Capítulo 14: El destino del Cisne

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Lyra

Llegaron al anochecer, cuando el cielo de la capital apenas empezaba a intercambiar la palidez de sus tardes por el espectáculo de luces y polvo cósmico que protagonizaba la historia del reino. Sargas obligó a la reina sin trono a tragarse el cristal que la ayudaría a sobrevivir al frío de Ara.

Ella habría preferido no haberlo hecho, que él lo olvidara o que no le importase, para así acabar aquel sufrimiento como la cobarde que era: incapaz de siquiera idear un plan para finalizar su vida, porque sabía que, por mucho que fantaseara, nunca sería capaz de ponerlo en práctica. Le faltaba el valor. Le faltaba la determinación. Le faltaba incluso la desesperación que tendría que haberla empujado a ello.

Lo único que no le faltaba era el vacío.

Cuando aterrizaron en el césped frío de la cripta a las afueras del castillo, Lyra seguía manchada de la sangre de su familia, y Sargas todavía no había dejado de sonreír.

Ingresaron al templo de oración de las almas, y entre las lápidas empotradas Sargas accionó el interruptor de un pasadizo por el que accedieron al castillo para no ser vistos ni interceptados.

Después de atravesar túneles cavernosos, pasillos tapizados de polvo y telarañas y escaleras serpenteantes, llegaron a una habitación blanca y vacía con solo una puerta al fondo que interrumpía las paredes.

Ahí, el monstruo guardó sus alas y soltó a la damisela que raptó como bocadillo, cerró la puerta detrás de ellos y se quedó justo ahí, de espalda mientras ella retrocedía, tratando de conseguir con sus dedos algo entre las paredes que pudiera salvarla.

Por supuesto, nada la salvaría de las voces de su cabeza. Nada lavaría la sangra de su piel. Nada borraría las huellas de la traición recién digerida.

—¿Qué crees que quiero hacer contigo? —preguntó él, todavía de espaldas con una mano sobre la ranura de la pared móvil del pasadizo.

Lyra estaba tan pegada a una de las esquinas como le era posible.

—Lo mismo que a mi familia, imagino.

Entonces él se giró, expectante. Su sonrisa estaba en pausa mientras sus ojos fingían interés y comprensión. Lyra no podría haberlo odiado más ni porque él pusiera un mayor esfuerzo de su parte.

—¿Y qué es lo que crees que le he hecho a tu familia? —inquirió él con el tono que usaría un especialista en salud mental al escucharte hablar sobre tus problemas familiares.

Lyra apretó los labios. Su rostro temblaba con la misma violencia con la que se enrojecía, pero en su infinita inutilidad no podía hacer más que quemarse por dentro con sus sentimientos, incapaz de dejarlo ejercer dominio sobre ella, o daño sobre él.

—La masacraste y destruiste frente a mis ojos.

—No, mujer. —Entonces Sargas bufó con tranquilidad, como si hablaran de pronósticos de luchas en torneo, y no de un evento atroz y desalmado que acababa de quebrar más de una vida—. Eso se lo hicieron ellos mismos. No fue mi estocada la que atravesó a tu padre, ni blandí la espada que decapitó a tu madre. Todos iban a vivir. Tus hermanas podrían estar muertas en este instante, pero habrá sido por sus inútiles intentos de huidas.

»Ellas serían doncellas en mi corte, y tú mi reina. Ese era el trato. Y tu padre seguiría siendo el Lord de Deneb. Lo que pasó en medio de nuestro acuerdo solo fueron percances imprevistos.

Lyra callaba, cocinando sus entrañas en el odio que sentía. No tenía fuerzas para discutir con Sargas.

—Estás viva porque no puedo juzgarte por ser la prisionera de mi hermano —continuó él—. Tampoco puedo hacerte daño por las promesas que hice a tu padre, pero, como una vez tuve que hacer con Aquía, tendrás que ser adoctrina.

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora