66: Lyra y Antares

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Lyra

Lyra despertó con una extraña comodidad. ¿Cuándo había sido la última vez que abría los ojos sin que una horrible apatía la invadiera? ¿Cuándo fue la última noche que se acostó sin sentir que estaba perdida, destrozada o en una encrucijada de la que no saldría jamás?

Se había quedado dormida contra el pecho de Antares. Se sentía a gusto allí, como si nada estuviese mal fuera de esas paredes, como si la única preocupación posible fuese intentar no verlo demasiado al encontrarse él solo cubierto por el pantalón de dormir.

Pero a medida que fue despertando entendió que no llevaba ni dos días en aquel escondite. Ni dos días desde que se había reencontrado con Antares y ya se había lanzado a besarlo, a aceptar nuevamente la alianza con voz trémula, a admitir el poco disgusto que le generaba la perspectiva de estar casados y a poner muy pocos o ningún reparo a todas las cosas que hicieron antes de quedarse dormidos uno contra el otro.

Lyra empezó a notar un sonrojo persistente mientras los recuerdos de la noche anterior volvían a ella.

Se había confiado en la comodidad que creó el escorpión en aquel pedazo de mundo que les pertenecía, arrasada por la emoción de tener al fin noticias sobre sus hermanas —más verlas intactas, felices y con una fe renovada—; también tenía algo de culpa la sonrisa dentada del príncipe, y la adrenalina luego del rescate. Y que le regalara un herbolario. Y que se tapara los ojos para no verla como si quisiera comerle la boca. Y las heridas de sus brazos como excusas para desvestirse. Y la dinámica tan familiar que tenían.

Y el deseo acumulado, principalmente. Lyra quería negar muchas cosas. Lyra había negado muchas cosas por demasiado tiempo. Pero estaba cansada ya de convencerse de que el frío era la única parte real de sí misma.

Mientras pensaba en ello y en cómo abordarlo, un par de vendidas entraron a la habitación sin tocar.

Se sorprendieron al ver a Lyra en la cama. Ella misma se sintió desnuda al verlas, aunque llevaba su camisón de seda, por lo que se arropó lentamente hasta la barbilla.

Ambas se disculparon y salieron diciendo que volverían a hacer limpieza más tarde.

Lyra tragó, pensando más de la cuenta, y se levantó para empezar a cepillar su cabello.

Fue como un ritual, sintió que estuvo horas en ello hasta que su príncipe despertó, encontrándola todavía peinándose frente al aparador.

—Estas vendidas... —dijo Lyra en sustitución de cualquier saludo de buenos días cuando tuvo al escorpión a su lado—. ¿También te sirven a ti?

Antares lo pensó un minuto mientras tomaba del aparador sus anillos, insertándolos uno a uno en sus dedos mientras miraba a Lyra a través del espejo con el rostro ladeado.

Cuando decidió el transfondo aparente para aquella pregunta, se volvió hacia la Lyra en la habitación, no en el cristal.

—Si puedes hacer tu pregunta explícitamente, te daré la respuesta.

Lyra siguió en su tarea, decidida a aplicarle la ley del hielo a la provocación de su esposo.

Antares se detuvo detrás de ella y la abrazó por el cuello. Un beso en sus mejillas, su perfil acariciando el de ella. Había pasado de perseguir a Lyra como un reto a reconocerla como su debilidad. Ella misma lo había usado para su beneficio: primero consiguiendo el reclamo de Deneb, luego atándolo a la promesa de proteger a sus hermanas.

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora