75: La boda bendita por Canis

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Draco

Sargas cumplió su palabra y, aunque algo tarde, llegó a las puertas del castillo de Hydra.

El lugar estaba rodeado por una multitud insólita. Al principio, parecía gente común que no había podido pagar el impuesto para asistir a la boda real, así que se asomaban a las afueras del castillo para poder tener aunque sea un vistazo de sus nuevos reyes cuando salieran casados y coronados.

Eso parecían. Pero cuando el rey regente de Áragog llegó, el mar de personas se abrió en dos, y mientras este pasaba por todo el camino en el centro, hilos de un aura oscura se desprendían de su sombra y recorrían el populacho. Cada vez que una gota de aquel negro tocaba uno de esos hombres, estos empezaban la transformación. La piel se tornaba de un azul mortífero, sus columnas se arqueaban y de cada vértebra salía una protuberancia, como torres hechas de hueso que no atravesaban la piel. Sus ojos perdían la vida, sus dedos se volvían zarpas del tamaño de espadas.

Sirios.

Los sirios no podían transformarse por voluntades externas. Aquellas personas debieron haber vendido conscientes sus almas a Canis. Esa transformación no habría sido la primera.

Nunca fueron gente común.

Cuando el rey al fin alcanzó los muros del castillo, no hizo nada más que pararse ahí y enviar a uno de los guardias a emitir un mensaje a los Sagitar: debían salir a recibirlo.

—Tu rey nos ha traicionado, Zaniah —le dijo Draco a su prometida una vez recibieron el mensaje.

—Sargas no puede cambiar de opinión, me necesita —insistió ella más fastidiada que nunca. Pero temblaba, sus manos eran testigos; Draco las sentía perfectamente, podía ver el sudor reluciendo en el negro del único guante que tenía puesto.

—Siempre repites lo mismo con tan amarga seguridad... —Draco suspiró—. ¿Sabes que hay cosas más importantes que el sexo, no? En especial para un rey. En especial mantener su corona.

Zaniah soltó las manos de Draco en un arrebato colérico que ya no podía contener.

—¡NO SOY SU PUTA! —gritó sobresaltando a todos los presentes—. ¡No soy la puta de nadie! No le he tocado un maldito vello a Sargas Scorp, no he compartido su lecho ni su infecta saliva.

Zaniah le arrancó a Draco el aro de oro con las alas del dragón simbólico que tenía sobre la cabeza.

—Esto, tu asquerosa corona y la mía, no nos la he conseguido abriendo las piernas.

Draco no se veía nervioso o perturbado por la escena, en sus ojos brilló una sutil malicia, en sus labios una sonrisa ladina se dibujó.

—¿Te lo dicen mucho? —le preguntó a Zaniah—. Tal vez es porque, sin importar qué telas uses para tus vestidos o qué material adorne tu cuello, nunca dejarás de ser una vendida.

Completamente fuera de sí, Zaniah terminó por surcar el rostro de Draco en una bofetada.

—Leiah también fue una vendida, Draco, ¿sí recuerdas eso? Y a diferencia de mí todo lo que tiene lo consiguió regalando mamadas a domicilio.

La carcajada que eso le provocó a Draco fue tan desmedida y estruendosa que tuvo que usar su manga impoluta para limpiarse la saliva de los labios.

—¡¿Qué?! —demandó ella, tan roja como su cabello.

—Es que, a diferencia de ti, ella no se volvió asquerosamente rica e importante traicionando a quien llamaba su hermana.

Fue lo que hizo falta para que Zaniah perdiera el fuego que ardía en su estómago y se uniera a la risa.

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]On viuen les histories. Descobreix ara