Capítulo 12: La boda negra

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Lyra Cygnus,
día de su boda


En todos los asientos del templo había mujeres con vestidos hermosos de tela gruesa, mangas largas y sin escotes, cubiertos hasta las clavículas. Asimismo, se protegían de las ventiscas heladas que lograban colarse por las rendijas de las puertas y ventanas, con abrigos de piel y pelaje de lobo, y bonetes de tela debajo de sombreros retocados con adornos florales para cubrir sus orejas de las bajas temperaturas y embellecer su apariencia a la vez.

Los hombres, iban con capas pesadas y armaduras de cuero, además de gruesos abrigos de pelaje abundante, pero con la cabeza descubierta para honrar a la que estaba por convertirse en la nueva familia real, la primera de sus tierras.

Lyra estaba en el altar sin nada que la protegiera del frío más que la minúscula capa de tela de su vestido, la transparencia del encaje y la malla de su velo; pero no temblaba, aunque más de una vez las corrientes gélidas del lugar la empujaron al borde de un escalofrío. Porque ella era una Cygnus, descendiente del primer cisne que congeló el lago de Deneb, y construyó el castillo de hielo en el bosque helado. Al menos, así decía la leyenda. Su sangre, si de verdad era la princesa prometida, estaba hecha del mismo material que amenazaba con congelarla.

Antares no se veía tan firme con su traje de alta costura, sin ningún abrigo, pero era una prueba que tendría que pasar hasta que la unión entre su linaje y el de los Cygnus fuese consumada. Entonces, las estrellas se inclinarían ante él, y le darían un alma que ningún hielo podría forjar.

Detrás de la pareja estaba el atril del templo, y sobre este aguardaba, entre rezos silenciosos, el sacerdote de la congregación de Ara en Deneb.

Entre la pareja y el atril, estaba la familia a punto de ser ungida. Justo detrás de Lyra, estaba su padre. Detrás de Antares, la madre. Lyna Cygnus, una mujer de casi dos metros de altura, y piel blanquecina apenas sonrosada, y una trenza de robusto cabello rubio que le alcanzaba la altura de las rodillas.

Lyra le temía al rostro de su progenitora, pues las cicatrices de su trabajo en la forja, la caza y la leña, le daban una dureza difícil de mirar a la belleza que una vez tuvo. Y su expresión, por sobre todo lo demás, era la de alguien que sabía que, dadas las circunstancias, debía convertirse en una tirana para ganar el respeto que su esposo tenía solo por nacimiento. No es que Lyra la juzgara, es que simplemente le costaba verla como una madre. La misma Lyna había sido demasiado mezquina con las palabras que dirigió a su hija desaparecida, como si tuviera asuntos más urgentes qué resolver.

A ambos extremos, una a un lado de la madre y otra del padre, estaban las hermanas de Lyra -Gamma y Freya-. La pequeña era demasiado parecida a su madre: tosca, indómita e inquieta. La grande, casi parecía un pequeño espejo que proyectaba lo que Lyra había sido a su edad.

El sacerdote se acercó a los novios con un discípulo que cargaba un cáliz entre sus manos. El discípulo se colocó en medio de los prometidos, colocando el recipiente lo más cerca entre ambos; así, Lyra pudo ver que dicho artefacto contenía un líquido cristalino.

La princesa deseó haber estudiado mejor su cultura antes de viajar a sus tierras, pues desconocía demasiado, en especial los rituales de unión.

-Hermanos y hermanas -pronunció el sacerdote con las manos elevadas sobre sus hombros-. He aquí el agua sagrada del lago congelado.

»Deneb fue liberada por un Cygnus una vez, uno que separó nuestras tierras del resto de Aragog, haciéndolas inhabitables para todo aquel demasiado frágil para enfrentarse al ardor del frío. El primer cisne congeló el lago, cubrió nuestros hogares con escarcha, secó nuestros árboles de todo fruto que la Capital pudiera codiciar, y nos dio la fuerza para cazar nuestro alimento. Ese Cygnus nos dio todo para la independencia, pero hemos renegado de su poder, por ser demasiado cobardes para tomarlo.

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Where stories live. Discover now