Capítulo 28: El rey maldito

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Sargas

Sargas ya había previsto que un reinado no sería un derroche de comodidad. Entendía los sacrificios, las horas de ocio que perdería, y la cantidad de voces a las que tendría que prestar su oído. Porque ser rey y holgazán no es un plan digno para mantener a flote una nación. Ser rey y necio, tampoco era lo ideal si quería mantener la corona ciñendo su cabeza, y la cabeza sobre sus hombros, para variar.

Pero prestar atención requería tiempo y un esfuerzo mental para el que el heredero escorpión no estaba dispuesto, ni preparado, dado que su condición física —el constante dolor que condenaba su piel—, limitaba mucho su capacidad de concentración. Así que solo tenía cabeza para sobrellevar la tortura y avanzar. Soportar, y avanzar. Era el plan antes del plan.

Pero eso lo convertía en un rey tosco, poco diligente, incapaz de llevar un reino en ruina. Y si la corte terminaba de decidir que esta era una verdad y no un rumor, lo harían desaparecer mucho más rápido de lo que destituyeron al antiguo rey, su padre.

La Iglesia lo apoyaba no porque creyera en él, sino porque creía que podían manipularlo y necesitaban una excusa para quitar del medio a Lesath, quien ya había sobrepasado los límites de la tolerancia de la congregación de santos.

Sargas necesitaba que esto siguiera así. Y, a la vez, ganar tiempo. Tiempo hasta conseguir eso que le hacía falta, la única pieza restante para dejar de fingir que podía ser un rey, cosa que jamás le había importado.

Porque Sargas Scorp no nació para reinar, los reyes sirven a la ley, se deben a su puedo, rinden cuenta a la Iglesia, dependen de la unanimidad de la Asamblea y de las opiniones del Consejo. No, él no quería ser rey, sino un tirano.

Si todo salía como tenía planeado, pronto no existiría otra ley que su voz, y nadie podría combatirla, porque tendría el respaldo de la inmortalidad.

Se convertiría en el primer emperador, y todo ser y entidad viviente sería su súbdito.

Mientras, debía fingir, y para fingir necesitaba a su Mano. No sería el primer rey que delegara y se dedicara a beber y festejar en el proceso.

Así, mientras Sargas Scorp bebía de un cáliz tras otro el vino dorado de la reserva del primer escorpión para entumecer su cuerpo hasta olvidar que estaba muriendo, célula a célula, hueso por hueso; lord Zeta Circinus, resurrecto por la más prohibida de las artes cósmicas de las que se tiene conocimiento en Áragog, se quedaba hasta muy tarde repasando informes y borradores de discursos pensados para el regente en el despacho privado del rey.

Por su parte, Sargas solo tenía interés en supervisar que la sala del trono fuese remodelada a su antojo luego de su instauración como regente de Áragog. Bastó de una mano en las Sagradas Escrituras de Ara, un juramento y una corona. El heredero, ahora monarca, aceptó de nuevo el cetro con la piedra del escorpión tallado en rubí, una gruesa capa de piel negra con grabados de hilo dorado que formaban constelaciones con los nombres de sus antepasados, y un prendedor con el blasón real, el escorpión coronado.

Los muebles de un rey salían y otros entraban, unas cortinas se quemaron y nuevas se tejieron. Se vaciaron armarios y volvieron a llenarse en cuestión de horas. El cuadro de Lesath dejó de ser público en el castillo, y el de Sargas se comenzó a crear, pincelada a pincelada.

El trono sufrió un cambio radical, ahora su base tenía un nuevo trabajo de arquitectura, con cráneos humanos incrustados sobre la piedra gris, y esqueletos de escorpiones que entraban y salían de los orificios de la boca, nariz y ojos de aquellos fósiles esmaltados.

—¿No le parece un poco grotesco el diseño, majestad? —preguntó uno de los asesores de imagen del reino, al que Sargas adoptó como asistente personal gracias a que sus regordetes cachetes le hacían reír, y lo bueno que era organizando y recordando cosas.

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Where stories live. Discover now