Capítulo 44: Irreverente

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El cazador, hecho de heridas, reconstruido en odio, ya no surcaba los cielos. Despertó en esa cama ajena y la escasez de su ropa le escandalizó por un momento; sin embargo, a medida que se incorporaba, revivió el dolor de las costuras en su espalda, y sus recuerdos llenaron el agobiante vacío.

Caminó, más tranquilo, y quedó petrificado en la sala de estar por la vista que tenía del mueble.

La leonina ya no abastecía los teatros ni conquistaba su audiencia; hecha de nada, recubrió su corazón de hierro para no verlo tornarse en cenizas.

Ella estaba con la espalda apoyada en los cojines; mientras sus manos sostenían un libro, sus ojos parecían degustar pacientes su contenido. Solo llevaba un camisón, tan ligero que sus pezones se marcaban en la tela, tan corto que sus muslos quedaban a plena vista. Él recorrió todo el largo de esas piernas en una mirada furtiva, hasta llegar al punto en que sus tobillos se cruzaban.

«Deberías ir preso por lo que acabas de hacer», pensó Orión, a quien ni siquiera le quedaba saliva con la cual aliviar la resequedad en su garganta.

Se sacudió la imagen de la cabeza y avanzó con ánimo informal hasta la mesa donde le esperaba su desayuno.

—¿Cocinaste tú?

Leiah apenas alzó la vista de su lectura para escrutar a Orión con una mirada mordaz.

—Tengo cocineras que tienen cocineras, Orión. No he cocinado en mi vida y no pienso empezar a hacerlo solo porque te tenga como inquilino.

—¿Eso soy? —preguntó él al llevarse una cucharada de la ensalada de frutas a la boca—. ¿Tu inquilino?

Ella pasó su página con aire cansino, deambulando en sus propios comentarios internos mientras, con voz monótona, sin ni siquiera mirar hacia Orión, dijo:

—¿Hay otra cosa que quieras ser?

—¿Tu mentor, tal vez? —atajó él, metiéndose otro trozo de fruta a la boca—. Porque vas a dejar que te entrene ahora, ¿no?

—Entréname en lo que tú quieras, a mí me da igual.

Aunque lo dijo con indiferencia, Orión detuvo su cubierto a medio camino, meditando esas palabras hasta que decidió que había entendido mal.

Terminó de comer envuelto en la neblina de sus pensamientos. Seguía sin camisa porque el roce de la tela en sus heridas era incluso más insoportable que el proceso de abrirlas. A veces creía que su inmunidad era un residuo del poder en Cassio. Los golpes, en lugar de agonía, le generaban impotencia; o, como en el caso de la noche anterior, culpa. Por Leiah, en especial, porque estaba seguro de que observó todo, y de que cada pedrada que él recibía se sentirían como diez en la piel de ella.

Pero era solo eso. Su piel se sentía anestesiada, al menos para el dolor que recibía como castigo, pues parecía que su inmunidad no incluía no padecer el ardor de su alma.

Dejó su plato a un lado, decidido a no continuar rememorando la noche pasada, y se volvió hacia Leiah.

—¿Qué lees?

Ella cerró el libro, obstinada, y lo dejó en su regazo para ladearse hacia Orión.

—Un libro erótico. ¿Te interesa hojearlo?

Orión desvió la mirada de inmediato, pero eso no le ayudó a escapar de la risa cruel y estruendosa de Leiah.

—Por Ara, Orión, me cuesta creer que seas tan grande y a la vez tan fácil de sonrojar.

Él la encaró, serio.

—¿A qué viene esta pasión tuya por incomodarme?

—Dicha pasión no existe, pero ahora que entiendo que es tan fácil tal vez considere...

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Where stories live. Discover now