XLIII: Invitados

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La espalda le dolía y no de una manera placentera. La sensación de estar sobre la montura y que su trasero golpeara una y otra vez la superficie dura era horriblemente incomoda.  A pesar de que le comenzaba a doler el cuerpo por cabalgar, la vista que le ofrecía estar arriba de la yegua era inigualable. Completamente libre y abierto. Louis iba a su lado guiando a ambos caballos, sus ojos fijos al frente mientras Harry apretaba sus manos en las riendas y observaba las casas que comenzaban a hacerse más pequeñas a medida que llegaban a la playa.

En esa parte no había edificios apilados, banderines, árboles o farolas encendidas. El olor era salado, frío y húmedo. Las casas eran bajas, las puertas también y muchas tabernas tenían sus letreros en lo alto para invitar a los ciudadanos a que ingresaran ahí. A través de las ventanas se podía avistar las luces tenues de las velas, el canto grave de los hombres. Harry ocultó una sonrisa cuando pasaron a toda velocidad por afuera de las casas, pensando que esta parte era muy diferente a lo que la ciudad prometía cuando se entraba por la parte principal. Al parecer, las casas a las orillas de la playa eran iguales a las vikingas. A su padre le gustaría andar por aquí, beber una cerveza y compartir con sus amigos.

Louis se giró a mirarlo, sus ojos lucían más brillantes ante los últimos rayos del sol. Las estrellas brillaban sobre ellos y provocaban que la mirada de su alfa se viera pura y ligera.

Harry le sonrió.

—Te soltaré —le avisó.

Y esa sonrisa desapareció.

—¡No! —gritó, aferrándose más a las riendas.

—No le temas al animal, tesoro. Tú eres quien lo comanda.

Y dicho eso, lo hizo. El maldito...

Harry vio a Louis tomar velocidad y descender por el asfalto de piedra hasta ingresar a la arena amarillenta de la playa. Harry siguió cabalgando sin saber que hacer. Pensó en lo que había visto hacer a Louis, pero él solo se había inclinado y golpeado la montura con sus piernas.

Lo hizo.

Y la yegua comenzó a correr. Harry chilló a la vez que entrecerraba los ojos y miraba con desconfianza al frente. Sus rizos se despeinaron y volaron junto al viento. No se sentía libre, pero no mentiría que la sensación era gratificante.

—¡Relájate!

Escuchó a Louis gritar desde la playa.

—Como si fuera muy fácil —susurró para sí mismo —, agh...

Cuando estuvo a punto de llegar a la entrada a la playa, jaló de una de las riendas en el sentido que pensó, la yegua haría para doblar. A su suerte ella lo hizo y pronto sintió la suavidad de la arena cuando la yegua corrió sobre ella. Sus piernas fuertes hundirse y salpicar gotas de arena en el aire. No era tan difícil pero... ¿Ahora cómo iba a detenerse?

—¡Como la detengo! —le preguntó a su alfa, pero él rio y remeció las riendas de su caballo para ganar velocidad y posicionarse a su lado. Su sonrisa...

Era tan salvaje. Tan hermosa. Tan viva.

No evitó contagiarse de la misma y soltar una carcajada al comprender lo que sucedía.

Él estaba cabalgando una yegua, en la playa, junto al rey que todos temían. Una subida de adrenalina lo asaltó y la tensión en todo su cuerpo se evaporó. La yegua no se sintió grande o imposible de manejar. Él la sintió, notó su corazón, el eco de sus pisadas, de sus latidos.

—¡Eso es! —le dijo Louis por sobre el viento —. Ven conmigo.

Cabalgaron juntos a orillas de la playa mientras el sol dejaba ver sus últimos rayos. Harry lo observó perderse en la distancia y esconderse en el horizonte. Sus mejillas frías se estiraban cada vez más por las sonrisas bobas que no podía controlar. Louis no se apartó de su lado mientras cabalgaba y sonreía también. Ambos luciendo como dos niños traviesos escapándose de sus padres.

The king's heart (l.s) #2Where stories live. Discover now