XI: Armas y lobos

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Las puertas marrones del taller de Zimo estaban abiertas de par en par. El taller estaba en una casucha que debía de tener años y años desde que fuera hecha por su aspecto descuidado, pero era grande y firme. El techo estaba cubierto de nieve y rastros de hojas marrones. Paja decoraba el suelo del interior para impedir que se ensuciara con el lodo, mientras un calor abrasador emanaba por las puertas.

Desde afuera, Harry pudo ver un mesón lleno de herramientas que estaba frente a la enorme fragua que mantenía un fuego caliente y alto. El olor a metal era intenso y seco, pero era entrar al taller o quedarse contemplando desde afuera y Harry tenía algo de curiosidad de ver lo que había ahí. Como trabajaba Zimo. Qué instrumentos se utilizaban para la creación de una espada, por lo que siguió a Ivory hacia el interior, reteniendo un pequeño jadeo en su garganta al sentir la tibieza del fuego en su cuerpo que ya empezaba a enfriarse por el frio del invierno.

—No es mío —anunció Zimo, tomando unos clavos que estaban desparramados sobre el mesón para guardarlos en un cofre negro con otros clavos pequeños y grandes —. Digo, lo es, pero no es mío, mío. Es de mi abuelo.

—Trabajas para él —supuso Harry, cruzándose de brazos.

—Algo así. No trabajo para él como si fuera un trabajador, pero... lo hago. Mejor dicho, soy su compañero. El taller es de ambos.

Harry hizo un arduo esfuerzo para no rodar los ojos o ponerlos en blanco. Zimo se enredaba él solo con su lengua. Sin embargo, para Ivory fue todo lo contrario. Él soltó una suave risa, como si lo que Zimo acababa de decir fuera lo más gracioso del mundo. Negó para sí mismo. Aunque le irritaba un poco el chico de ojos rasgados... No sería un patán con él por respeto a Ivory y... al mismo Zimo. Harry ahora tenía el pensamiento de que, si a él no le gustaba que se burlaran de él, entonces no lo haría con otros. Así que cada comentario de mal gusto se lo guardaría para sí mismo. 

Además, no tenía conocimiento de si los días pasados en los que estuvo inconsciente ellos dos hablaron más. Si Zimo le dijo algo a Ivory que insinuaba más que una amistad, pero eso le hizo entender que debía hablar seriamente con Ivy si él comenzaba a enamorarse de ese alfa. Ivory apenas estaba por cumplir los diecisiete años y lo que sabía sobre relaciones probablemente era lo básico.

Zimo se paró junto al mesón y llevó sus dos manos a su espalda, con un movimiento limpio desenvainó las dos espadas que traía atrás y las depositó sobre la superficie. Harry se acercó, sorprendido de ver el filo y como este centelleó bajo la luz del fuego. La hoja era ancha y larga, a simple vista se notaba gruesa y pesada.

Pasó su vista sobre ambas espadas minuciosamente.

—Las hice yo. Están bonitas ¿no?

—Sí. Lo están —confesó Harry —¿Puedo tocarlas?

—Claro.

Zimo le entregó una. Harry la tomó por la empuñadura envuelta en largas tiras de cuero marrón y la sostuvo con toda la fuerza que pudo reunir. A su sorpresa, no pesaba tanto como las otras espadas que tuvo oportunidad de portar. Tampoco se parecía en nada a Bestia.

—Creí que era más pesada —admitió, acariciando con su otra mano el filo.

—Intenté hacerla de un material que fuera difícil de romper, pero que no pesara tanto. —explicó Zimo, pasándole la otra espada a Ivory —, de esa manera no me canso tan rápido al pelear.

Harry se alejó unos pasos de ellos y comenzó a dar cortos golpes a un contrincante imaginario para probarla. El filo sonó e hizo un imperceptible eco cuando cortó el aire mientras giraba en sí mismo y blandía casi perfectamente el arma. Hacía mucho tiempo que no poseía algo como eso en sus manos. Que su cuerpo no se movía de esa manera. Y se sorprendió un poco al ver que sus piernas y cintura no se habían olvidado de qué pasos dar, qué movimientos utilizar.

The king's heart (l.s) #2Where stories live. Discover now