59: Eslabones de un sueño por cumplir

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Así como es imposible notar el instante exacto en que un ser humano se queda dormido, Leiah no podía recordar en qué momento dejó de ser Oras, dónde estaba entonces o cómo había llegado allí.

Pero poco a poco la consciencia de su ser la envolvió. Jadeaba y sudaba, como si la hubiesen sacado a rastras de un horno. Su espalda escocía, pero al llevar las manos a esta consiguió la camisa de Ares intacta, apenas húmeda de sudor.

Decidió quitársela y solo entonces sus dedos sintieron los relieves de algo en su espina dorsal, algo que podría ser una cicatriz.

«Necesito verlo».

Volteó y removió las sábanas, pero la cama estaba vacía además de ella. Tal cual había previsto, Orión debió escapar apenas pudo.

No era momento para aborrecerlo, necesitaba sus ojos.

Con la camisa negra de Ares hecha un bulto y presionada contra su pecho, salió de la habitación. Corrió por el pasillo sin ver a los lados, alcanzó la puerta de Orión, la abrió y atravesó en un respiro, cerrando detrás con ímpetu.

Orión quedó paralizado, sus manos interrumpidas a medio doblés de lo que parecía ser una camisa; al borde de la cama junto a esta había más prendas de ropa, todas perfectamente dobladas, organizadas en grupos de color. El cuarto, que estaba prácticamente vacío de cualquier adorno distintivo, se veía dos veces más ordenado que el de Leiah.

Él la recorrió con una mirada. Estaba tan descubierta como la noche anterior, incluso más. Ahora podía ver su cintura, abdomen y caderas, pues la camisa estaba hecha un puño con el único objetivo de cubrir sus pechos.

Orión arqueó una ceja y comentó:

-Sé que ya es «mañana», pero yo había esperado que al menos me invitaras unas galletas antes.

Leiah dio tal resoplido de obstinación que añadir cualquier comentario despectivo podría considerarse un exceso.

Sin mediar palabra, la actriz se pegó de frente a la puerta, llevando las extensiones de cabello a su pecho para descubrir su espalda y poder dejar caer la camisa.

-Empiezo a sentirme usado -dijo Orión ante la escena.

-¿Quieres verme la maldita espalda, Orión?

Él alejó sus ojos de la parte baja de su cuerpo y se fijó en la zona que ella señalaba.

Con el ceño fruncido, Orión se aproximó hasta que poner una mano contra la puerta, cerca del rostro de Leiah, pero sin tocarla. Solo la usó para apoyarse mientras sus ojos degustaban ávidos las hendiduras rojizas y el relieve dorado que cruzaba todo el largo de esa espalda.

Leiah tenía una espalda preciosa... Aunque, en su muy reservada opinión, todo en Leiah era precioso. Menudo, pero precioso. Solo acercar el dorso de su mano a esa curva en su cintura -con la intención de tocar solo en su mente-, hacía evidente la diferencia de tamaños. Él tenía la fantasiosa impresión de que con ambas manos podía rodearla entera.

Cerró los ojos. Su intención era serenarse y volver a lo suyo, pero un fogonazo de la noche pasada azotó sus recuerdos y creó un calor insano dentro de su pantalón.

No había escapatoria, ni en su mente ni frente a sus ojos. Ella estaba ahí, imperando sobre el hambre de él.

-¿Una eternidad necesitas? -inquirió ella, pero no volteó. Su vista estaba clavada en la puerta y eso hizo que Orión reprimiera una sonrisa. Sabía que estaba evitando el contacto visual, sabía que estaba nerviosa y prefería combatirlo siendo hostil.

Con esa satisfacción encima, él llevó sus nudillos a la columna de Leiah y la recorrió de arriba a abajo, sintiendo la irregularidad del terreno por la piel que apenas cicatrizaba. No le pasó inadvertido como los vellos de la actriz, sin haber ensayado para aquel teatro, salieron a escena despavoridos.

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Where stories live. Discover now