LXIII: Hogareño

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Harry se dio cuenta que no le gustaban las ceremonias o las misas o cualquier evento en donde se requería pensar en los muertos. En los dioses. En pedir esperanza y ayuda. Antes, durante el día, había creído que una ceremonia sentaría bien para calmar la angustia que traía desde que Denébola se apoderó de Nymeria, pero comprendió que no.

No era así.

El ambiente había mudado por completo y el frío se instaló duramente sobre el continente. Como si Denébola hubiera arrebatado toda calidez hasta en el rincón más caluroso. No dudaba de ello. Sabía, su intuición lo decía, ella había hecho algo en el mundo. Había abierto portales quizás, al usar esa magia tan obscena para destruirlos.

Mientras veía a Louis prepararse para la ceremonia que Erix permitió y se haría en la plaza central de Lenor, Harry retorció sus dedos unos contra otros sentado en la cama. La reunión pasada había sido tensa. Elías, Zayn y Gaelen no confiaban mucho al creer que Louis ocultaba su magia por voluntad. Pudieron acceder a combatir, pero en sus rostros se leía la desconfianza y, aunque no quiso verse influido, Harry no estaba tranquilo sabiéndolo.

Vio a Louis enfundarse en un abrigo, sus ojos se deslizaban por su cuerpo a través del pequeño espejo que Erix les dio cortésmente con atención. Harry deseó tocarlo. Abrazarlo. Que él lo meciera entre sus brazos para poder respirar. Para poder dejar de pensar en su padre, porque aunque fingiera que podía manejar el dolor...

Suponía que su silencio hablaba por él. Después de ver morir a Viggo sentía como si las palabras hubieran sido arrebatadas de su boca, de su garganta, pero no de la cabeza. Notó un peso muerto sobre el cuerpo, en las manos que continuaban frías. La ausencia de él... Harry creyó que jamás la notaría. Y que si pasaba, podría acostumbrarse. Pero se había equivocado. Porque la muerte de Viggo no fue en un campo de batalla como él habría deseado, sino en un palacio, en una tierra ajena a sus costumbres. Salvándolo.

La culpa seguía resbalando por su cuerpo.

Lo sentía como un líquido espeso que constantemente se deslizaba por sus hombros. Era de un color rojizo oscuro, como la sangre que se derramó y que tiñó las baldosas.

¿Continuaría su sangre ahí?

¿Continuaría su cuerpo ahí tirado?

Deseaba ir a buscarlo y quemarlo. Necesitaba rescatarlo. Quizás de esa manera volvería a respirar con normalidad. Quizás...

No recordaba a la profeta advirtiéndole de esto, pero sí recordaba que ella le había dicho cuan peligrosa podría ser Denébola. Aquella noche en que Louis llegó, ella se lo advirtió. Pero el Harry de ese día nunca escuchó.

Una mano cubrió la suya y, antes de haberlo advertido, sangre emanó desde los costados de su dedo índice. Harry frunció el ceño y limpió su dedo con el pulgar mientras veía la herida que se hizo. Se había sacado tantos pellejos, que no advirtió la sangre fluir. Harry alzó la mirada, pero Louis se acuclilló ante él antes de decirle que estaba bien.

Louis tomó su mano entre la propia y sacó un pañuelo del bolsillo de su abrigo. Tal como un viejo recuerdo, comenzó a limpiar la herida con cuidado. Sus ojos ocultos bajo su ceño tenso se llenaron de tranquilidad. Si vio la cicatriz que se hizo con el collar de Alden, no dijo ninguna palabra.

Los dedos de los pies de Harry se enroscaron ante su cercanía.

Afuera el ruido de las pisadas y de las armaduras de los soldados, al igual que el fuego de las fogatas y las antorchas que iluminaban el campamento, se percibió con más notoriedad ante el silencio. No había sonido de aves nocturnas. Solo la danza de las ramas de los árboles que se sacudían uno contra otra, el viento atravesando los arbustos y sonando fantasmalmente. Harry no había puesto atención a eso hasta ahora, que el silencio recayó en su tienda. No habló. No podía hacerlo. Y ante su silencio, pudo oír la música provenir de la ceremonia en Lenor.

The king's heart (l.s) #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora