52: El fantasma Sagitar

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Lyra

Esa noche no pudo dormir. Estaba inquieta, preocupada e incómoda. Su cuerpo tenía una especie de comezón inexplicable que asumió como imaginaria.

No era la peor cama en la que había dormido, era de las mejores. Todas sus comidas tenían los nutrientes que necesitaba para sentirse saludable y no como si en cualquier momento pudiera caer desmayada.

Estaba bien, estaba mejor que nunca. Pero no se «sentía» bien, lo cual era un conflicto interno que mantenía siempre en privado.

En un momento pareció dormitar más de la cuenta y debió haberse quedado dormida sin notarlo, porque de pronto despertó, sobresaltada, y descubrió que no estaba sola.

Una figura nocturna se agazapó sobre ella, cubriendo su boca y nariz con un pañuelo para amortiguar sus gritos e impedir el flujo de su respiración.

Lyra se retorció, pero no había mucho que pudiera hacer contra el extraño atacante, salvo lo instintivo. Ella extendió la mano y la cerró contra la garganta del desconocido. No hizo nada más que dejarse dominar por una oleada de nerviosismo que recorrió hasta su mano e impactó el cuello del intruso, cubriéndolo de una explosión de escarcha que se extendió como raíces congeladas desde su quijada hasta sus sienes.

La figura se alejó, aferrando su garganta con ambas manos. Tambaleó más cerca de la ventana donde Lyra lo pudo ver mejor. Parecía balbucear en un intento de comunicarse, pero sus cuerdas vocales estaban congeladas, al igual que sus vías respiratorias obstruidas por hielo.

Lyra se sentó al borde de la cama, lo suficientemente cerca para notar cómo el hombre se ponía azul por la falda de oxígeno.

Él estiró la mano y, aunque Lyra no podría jurarlo, no tenía duda alguna de que del anillo de esmeralda en su dedo una oleada de calor escapó, despeinando el cabello de Lyra y dejándolo húmedo en su onda expansiva, y derritiendo el hielo que casi asesinaba el intruso.

El hombre se dobló contra la ventana, escupiendo hacia afuera con tos y jadeos todo el agua que resultó de aquel hielo derretido en sus pulmones.

Acabó rojo de tanto toser, limpiando el agua y saliva de sus labios con su manga, pero al menos estaba vivo.

—Pudiste haberme matado —espetó él.

—Yo podría decirle lo mismo a usted.

Para ser un hombre que estaba de intruso en su habitación, atacándola, no vestía como si temiera ser reconocido. De hecho, iba de blanco, con un traje de alta costura y las hebras rubias de su cabello peinadas diligentemente hacia atrás, aunque algunos mechones escaparon en su reciente susto.

—Me habían dicho que no recordabas la existencia de tu poder —se quejó él—. Es usted una mentirosa, mi lady.

—A mí me dijeron que estaba muerto.

Él enarcó una ceja.

—¿Sabes quién soy?

—Debe ser Levith, ¿no?

Al intruso pareció hacerle mucha gracia la deducción, pues se carcajeó al punto en que tuvo que usar el mismo pañuelo con el que había intentado asesinar a Lyra para amortiguar su risa.

—Mi nombre es Draco —repuso él al fin—. Levith es solo el nombre que mis padres escogen darme.

—¿No son los padres quienes nos nombran?

—¿En qué cuento de hadas, patito? A mí me nombraron las estrellas.

—Pero son los padres, los nobles al menos, quienes escogen sus derivados —siguió Lyra, arrastrándose fuera de la cama hasta quedar de pie, ignorando con deliberación el apelativo burlón que usaba el extraño, el mismo que solía emplear Indyana hacia ella.

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora