XXII: Primer entrenamiento

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El campo de entrenamiento se encontraba en el jardín trasero de la casa real. Tras unos grandes e impenetrables muros de ladrillos, lodo y madera. Era grande y abierto. Los árboles blancos por la nieve rodeaban el sector, dejando como único objeto de atención el circulo de color rojo donde los soldados de Momoru entrenaban con sus armas. Harry había llegado temprano ese día por la mañana después de desayunar. La señorita Novalie le había dado permiso de volver a entrenar sus músculos mientras se preparaban las provisiones para el viaje. Louis estaba a su derecha observando con cautela y escuchando los gritos que ejercían los soldados como motivación, mientras Zimo yacía al otro lado. El chico extranjero parecía ser el único emocionado.

Durante las dos semanas ya transcurridas no hubieron más ataques hechos por Los Rebeldes y Louis ya se había curado completamente de su fatiga. Para él, Momoru, era una maravilla que necesitaba ser más visitada y reconocida. Aquel día en que pasearon por las extensas calles, observando los objetos que se mantenían en la venta mientras algunos aldeanos arreglaban sus puestos rotos, Louis le propuso entrenar con él. Ante la inminente guerra que se avecinaba, era de suma importancia que ambos estuvieran fuertes para el retorno a Nymeria, en el cual viajarían todos, incluido su padre.

Harry aceptó su propuesta y aquí estaban. El campo tenía una pista en donde los soldados corrían a través de diferentes obstáculos, saltaban bayas, esquivaban bolsas con arena y se arrastraban por el suelo a codos mientras sus rostros estaban pintados como Zimo la primera vez que lo conoció. Otros practicaban con sus espadas una serie de movimientos lentos, otros luchaban unos con otros. El latido frenético de su corazón, cargado de emoción y ansiedad, no pasó desapercibido por Harry. Y lo dejó estar. Esa emoción que creyó perdida, la dejó llegar y quedarse. Dejó a un lado la perdida de Alden y su madre y contempló lo que tenía en frente.

Esta era la oportunidad, pensó. Era la oportunidad de pulir, de dejar ir, de enfrentar, para cerrarle boca a todos aquellos que no creían en él.

—Hay mucho que hacer —dijo Harry, mirando a Zimo.

El chico rascó su nuca con sus dedos.

—Tomará tiempo que llegues a las pistas o al ring —se adelantó a decir —, y para ser sincero, yo no ser enseñar —El ceño de Harry se frunció ante esas palabras. Según Novalie, no había otro más apropiado que Zimo para enseñarle —, pero tengo un amigo que puede ayúdate. Él es quien me entrenó. Mira, ahí está.

Harry y Louis siguieron la dirección del dedo índice de Zimo cuando señaló a alguien a lo lejos. En medio del ring donde los soldados entrenaban con trajes de una pieza atada con una cinta negra en sus cinturas, se encontraba un hombre de no más de treinta años. Sus brazos estaban cruzados en su pecho. Gruesos y sudados. El cabello lo tenía atado en una coleta baja, mientras dos mechones rubios caían por los costados de su rostro. La nariz era recta y las cejas semi pobladas. Su rostro estaba completamente tenso y calculador.

Harry tuvo que pasar saliva.

No lucía como la clase de hombre que te da buenos consejos o anima a continuar.

—No hay necesidad que él lo entrene. Yo puedo hacerlo —se adelantó a decir Louis. Harry lo miró y, por su olor, supo que esa idea no venía precisamente de su faceta de rey.

No pudo evitar sonreír.

—No seas celoso. Se ve que ese hombre ya debe tener una familia.

—En realidad no —señaló Zimo, haciendo una mueca —, pero no intentará nada indebido. Es buena persona.

Louis alzó el mentón y miró a Harry fijamente. Él inevitablemente bajó la cabeza. La mirada cautelosa, posesiva y celosa de Louis era la única que no podía sostener. Y si la luna llena los hubiera acompañado ese día, seguramente lo habría abrazado para aligerar su ceño. No culpaba y tampoco molestaba que se comportara de esta manera. La maldición... le privaba de hacer todo. Sus celos eran una respuesta a su frustración, lamentablemente.

The king's heart (l.s) #2Where stories live. Discover now