I: Mirada lejana

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Harry no recordaba que el invierno fuera tan crudo. Y culpaba el haber estado refugiado bajo el techo de su hogar cuando estos días de frio llegaban al continente sur. Siempre, desde que era un simple niño, se sentaba junto al fuego de la cocina, mientras su madre ponía los calderos para hacer una sopa. Adoraba sentarse en el cómodo sofá y llevar sus rodillas al pecho, para capturar todo el calor de aquel fuego y refugiarlo bajo sus abrigos, mientras afuera la nieve caía suave y blanca y toda su gente permanecía refugiada en sus hogares, disfrutando de un día familiar.

Pero ahora nada de eso existía.

Sekgda ya no existía.

Alden tampoco.

Y los pocos que sobrevivieron, deambulaban por el bosque blanquecino y congelado, buscando algún refugio, alguna aldea, alguien que pudiera ayudarlos a sobrevivir unos días más, para que Sekgda no acabara muerta del todo. Perdida en el tiempo.

Dos semanas habían transcurrido desde aquel mordaz ataque de Melaquias. Tiempo suficiente para que Harry pudiera perderse en lo más profundo en donde su alma llegó a caer. Para llorar en silencio durante las noches, observando el infinito cielo. No había estrellas, no había nada más que escarcha a su alrededor. Hielo, agua y un sol tan frio, que no alcanzaba a calentar sus labios o manos heridas. Los nudillos los mantuvo rojizos todo el tiempo, y pequeñas quemaduras ya empezaban a crearse en sus palmas. Sin embargo, a pesar de la brutalidad en la que se encontraban, su padre pudo crear lo más parecido a una  carreta para llevar a los omegas que aun vivían, los niños que lloraban por comida y los ancianos heridos que ya no podían caminar. Lamentablemente, aquella carreta era arrastrada por los alfas, por... Su padre.

Harry no había hablado durante los catorce días que perdió a Louis, Alden y su madre. No había hablado con Ivory, ni con Darko, ni con nadie. Y gracias a su dios, ellos no lo forzaron a hacerlo. Estaban acostumbrados a que él se perdiera y no cruzara ninguna palabra con otros después de lo ocurrido con Gaelen. Pero esta vez, Harry no creía volver a ser siquiera el mismo. No cuando vio con sus propios ojos a Louis ser golpeado y torturado. Cuando más de veinte alfas cayeron sobre su cuerpo.

Recordarlo le apretaba el pecho. Le impedía respirar y sus ojos se perdían una vez más en la lejanía para que su cerebro maquinara una manera de borrar aquel dolor. El cual no se iba. Sin embargo, también era consciente de que su padre estaba preocupado, no solo de él, sino de todos los que ahora deambulaban en el bosque. Algo de culpa había en su mirada, en su boca, porque al igual que él, apenas podía hablar.

Al menos ahora todos sabían que él nunca estuvo loco, que el nombramiento de Denébola y la insistencia de que debían unirse para encontrarla, nunca fue un capricho, una manipulación u obsesión. Ella era tan real como todos ellos, y estaba destruyendo aldea tras aldea, pueblo tras pueblo, reino tras reino, por cada paso que ejercía sobre el suelo. Los más débiles ya habían caído y esos eran Göil, Bridim y Sekgda. Todo su mundo se había destruido como si de una pluma se tratase. Guerreros fuertes, casi inmortales, murieron así sin más. Cayeron en la seducción y palabrerías de ella como... Como seres inútiles, ridículos, lascivos. Cadoc, él se había casado con Melaquias, y quien sabe por cuanto tiempo aquel omega fingió ser bueno. Por cuanto tiempo esperó para poder apoderarse de uno de los ejércitos más grandes de los vikingos y llevárselos a Denébola.

Gente de Sekgda también fue con él. Niños, ancianos. La mitad de su gente, su sangre, sus ancestros, se fueron con él y se perdieron en el mapa. Sus mentes cayeron en los hilos manipuladores de esa mujer y morirían de esa manera.

Harry había oído a su padre intentar obtener una respuesta por parte de Anika que viajaba con ellos. Era la única curandera con vida que podía ayudarlos. Había curado a los ancianos heridos y los niños enfermos con sus brebajes, y aunque a su padre le aterraba junto a la profeta, no pudo no preguntarle que había visto. Quien era la bruja y el por qué quería destruirlos. Si la profeta les dejó algún mensaje. Pero Anika no respondió ninguna de esas preguntas. Sus labios permanecieron sellados mientras sus ojos blancos no expresaban nada.

The king's heart (l.s) #2Where stories live. Discover now