Capítulo 24 - Ese Gran Cuento

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Marco Méndez

Me encuentro desencajado, estúpido e inmóvil en este momento.

Esmeralda no sale de su shock, sólo está pasmada, parada ahí en la puerta de la cocina, totalmente confusa y sonrojada.

Maldita sea... Esto no debía haber pasado

Jane se mueve a mi lado y sus manos están aferrada a su boca, nerviosa y avergonzada.

—Marco... ¿Qué es esto?—Esmeralda logra articular mientras pestañea rápidamente.

Me tomo del mentón tratando de formar bien las palabras que diré y abro la boca para hablar, pero la voz suave y tímida de Jane me detiene.

—Señorita Esmeralda, puedo explicarlo.. Lo que pasa es que, el- el señor Marco y yo...—

—No pasa nada, nada, hermana. Sólo fue seducción, ya sabes... Soy hombre, la carne es débil..—observo de reojo a Jane quien me mira atónita, pero sigo hablando —, Jane me sedujo.

Es lo único que pude decir en mi defensa, no puedo poner la poca confianza de mis padres en el borde del precipicio. ¿Su hijo con una sirvienta de la casa?. Eso no se ve bien visto.

Esmeralda abre los ojos y se cruza de brazos mirandonos a mí y a Jane con recelo. Escucho que la respiración de Jane se agita y por un momento me siento un imbécil.

—¿Cómo puede ser eso? Jane ¿Es cierto?. —preguntó mi hermana con tono de molestia.

No puedo mirar a Jane a los ojos, sé que la he cagado.

Joder...

—No, no, no... No es cierto.. yo no... —su voz se quiebra y me siento un auténtico cabrón.

—Escucha, Jane. No quiero que esto se vuelva a repetir, imagínense que haya sido mi madre o alguna otra persona de esta casa. ¿Puedes imagínartelo, Marco?.—dice en voz baja y desafiante.

Pienso en sus palabras. Es cierto, no quiero ni imaginarme una cosa así, no quiero volver a decepcionar a mi padre.

—Lo sé, Esme. Disculpa, te prometo que no volverá a pasar, sólo te pido una cosa... No le digas nada a nadie de lo que viste, no quiero más problemas, por favor —suplico.

Esmeralda asiente de mala gana y quita su mirada de mí, para ponerla encima de Jane. Volteo a ver a Jane y basta con sólo ver su cara toda roja por las lágrimas derramadas, para sentirme la peor escoria. Tiene toda la razón de odiarme.

¿Cómo puedo ser tan idiota?

Hace unos momentos estaba cayendo, cayendo ante ella, ante sus suaves y deliciosos labios, a su dulce y maravilloso olor, a su increíble e inevitable cuerpo. De sólo recordar ese contacto, esa perfecta sincronía de nuestros hambrientos labios, me desmorona.

¿Por qué? ¿Por qué?

¿Por qué causa esa extraña sensación en mí? Nunca había sentido tanto con esos besos, sus besos. Admito que tengo miedo por lo que ella está haciendo en mí, y por eso, por eso tengo que calmar las aguas. Tengo que parar esto que está empezando a afectarme.

—Haré como que no pasó nada, Jane. Pero vuelvo y te lo repito, que no se repita, o estaré obligada a responder. —mi hermana habla firmemente pero también parece pensar en algo.

La mirada de Jane asciende del suelo y me mira, sus ojos llorosos desprenden ira, odio, desprecio, rencor y miles de cosas no deseadas, al menos no por mí. La veo secar unas pequeñas lágrimas y sorbe por la nariz mientras asiente sin quitar sus penetrantes ojos de mí.

—Está bien... —su voz sale con amargura y siento una punzada.

Me odia, mierda, me odia...

Una triste sonrisa se asoma a sus labios y rápidamente adelanta pasos por mi lado y percibo su embriagante olor, se pierde por el pasillo.

No me había dado cuenta que me quedé un buen rato viendo el pasillo por el que se había ido, hasta que escuché un carraspeo por parte de Esmeralda. La miro y esta está mirándome fijamente con los ojos entrecerrados.

—No pienses que me creí ese gran cuento, hermano. —susurra revelando su sarcasmo.

Esmeralda me conoce muy bien.

—Para, Esmeralda. No quiero hablar del tema.—presiono mis dedos en las sienes y como por arte de magia el dolor de cabeza aparece otra vez, se me había olvidado que me dolía.

Los besos de Jane, hasta curan joder

Camino hasta la encimera y tomo el vaso de agua que me estaba pasando Jane y la pastilla.

—Marco, tienes que parar tú. ¿Estás loco? Recién regresas otra vez a la casa y ya te andas besuqueando a la sirvienta del abuelo, no me jodas, hombre.—frunce el ceño molesta.

—¿Me vas a regañar ahora? Ya te dije que me sentí seducido, eso es todo, es la primera vez que pasa. —digo en voz baja mientras prosigo a tomarme la pastilla.

—Ella no te sedujo ¿Verdad?.—preguntó.

Que desesperante es Esmeralda. La observo más detenidamente y no me había percatado que va vestida como si fuese o viniese de algún lugar fuera. ¿Que no estaba durmiendo?. No lleva su pijama, más bien, lleva una blusa de encaje negra que hace juego con su cabello y ojos. También lleva unos pantalones Lee rasgados gris, y unos converse negros con blancos. Lo más extraño es que va con su cabello bien peinado y su rostro está levemente maquillado.

—¿Tú de dónde vienes o a dónde vas?—pregunto y su semblante cambia de un momento a otro. Niega con nerviosismo mirando al rededor de la cocina.

—¡Estaba durmiendo!... No... Pues estaba durmiendo y me desperté y luego no podía conciliar otra vez el sueño y- y decidí levantarme y prepararme, para cuando mamá se levante, yo ya estar lista para cuando se levante, no.

Reconozco cuando Esmeralda miente, tartamudea, y repite las mismas palabras inconscientemente.

—Mientes...—suelto un suspiro cansado.

—¡No miento!—exclama.

—Mira la hora que es, Esmeralda...

Esmeralda observa con cautela su reloj en la muñeca izquierda y asiente repetidamente con nerviosismo.

—¡Que boba! No me había dado cuenta, es mejor que vaya a tratar de dormir un poco más ¿No? Con permiso...—camina por mi lado pero la detengo del brazo y ella se sobresalta.

—No pienses que me creí ese gran cuento, hermana.—la imito. Y ella traga grueso. La suelto y lentamente se va. Nunca había visto a Esmeralda tan sospechosa. Algo se trae entre manos, y descubriré qué.

Lo descubriré, hermanita...

Bajo Tus Encantos © Where stories live. Discover now