VIII: La princesa

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Nymeria

Los primeros avistamientos del invierno empezaban a mostrarse en Nymeria esa tarde. El suave sonido de la llovizna golpeaba los tejados de palacio con delicadeza, mientras el aire lentamente se limpiaba. Libelle yacía sentada en el escritorio de Louis, sujetando su cabeza con ambas manos mientras su cabello trenzado se deslizaba por su hombro y caía hacia su cintura. Le ardían los ojos y el cráneo le bombeaba. Todo el trabajo recayó sobre ella desde que Louis se fue y, ahora, apenas podía dormir tranquila por las noches. Las siestas que conseguía tomar en medio de las horas no duraban más de diez minutos.

No había querido enviar ningún grupo de emisarios para averiguar el estado de Sekgda y el rey. Libelle sabía que la amenaza del Jarl Cadoc no fue un truco o una maniobra para mantenerlos a raya. Si ella iba o enviaba a alguien, la vida de Louis acabaría apenas los avistaran en el mar y, por supuesto, no se iba a arriesgar. No le quedó más remedio que mantenerse en palacio y asesorarse que las villas que fueron afectadas por el ataque de Viggo fueran reparadas al igual que con Lenor.

Todo el trabajo había caído sobre ella y agradecía a su madre ahora, que la instruyera de buena manera para sobrellevar una carga como cuidar de un reino desde pequeña. Y aunque no lo quería confesar... todos los días pensaba en Louis. Todos los días oraba en silencio, pedía, rogaba, que él estuviera vivo.

Libelle jamás pensó que su hermano terminaría de aquella manera por sus equivocaciones y tan malas decisiones. Que lo arrastraran por todas las calles como un animal. Debió escucharla. Debió devolver a los omegas cuando se lo pidió y había tiempo. Pero Louis...

Estúpido Louis.

Si estuviera frente a ella ahora mismo, lo golpearía y regañaría. Porque fue un completo idiota al creer que secuestrar a un par de omegas, todo un espionaje de años, todo lo que estuvieron haciendo para rastrear a Denébola, haría que ella apareciera.

Negó, alzando la cabeza para mirar la ventana. El mar se mostraba tranquilo a pesar del clima frio que se adueñó de Nymeria. Solo faltaban un par de minutos para que los ancianos de Haze volvieran a reunirse y conversar sobre alguna manera de traer de regreso a Louis al reino. Libelle había pensado en pedir ayuda a los lores. Declarar una guerra por el secuestro del rey, pero dado el estado tan frágil en que el reino se encontraba ahora y las cortes sin el rey, no era una buena estrategia. Tras la amenaza de Cadoc, podía ser que una guerra no llegara nunca a un fin. A no ser que Louis muriera.

Los vikingos eran tan brutos, que aunque a Libelle se le ocurriera la mejor oferta para ellos, no querrían aceptarla. Su orgullo había sido herido y la venganza que reclamaban era solo muerte.

Y si Louis moría...

Nymeria podría desaparecer. Ser tomada por cualquier lord que se crea con el derecho. O peor, Denébola vendría y se adueñaría de todo, tal como Louis le contó hace años atrás, cuando la maldición apenas cumplía un año en su cuerpo. Denébola había amenazado a Louis en el bosque con regresar y recuperar lo que le pertenecía y, por supuesto, eso no se podía tratar de otra cosa que Nymeria conociendo el pasado de ella. Libelle había tenido la oportunidad de cruzar palabras con la bruja cuando estaba en palacio, había oído desde su boca todas las veces que sufrió por una de sus parejas, había oído como le contaba a Saira que Nymeria nunca habría sido forjada... sin ella.

Libelle nunca mencionó nada sobre esto. A nadie. Ni siquiera a su madre cuando vivía. Aquella vez que espió a Denébola se prometió no mencionar nada y hacer lo posible para que Louis saliera de su trance, y aunque costó, Louis se dio cuenta por su propia cuenta la clase de persona que era la bruja y su hija. Los juegos maquiavélicos que estaban haciendo para quedarse con el reino. Porque si Louis se casaba con Saira, era claro que la chica habría tenido el camino abierto para tomar el trono y ordenar una matanza a todos los que fueran una amenaza.

The king's heart (l.s) #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora