Capítulo 40: Ella me asesinó

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Sargas

«—Tu prometida es la culpable de mi homicidio.»

Sargas apenas se cuidaba de que vieran entrar a Zaniah a su habitación. Pasaba día, tarde y todas sus noches con ella, incluso en la misma cama. Sin tocarla, ni una vez. Solo le interesaba su voz, su canto, la paz que le provocaba.

Era adicto a ella, y no quería cura.

Le preocupaba más Roshar, y que se apresurara a pasar su despecho y entender que no tenía elección, que su cuerpo se descompondría en las mazmorras si no accedía a ayudar a Sargas para que este al fin completara su transformación.

Y, sin embargo, el arka astrólogo no parecía tener prisa por salir de su prisión. Para alguien que ha vivido siglos, un par de semanas seguro parecerían apenas horas.

Sobre el asunto de Zaniah, había otras personas que no parecían tan tranquilos con la indiferencia del regente al respecto. Como su mano, por ejemplo, quien era su consejero más cercano.

—Su reputación está en juego, majestad —le dijo esa tarde que se presentó ante él en el salón real—. Si le ven siendo infiel antes de la boda, la iglesia podría tomar acciones. Y sabe que depende de la bondad de la Iglesia. Ellos destituyeron a su padre, ellos pueden eliminarlo a usted con la misma facilidad. Si usted necesita compañía busque una vendida, ellos lo aceptarían, esas mujeres le pertenecen una vez paga por ellas, pero si no compra a la cualquiera con la que duerme...

Sargas no podía abofetear a su mano, iba en contra de todos sus principios y el valor de su amistad. No había hecho que Roshar vendiera el alma de lord Zeta a Canis —con el fin de que lo devolviera a su cuerpo con la mitad de la consciencia de un sirio— solo para ofenderle de esa forma. Pero había una manera más efectiva para educarle con el fin de que aprendiera a respetar a su rey.

Sargas chasqueó los dedos hacia Copitas, su sirviente con la cara más cómica y menos indeseable, y al tenerlo inclinado sobre él, le ordenó en un susurro lo que debía hacer.

Copitas dejó el cáliz en manos de Sargas y se encaminó hacia Lord Zeta Circinus. Una vez cerca, levantó la bandeja de plata donde solía llevar las bebidas y la estampó contra su rostro, tan fuerte que el cuello de Circinus crujió.

Zaniah, sentada en el trono que había de pertenecerle a Lyra, apenas contuvo la satisfacción, pero una pequeña curva se adivinaba en las fronteras de sus labios. Porque puede que Sargas hubiese dado la orden, pero ella que era la causante de ese impulso. Y no había nada que le diera más satisfacción que humillar a escorias como los guardianes de la fe.

La mano levantó el rostro, rojo como si toda la sangre de su cuerpo se hubiera congregado ahí, y en un arrebato de cólera desmedida levantó a Copitas por su chaqueta.

—Si le tocas un pelo a mi sirviente —interrumpió Sargas, sereno mientras meneaba su trago— cuando yo le he dado la orden, me estarás haciendo lo mismo a mí. ¿Es eso lo que quieres, Zeta? ¿Violentarme?

—Jamás, majestad.

—Entonces suéltalo, y que sea la última vez que te refieras a mi amuleto de ninguna manera ofensiva. Y que no te preocupe mi reputación. Seré rey, me acueste con quien me acueste. No creo que a mi futura mujer le moleste esto, estará encantada de saber que he estado practicando para ella.

Zaniah contuvo el impulso de reírse, ocultando su burla tras el cáliz que llevó a sus labios para beber.

«Virgen», pensó ella de manera despectiva, fantaseando con decírselo a la cara.

—No volverá a ocurrir, majestad —se disculpó Lord Zeta a la vez que bajaba al sirviente, lento, mientras con sus ojos le advertía que tuviera cuidado de no volver a cruzarse en su camino—. Ahora... Lejos de este asunto hay algo urgente que quiero discutir con usted.

Vencida [Sinergia II] [COMPLETA]Where stories live. Discover now