draco de una alianza con Zaniah para salvar el culo de Hydra de la ira del regente escorpión.

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Where stories live. Discover now