LIX: Ethel

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—¡Y que haces viniendo aquí! —exclamó Denébola, levantándose del trono y apuntando a las puertas. Dos largos mechones oscuros de su cabello cayeron por sus hombros —¡vayan a atraparlo ahora!

—¡No!

Harry notó el súbito calor ajeno alojarse en el centro de su pecho, subir por su garganta y hacerle cosquillear el estómago. Era la única señal, lo único que había deseado sentir semanas atrás. Esa sensación era lo único que le aseguraba que Louis realmente estaba cerca y que aquel Rebelde no había mentido. Golpeó con su hombro el cuerpo del alfa, obligándolo a aflojar su agarre. Giró sobre sus talones y desenvainó a bestia. Si debía pelear, lo haría ahora. Si moría, no importaba.

Debía rescatar a su padre y a Zimo como a de lugar. Y teniendo a Louis cerca, podría funcionar como ventaja.

El alfa ante él se abalanzó. Harry movió su espada en diagonal y cortó limpiamente el costado del hombre, haciéndolo caer de rodillas a las pulcras cerámicas del salón. La sangre volvió a ensuciar, volvió a caer. El olor metálico allanó el lugar con crueldad. Y, como así había podido derribar al primero, uno a uno los alfas se abalanzaron. No le dio tiempo de mirar, de asegurarse que su padre estaba bien. Harry empleó todos los movimientos aprendidos, con la mente puesta en esos alfas que conoció tan bien alguna vez. A Elfos de Edenva y Gisiria.

Pero no podría con ellos solo. No.

Un alfa lo agarró de los rizos y jaló hacia atrás. Los pies de Harry trastabillaron en el suelo, haciéndole perder el equilibrio. Gruñó voraz y pateó el pecho del alfa que estaba frente a él, jadeando por el repentino dolor que le escaló por el tobillo a la rodilla, para luego alzar la espada con una sola mano y clavarla en el centro del estómago del alfa que lo tenía del cabello. Quedó libre, pero cayó al suelo de costado, manchando su ropa y manos con la sangre.

Se apoyó en un codo y miró hacia el trono. A su padre. Él peleaba junto a Zimo. Se movían con la rapidez única de los guerreros. Harry tragó, respirando por la boca.

El salón ahora era una bataola de bullicio, golpes, jadeos y gruñidos animales. El ruido de las espadas, de las armas, estallaba en sus oídos con fiereza. Y allá, como si ver todo esto fuera un espectáculo... Denébola miraba con la mandíbula apretada. Que importaban esos hombres, cuando tenía cientos, miles, afuera.

Harry lo supo. Lo supo cuando miró sus manos abiertas descansando en los reposabrazos del trono. Esperaba el momento oportuno para desatar su magia. Una magia que le confirmó en el momento que invocó a Alden, pertenecía a los paraísos infernales. De los dioses de la muerte y destrucción. De Ethel. Jamás pensó que viviría para verlo, para entender que sí existía y que no eran solo leyendas. No le cabía dudas que había hecho un trato con alguno para mantenerse viva. Para seguir caminando en este mundo.

Como también, no dudaba que aquel cuento de no derramar su sangre era una falsedad. Había leído los libros, había buscado en Momoru. Y la única manera de matarla si era una diosa de allá abajo... era insertando una espada de plata en su corazón. Pero tenía que confirmarlo, tenía que asegurarse que lo era antes de enterrar a Bestia. La única espada forjada con plata. Antes de decírselo a Louis si sobrevivía.

—¡Ahora! —exclamó al aire, apretando la empuñadura de la espada con fuerza y levantándose. El cabello se pegó a sus mejillas sudadas y empapadas en sangre —¡Ataquen ahora!

De las puertas ya abiertas de los pasadizos a los costados del trono, emergieron todos los soldados de Nymeria. Sus soldados. Por los pasillos y las escaleras vinieron más. El sonido de sus botas contra el suelo... fue como saborear el alivio en su boca. Libelle le había dicho que debajo del palacio había demasiados caminos. Muchos sin transitar. Todos se unieron a Harry, alzando sus espadas con honor para darle ventaja.

The king's heart (l.s) #2Where stories live. Discover now