18: Ódiame [+18]

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Leiah

La siguiente puñalada llegó días después.

«Draco Sagitar, quien tal vez sea el soltero más adinerado del reino, crea el evento más prestigioso y exclusivo de la década en Ara.
Con la participación de las mejores estrellas de Aragog».

Se trataba de un evento para que sus mejores inversiones se lucieran, una fiesta en su mansión donde asistirán todas las actrices a las que había representado con éxito. Las joyas de su corona.

Y Leiah no fue invitada.

—Maldito —exclamó Leiah al leer el anuncio.

Partió la copa entre sus manos contra el marco de la chimenea. Al instante se arrepintió. Tenía que pagar alquiler y comida, y seguía sin conseguir un trabajo. No es como si le faltara dinero, pero no podía seguir viviendo como si su fortuna fuese eterna, eso incluía partir copas de las que estaba limitada.

Días más tarde, y a pesar de la afrenta clara que recibió la Vendida sin dueño al no ser invitado al evento de quien una vez fue su inversionista, ella sí asistió. Se camufló entre los invitados luego de sobornar al portero con una suma que no quería rememorar.

Seguía derrochando, y lo que más la enfurecía es que fuese en él.

«Necesito golpearlo, esto lo vale», se dijo a sí misma.

Se paseó entre la multitud con su vestido dorado que brillaba como si estuviese bañado en escarcha, arrastrando la cola hasta conseguir un asiento el cual usurpó con orgullo mientras la abertura de su falda dejaba ver parte de sus piernas cruzadas y todo el esplendor de sus tacones plateados.

Su cinturón era una serpiente hecha de plata con escamas talladas, enroscada alrededor de su circunferencia, disminuyéndola. Era un pieza idéntica a la que llevaba como gargantilla.

Guantes de satén blanco estilizaban sus manos que con maestría y elegancia manipulaban una copa a medio llenar, y en la otra un cigarrillo que conducía a sus labios bañados en el color de la sangre.

Su cabello apenas había crecido para rozarle los hombros, pero su movilidad e infamia le daban a Leiah un carácter tan atractivo como atemorizante. Y sus ojos... Nada de sombras, solo un delineado que alargara el peligro de su mirada y le dejara el protagonismo a la desigualdad de sus iris, al odio autodestructivo que transmitían. Y, para finalizar, tres puntos de pedrería brillante sobre la curvatura de sus cejas, porque el veneno no se bebe si no viene en un frasco escarchado.

Esperó hasta que el anfitrión bajó por las escaleras inmensas de madera negra y espaciosos escalones. Lo miró, odiando cada parte de su presencia como jamás había sentido arder nada dentro de ella.

Odió la manera en que sus manos, al deslizarse por la barandilla, le recordaban lo fuerte que podían apretar. Odió que sus ropajes de alta costura y la manera imponente en la que él los portaba no tuviesen nada de reprochable.

Odio su máscara de falsedades, con esa sonrisa ensayada para desmayar a cada ser humano que fuese sometido a ella. Odió que sus dientes brillaran con vanidad, pero odió todavía más que la piel del cuello de ella ardiera con el recuerdo de cómo la mordía.

Odió el dominio que ostentaba su porte y su mirar, porque ella lo creía ficticio, pero recordó también cómo esos labios que con animosidad saludaban, antes la habían apuñalado como nunca nadie había podido.

Débil —susurró el acento de Draco en su cabeza, haciéndola apretar de más la copa y a la mano de su cigarrillo temblar.

Pero se odiaba más a sí misma, porque le afectaba. Se odiaba porque...

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora