LXVI: Venganza

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Ivory se movió con agilidad por el pequeño campamento. No se alzaron tiendas, pero las mesas estaban ordenadas con toda clase de medicina e instrumentos que se pudieran utilizar. Habían escogido un sector oculto y discreto para que los soldados no dieran con ellos y los atacaran, en medio de hiedras y rocas. El cielo apenas era visible por la cantidad de árboles que los cubrían por lo que, para tener luz, tuvieron que encender velas. Más con la neblina que ondeaba alrededor de sus cuerpos. Los soldados más heridos llegaron a las pocas horas de partir, siendo cargados por sus compañeros, tanto de Nymeria como Edenva. Todos llegaron poco a poco y los dejaron tirados en el césped húmedo, para volver a la profundidad del bosque para continuar luchando. Ivory se secó la frente con una mano temblorosa. Nunca. En toda su vida, había visto tantos heridos de gravedad como ahora.

Tanta sangre y cuerpos que no eran cuerpos de lo golpeado y mutilados que estaban.

Cyra se acercó a un chico que no tenía piernas. Se las habían arrancado y no precisamente con un arma. Ningún arma que Ivory conociera haría algo así. Él fue con ella sosteniendo en manos paños limpios y medicina. Debían darle de beber una gran cantidad para que cayera dormido y pudiera aguantar la curación. Cyra inspeccionó la herida con cuidado mientras el chico gimoteaba. Tenía el rostro con rasguños profundos y lágrimas caían por sus mejillas que se mezclaban con el sudor. 

—No es herida de espada, ¿cierto? —consultó con voz trémula mientras destapaba el licor y lo acercaba al chico —, bebe.

El soldado obedeció, gritando y botando la medicina cuando Cyra le sacó la tela del pantalón pegado a lo que ahora eran muñones sangrantes en vez de piernas.

—Algo lo mordió.

—Ruiner —gimoteó el chico —, hay ruiners...

Un gruñido ronco, aterrador, lleno de algo que indicó que no era de aquí, de estas tierras, cruzó el bosque. Ivory miró a lo lejos, a donde la guerra se desataba, notando le corazón latir cada vez menos cuando el rugido bestial volvió a oírse e hizo a las pocas aves volar. Zimo estaba ahí con Harry. Y Zimo nunca había visto ese tipo de criaturas.

Las manos le temblaron. La botella con medicina resbaló de ellas y cayó al suelo.

—Ivy. —miró a Cyra cuando ella lo llamó. Tenía el ceño contraído y en sus ojos flameaba una llama de seguridad y convicción —, están bien. Saben cómo pelear.

Quiso decirle que no. No era así de fácil. Zimo estaba acostumbrado a cosas menores, a pelear con saqueadores o desertores, no con monstruos y brujas. Ivory intentó hablar, pero solo un quejido amargo emanó desde el fondo de su garganta, parecido a un gimoteo. Quería a Zimo aquí, a salvo. Cyra puso una mano sobre la suya y le dio un apretón.

—Él está bien. Confía en ellos.

Ivory negó, pero por cada segundo que pasó y miró los ojos de Cyra y vio en ellos la seguridad. Asintió. Enid estaba allá y si Cyra confiaba en que ella estaría segura, entonces él también confiaría. Miró al chico en el suelo, sin la parte inferior de su cuerpo. Sus ojos poco a poco se cerraban por el licor con medicina para que se durmiera. Cyra se levantó y llamó a otros médicos.

—¡Cárguenlo a la camilla! ¡Hay que operar!

Un grupo de hombres corrieron hacia ellos y tomaron al chico con cuidado para llevarlo a otro sitio para quemar los muñones abiertos e impedir que siguiera perdiendo sangre. Ivory se quedó en pie, mirando como trabajaban, mientras más gritos se oían en el bosque. Al girarse, dos soldados cargaban a otro mientras el ruido de la guerra, los gritos de la muerte, se mezclaban con el viento.

Ivory esperó que Zimo estuviera bien. Que Harry estuviera bien Que todos estuvieran bien.

—¿¡Eres medico!?

The king's heart (l.s) #2Where stories live. Discover now