50: Los lords de Hydra

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Lyra

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Lyra

Lyra despertó en condiciones que la preocuparon y aliviaron a partes iguales.

Estaba viva, lo cual era un hito en sí mismo, pero había perdido su vestido de ejecución. Llevaba un camisón más largo y menos transparente que la ropa de dormir que se supone debes llevar durante un matrimonio, pero seguía sintiéndose desnuda, en especial porque lo estaba, debajo de esa prenda.

No despertó en una celda, lo que significó muy poco para ella, pues el lugar donde cuidaba de los Nadie no se parecía a una fosa, e incluso así resultó ser la peor.

Su entorno no era más que una habitación sin decorados personales. Una cama cómoda, algunos armarios y aparadores, un taburete donde fue poniendo sus pies al despertar y -su parte favorita- una ventana decente.

Uno de los vidrios estaba abierto hacia afuera, dejando que una ligera brisa se inmersara en el habitáculo, moviendo las cortinas livianas en una danza que a Lyra se le antojó mágica.

Se levantó para ir hacia ella. Sus pies descalzos en contacto con la alfombra bajo la cama le dijeron que estaba en el santuario de alguna persona de buena posición social y económica. Cuando has pasado por una casa de preparación y dos castillos, uno más imponente que otro, aprendes a identificar la calidad del alfombrado.

Al acabar el trayecto de la alfombra, la madera también confirmó sus sospechas. No chillaba bajo su peso, era sólida, resistente, sin hastillas y pulida al punto en que podría tirarse al suelo y ver el reflejo de sus pendientes en el.

Llegó a la ventana, las cortinas rozando su rostro en una sutil caricia en medio de esa danza que el viento provocaba. Olía a gardenias con un ligero matiz químico, como de alcohol.

No era natural, era un perfume.

Se asomó hacia afuera y, aunque la ventana daba una vista muy poco provechosa del panorama para hacerse una idea real de su ubicación, Lyra advirtió cosas significativas.

Estaba en algún segundo o tercer piso, por la altura a la que estaba del suelo. Y había todavía más construcción hacia arriba. Una fortificación de ese nivel era suficiente aval para hacer de un don nadie un íntegro miembro de la nobleza.

Aunque su vista era un sinfín de hectáreas de campo que se perdía en la nada hasta volverse sombras a la altura de un sol de brillo matutino, como colinas que pasaban a acompañar las nubes al viento, de hecho era más que esclarecedor una vista semejante. El jardín contiguo que parecía extenderse a la eternidad, y el sol amarillo que no podía ser de Ara, eran determinantes.

Estaba fuera de Ara, en una casa noble con una cantidad de tierras verdes lo suficientemente amplias para parecer una eternidad, pero con un tipo de vegetación que no tenía símil con la de una granja, sino la de un jardín. Los perfumes característicos, y la plantación de girasoles de más de dos metros de altura...

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Where stories live. Discover now