Capítulo 42: Ramseh Odagled

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Luego de una semana de viaje en carruaje con apenas unas pausas nocturnas en posadas para descansar, Leiah y el guardia llegaron a Cetus, a la casa que por suerte Leiah permaneció firme en comprar para sí misma a pesar de que Draco le insistió en pagarle algo mejor.

Henry se ofreció a cargar sus cosas hasta la sala sin queja, y Leiah lo agradeció con una sonrisa educada, a pesar de que sus ojos habían dejado de practicar un gesto tan ajeno como ese.

-Me quedaré afuera para cuidar su reputación -dijo el guardia un momento más tarde, parado en la puerta de entrada con esta abierta-. Pero si necesita algo...

-¿Se quedará? -inquirió ella, por completo confundida. Pese al estropicio de emociones en su interior, ella portaba su chal entre sus brazos como toda dama distinguida, y a pesar del divague de sus pensamientos tiraba de la punta de los dedos de sus guantes de satén para quitarlos con una gracia difícil de emular.

-Siempre que mi presencia le sea de utilidad, madame -contestó el hombre.

-Pero, ¿afuera? Mi reputación es lo que menos me importa, sir, no le dejaré dormir afuera así que déjese de estupideces y si se tiene que quedar lo hará aquí.

«Mi reputación es de hecho mi condena», agregó Leiah para sí misma.

-En ese caso -convino el guardia con una ligera reverencia-, estaré en vela por si cualquier peligro acecha.

Leiah no entendía todavía la actitud del guardia. ¿Había recibido algún pago e instrucción de Draco en secreto?

-De acuerdo -cedió ella para probarle-, le pagaré en la mañana y podrá irse.

-No le he pedido pago, madame, ni tengo intensión de marcharme a menos que usted concluya que no me necesita, o que me necesita en una tarea distinta fuera de aquí.

-Pero... ¿Por qué? ¿No trabajas para Draco?

-Él me paga, sí, y como él podría pagarme cualquier otro, tal cual hizo usted una vez. Pero hay algo que no se puede comprar, y es la lealtad. Yo prefiero entregarle la mía a la mujer que vi arriesgar su vida por una desconocida a la que apedreaban injustamente.

-No lo comprendo... ¿Qué es lo que me estás tratando de decir? -preguntó Leiah con lágrimas en los ojos, aunque no entendía de dónde provenían.

El tal Henry desenvainó su espada para sorpresa de Leiah, y avanzó despacio para no alarmarla, hasta dejar el arma a sus pies.

-Mi espada es suya, madame. Puede tener la seguridad de que, incluso si llegasen mañana torres de coronas para pagar por ella, siempre será de usted. Su vida, y su protección, será mi único propósito a partir de ahora. La protegeré con la mía.

Leiah se limpió las lágrimas con el talón de su mano, mirando hacia otra dirección. No sabía manejar lo que ocurría. Ni siquiera era capaz de creer lo que estaba viviendo.

-Dígame que si necesita algo, lo que sea, y lo haré -agregó el guardia.

Eso le hizo sonreír, y aunque seguía perdida empezaría por agradecer y luego por darle el nombre correcto al guardia a su servicio.

-Gracias...

-Henry -terminó él-, si usted dice que ese es mi nombre ese será.

Ella rio, pero no intentó persuadirlo de que le diera otro nombre.

~~~

Esa noche Leiah se bebió todo lo que se atravesó en su bodega. Tenía tres botellas distintas abiertas en la habitación y de todas bebía directo del pico mientras un cigarrillo se consumía entre sus dedos.

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora