76: La batalla por Hydra

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Capítulo dedicado a esta personita de la imagen

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Capítulo dedicado a esta personita de la imagen.

Ejército de Orión,
Hydra

—Cómo nos hace falta tu escudero en este momento... —murmuró sir Efhren a la izquierda de Orión mirando la horda de sirios que formaba dos montones a cada lado del rey maldito.

Eran al menos el doble que ellos, y cada uno valía por tres hombres comunes.

Huesos más fuertes. Zarpas que les conferían un alcance más amplio, dándoles la ventaja en su posición. Pieles azuladas que parecían robarse la energía del cielo que, a pesar del atardecer, se encontraba nublado y relampagueaba al ritmo del parpadeo del aura de los sirios.

A pesar de la inminencia de la derrota, Orión descubrió que todavía podía sonreír. Pensar en Ares y aquel chiste interno resultó tener más fuerza en su presencia que su miedo a la masacre.

«Vamos a morir», pensó Orión mirando al frente, y aquella aceptación le demostró que no tenía miedo por él, sino por los hombres que había entrenado para perder, engañándolos con una fe que creó para hacer posible su venganza.

Venganza que ya no le importaba consumar. Los caprichos del odio ya no valían la pena. No porque hubiese perdonado, no significa que hubiese olvidado, pues tenía todo muy presente. Mas sus prioridades habían mutado en su orden. Preservar lo que había encontrado valía más que destruir por lo que le habían quitado.

Se volteó hacia sus soldados.

—Soldados —llamó, y todos se formaron firmes a su voz de mando.

Los miró. Seiscientos hombres contra una legión de sirios. Los voluntarios que presentó sir Less —que además les había donado el refugio de Hydra— y los sobrevivientes del enfrentamiento de los hermanos Kolbex en la plaza de Ara.

A ninguno de ellos los ayudaban las estrellas, el cielo no pulsaba en su ayuda sino en la de sus enemigos. La mayoría no tenía experiencia en batalla, y los que sí, habían sido aprendices hasta entonces. Pero estaban ahí por elección. Desafiaron la ley, renunciaron a sus votos; cuestionaron la fe impuesta porque habían creído en el águila que se alzó en vuelo después de la muerte, porque creían en los dos desconocidos que ella envió a salvarlos esa noche en Ara.

Pero esa tarde en Hydra no había trucos, ni planes, ni actrices. No había posibilidades. Orión no tenía milagros disponibles para ellos.

«Tendré que creer yo también», pensó, y decidió que lo único que podía hacer era actuar como si de hecho así fuera.

Consumió el cosmo en Cassio y se alzó en vuelo frente a todos, tan alto que podía ser visto desde las colinas moteadas de girasoles, su voz potenciada para que al hablar fuese oído hasta por las estrellas.

No hubo una sola mirada que no volara hacia la del cazador del cielo, aferrándose a él como a una esperanza de vida.

—Soldados —llamó Orión. Por su voz, casi se creyó a sí mismo la pasión con la que no temía—. Los traje aquí para morir, pero no a perder.

Miró la cara de cada uno de los hombres a su servicio, los que tan diligentemente habían entrenado, esos que con tanto orgullo lo llamaron capitán. Puede que la historia no los recordara, pero se juró que él sí.

—No puedo decir esto a la ligera, no puedo pedirles luchar a ciegas por una causa que no conocen. Ustedes merecen saber, saber que el monstruo detrás de mí no es un rey sino un usurpador. Traicionó a su padre para robar la corona. Se levantó contra su hermana en Baham. Masacró en Deneb toda la familia Cygnus y pretendió casarse con su única sobreviviente a la fuerza, luego de hacerla ver cómo le cortaba la cabeza a quienes le dieron la vida. Ahora, este mismo monstruo ha marchado a Hydra a repetir su tortura.

»No servimos a estas personas, no juraron lealtad a los Sagitar; yo mismo tengo mis reservas sobre su casa. Y algunos podrán decir que merecen el castigo, pero si hoy nadie hace nada contra este terror, mañana será el turno de Antlia. Y luego de Ara. Y de Cetus. Y serán sus familias las que sangrarán porque alguien hizo enojar al rey maldito.

»Hoy no van a luchar contra hombres, tampoco por uno. Con todas las posibilidades en contra, a sabiendas de que no escribirán canciones sobre nosotros, que moriremos olvidados como hijos del medio, les pido que avancen. Si alguno quiere irse, puede, y es momento de que lo haga.

Orión inhaló con fuerza y atronó su voz en la recta final de su discurso.

—Pero si creen en el águila que vieron morir y alzarse en vuelo nuevamente, esa a la que no pudieron encadenar sus alas, entonces crean, y luchen sabiendo que, vivan o mueran, habrá sido por su causa.

Un clamor de júbilo se levantó como el llanto de un recién nacido entre los presentes. Y no venía solo de ellos, sino de las personas que salían de sus casas, hombres y mujeres por igual, deficientemente armados, forrados en el fuego de sus antorchas, pero acorazados con el ardor colectivo de una multitud.

—Por los putos ovarios de Ara... —exclamó un atónito Amarok, su mano abriéndose y cerrándose sobre el pomo de la espada de forma nerviosa. Parecía fuera de sí, incrédulo de aquello que le murmuraban sus ojos.

—Salen a morir... —dijo Orión en voz queda aterrizando entre el teniente Amarok y Efhren, su tono tan bajo que solo ellos le escucharon temblar con ese horror—. No tienen oportunidad contra los sirios, aunque los doblen en números.

—No salen a morir —contradijo Efhren, firme en su convicción, sus ojos brillando con aquel sentimiento—. Salen a defenderse por primera vez. Un cambio así no quedará impune en la historia del reino.

Orión asintió y miró a ambos lados, a los mejores hombres que tenía en su guardia.

—Teniente Kolbex —dijo en dirección a Amarok—, dirigirás el lado izquierdo del pelotón. Hagan lo que hagan, mantengan la formación. Yo intentaré alborotar a los sirios para que nos ataquen, ustedes no se muevan. Que ellos vengan aquí. Si nos rodean, estamos muertos.

El hombre asintió y se fue con los suyos.

—Sir Less —llamó Orión a voz en grito para ser escuchado. Apenas tuvo al hombre consigo prosiguió—. Dirigiré el lado derecho del pelotón. Tú y Efhren serán mi guardia de honor. Soy su arma más útil. Cuiden mis flancos, manténganme con vida, y puede que tenga una oportunidad de ayudarlos.

Ambos asintieron, y solo así la batalla por Hydra dio inicio.

 
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Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Where stories live. Discover now