61: Asesino y caballero

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Era la hora más tierna de la mañana, cuando el sol perezoso apenas comenzaba su intención de desprenderse de las nubes bajas. Y aunque en el refugio no tenían ventanas, Orión sentía el amanecer en sus huesos, pues su alma estaba de nuevo en comunión con el cielo, con la parte de Áragog que estaba viva y desligada del plano terrenal.

Por eso, muy temprano, incluso antes de salir a desayunar, Orión se postró frente a su cama con Cassio encima de esta, y con una mano sobre la espada, le dijo:

—Hola, amigo.

Visto como espectador, tal vez habrían tachado de extraño —o loco— al caballero que, sin haber recibido respuesta, siguió hablándole al metal forjado con la empatía y naturalidad que se emplea con un ser querido.

—Te necesito —declaró en voz baja, sus dedos deslizándose por la hoja fría como arpegios de un sentimiento que pretendía transmitir—. Y no ha sido mi debilidad la única que me ha hecho extrañarte, sabes que te considero la mejor amistad posible, parte imprescindible de mí. Pero hoy voy a utilizarte, y me gustaría tu consentimiento y colaboración, porque sin ti soy inútil.

Cassio, la imponente espada portadora del cosmo de Enif, parecía palpitar sobre la cama. La espada no estaba en movimiento, pero un aura blanquecina escarchada la rodeaba, y parecía expandirse en ondas y oscilaciones específicas que solo Orión, al sentirlas contra su pulso, sabía interpretar.

Lo que sea que le haya comunicado la espada le dibujó una sonrisa en el rostro. Con un ánimo renovado, el caballero se colgó el arma inmensa a la espalda y salió.

~🖤~

Orión llegó al campo de entrenamiento que Sir Less consagró para esa nueva guardia. Todas las mañanas Ares partía temprano para allá, y regresaba bien entrada la tarde al refugio. Ese día Orión se les unió, aunque horas después de Ares.

El asesino entrenaba en un área confinada para esa tarea. Toda su mañana la había pasado entre barras y escaleras para sus flexiones y estiramientos. En ese instante practicaba cronometrado por uno de los lacayos de Amarok Kolbex. Simulaba una escapada de supervivencia escalando paredes con peldaños, saltando rocas, esquivando los obstáculos de púas y proyectiles de los arqueros, luego arrastrándose por un terreno de charcos.

Esa simulación era una demostración que, al finalizar y dar un par de consejos extras, mandó a recrear a los hombres que lo habían estado observando.

Ares se alejó y bebió de los odres de agua que le llevó un ayudante. Tan acalorado estaba que intentó aplacar el rojo de su rostro y el sudor que lo recorría entero vertiendo el agua sobre su rostro y rizos, dejándola manchar su camisa con esperanza de que eso lo refrescara.

—Podrías bañarte —comentó Orión en reprobatoria al llegar junto a Ares.

Ares se sacudió el agua del cabello asegurándose de que le salpicara al grandote a su lado. Luego echó sus rizos hacia atrás pasando la mano entre su cuero cabelludo.

—Ay... —suspiró—, tus refunfuños son melodía para mis oídos. Por eso somos buenos compañeros —agregó pasándole por el lado y golpeando su hombro—. Me sale natural eso de no prestarte atención.

Ares pasó a Orión y se dirigió a un área de hombres en fila separados en dos grupos.

—Grupo uno: vuelta completa al campo y de regreso. Esta vez no está permitido llevar cuadrilla para el agua, holgazanes —ordenó Ares señalando. A pesar de su puesto de mando, les hablaba como a un montón de colegas, y eso se notaba en sus subordinados, que parecían agradecer tener un líder como ese—. Grupo dos a práctica de tiro.

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Where stories live. Discover now