LVIII: Resucitar

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El aire cambió en el salón real. Descendió con notoriedad y se filtró por las ropas de Harry, como si jamás hubiera existido vida en aquel salón. Cada vello, por muy delgado fuera, se erizó, alertándolo de que se fuera con cuidado ahora que ella lo había visto otra vez. Que estaba en su territorio.

Harry contempló con discreción los objetos que pudieron ser removidos o reemplazados. La mayoría de las decoraciones estaban rotas y esparcidas en el suelo, escombros de piedra yacían desparramadas en los pasillos. Las paredes marcadas con manchones de sangre seca. La garganta se le cerró de solo pensar que esa sangre pudiera pertenecer a su padre o Zimo. Pero más allá de eso, ningún artilugio pudo ser sacado. Harry temió por un segundo que Denébola pudiera encontrar a la madre de Louis en la cúpula. Los sirvientes y personas que él le había mencionado y que escondía en un salón oculto de palacio.

Pero no había rastro de ellos. Y eso estaba bien.

De momento.

Aun así, las miradas de Los Rebeldes que protegían a Denébola lo ponían nervioso. Le hacían sentir pequeño y débil. La mayoría de los alfas parados frente a la bruja eran de Sekgda, pero algunos rostros no pudo reconocerlos. Los rostros de ellos tenían la piel bronceada y sus ropas eran ligeras en comparación con los alfas. Harry tragó a duras penas la saliva que se acumulaba en su boca. El corazón le latía desenfrenado. Retumbaba en sus oídos. Estaba en un salón plagado de alfas y soldados de Gisiria y Edenva. Alfas que, si Denébola lo ordenaba, lo despedazarían con un simple gruñido.

Sin mencionar que en ese preciso instante, mientras él estaba de pie ante ella, sus soldados se infiltraban por las alcantarillas del roquerío. Inconscientemente, dejó caer la mano en la empuñadura de su espada. Para esto había entrenado tan duramente en Momoru, se dijo a sí mismo. Para esto había tropezado, caído y sobrevivido a las burlas y quejas. Para enfrentarse a esta mujer y salvar el reino que se le fue concedido.

—Ahora que estoy aquí —habló, empleando la voz más fría e indiferente posible —, quiero ver a mi soldado y a mi padre.

Denébola estalló en una cruel carcajada. Su cabeza se echó hacia atrás, desparramando su cabellera negra tras su espalda como una cascada igual de densa que aquellas sombras en el collar que ahora colgaba de su cuello. Harry no flaqueó, pero no pudo esquivar la contracción en su estómago. Sus manos se hicieron puños.

—Es muy pronto para verlos —respondió ella entre risas. Secando una lágrima invisible de su ojo con su dedo largo —, mejor ponte cómodo.

—Trae a mi padre y a mi soldado ahora —ordenó.

Y quizás fue la peor decisión de todas. Pero es que no podía controlar su lengua, el miedo y el odio que le tenía a la mujer. Sus propios instintos estaban jugando dentro de su cuerpo. Una parte le pedía mantener la boca cerrada, hacer tiempo, mientras la otra solo le incitaba a saltar al trono y ahorcarla. Pero de hacerlo, los alfas lo alcanzarían antes de poder pisar el primer escalón del trono.

—Ya veo por qué Louis se casó con alguien como tú —Denébola se miró las uñas, sin ninguna intención de ponerse de pie —, pero mi princesa, era mucho mejor.

La mano de Harry se apretó en la empuñadura de su espada, sus dientes tronaron dentro de su boca e hicieron eco en sus oídos.

Saira...

No respondió. No caería en aquel juego de celos. Podía ser débil en aquel sentido. Inseguro. Pero no era tan estúpido como para creer que Denébola haría algo. Si había nombrado a su hija, era para manipularlo.

—No debo pensar que Louis no te contó la historia de ella ¿cierto? —Denébola sonrió al ver como las mejillas de Harry se tornaban rojas, el brillo en sus ojos lo delataban por la molestia —, Oh. Sí te lo contó. Debió ser duro escuchar como ella fue la primera en recorrer estos pasillos con libertad. Que pudo conocer a Louis antes de ser mi prisionero. Ah, eran tan lindos. No podían dejar de abrazarse y besuquearse en los pasillos.

The king's heart (l.s) #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora