Capítulo 43: El Origen

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Ese día cambiaría todo. Y empezó por la decisión de Leiah de darle la noche libre a Henry y dejar a Sah guardada en el anillo.

Había pasado días de desolación, solo quería una noche sola, lejos de murmullos extraños, lejos de los espectros de un futuro truncado, y sin un cosmo que estuviera cuestionando cada uno de sus pensamientos.

Era noche de Archernar. En Cetus se celebraba cada dos años esa festividad como conmemoración a la primera estrella nacida de la unión de dos estrellas no natas, según la mitología áraga. Era una de las pocas festividades que tenían como lugar anfitrión el pueblo, porque sir Archernar, el portador en el plano terrenal del alma de aquella estrella, había sido un guerrero originario de Cetus.

Esa noche su estrella brillaba en el cielo, destacando en la constelación Eridanus como si fuese un sol azul. Era el día donde los devotos pedían por las almas de sus muertos, porque encontraran la paz en el reino cósmico, o se les concediera una segunda oportunidad a los que dejaron asuntos pendientes.

Había una gran fogata en el medio, las plegarias y las ofrendas se depositaban en sus llamas. Leiah llevó su propia carta sellada en lacre y adornada con una ofrenda para el valiente Archernar.

En su carta, Leiah pedía por Aquía. Porque Sah tuviera razón, y Aquila le concediera la paz de una vida fuera de Áragog, reinando en las constelaciones.

Cuando se dio la vuelta para ir lejos de la fogata, se fijó en Ramseh, que bailaba una cuadrilla tan enérgica que contagiaba su buen ánimo. Él sonreía, ese tipo de sonrisa indeleble que parece al borde de tornarse en una risa sonora. Estaba en el mismo grupo que la chica que le gustaba, así que de vez en cuando se cruzaban en el baile, aunque ambos trataban de disimular sus emociones al respecto.

Leiah tuvo su primera sonrisa en días y se dio la vuelta, no quería interrumpir a su hermano ni que nadie notara que lo observaba, pero apenas se giró escuchó una voz que la detuvo.

Ella no llevaba encima el cosmo de Aquía, así que no tenía lógica lo que sintió en ese momento, una especie de onda expansiva por todos sus huesos en el lado izquierdo de su cuerpo con solo escuchar lo que dijo esa voz.

«Leonides».

Pero ella no se llamaba Leonides, ¿por qué se sentía tan aludida?

Al darse la vuelta, se encontró con un hombre con una preciosa piel oscura y unos brazaletes extraños de gemas entretejidas. Al verlo a los ojos, el hombre pareció ver un fantasma, y agregó:

—Aquiles.

Su cuerpo también reaccionó a esas palabras, pero de forma adversa.

—No entiendo su lenguaje...

El hombre, indiferente a su confusión, continuó hablando como presa de un trance.

—Athara te maldijo —pronunció el hombre en voz trémula, como si el viento relatara confidencias escalofriantes—, Ara te repudia y a Canis le eres indiferente. No perteneces a nada, y a la vez dos te pertenecen.

Leiah abrió la boca, pero la volvió a cerrar, sintió que el hombre tenía cosas más importantes que decir, y estaba muy interesada en escucharlas.

—Tienes que saber... ellas me piden que te cuente.

—¿Qué? ¿Quiénes? ¡Dígame!

—Hace doscientos años —continuó el hombre, acercándose un paso más para aumentar la confidencia—, el clan Leonides se levantó contra sus esclavistas. Eran trescientos, y fueron masacrados por uno: Aquiles, el Alas Negras, enviado de Aquila. Solo hubo un superviviente a la masacre: Oras Leonides, la menor. Un cosmo como los que ya no nacen. Oras, en las tierras de Zatah que hoy se conocen como el terreno baldío, fue por el objetivo de su odio.

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Where stories live. Discover now