Despertar.

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—¿Con cual quieres empezar?

Con ninguno, no deseaba comenzar con ninguno de ellos, se dijo y de nuevo trato de soltarse, retorciéndose en la cama, observando como Kanon recorría sus juguetes con la punta de sus dedos, deteniéndose en un arnés para su rostro, con una esfera removible.

—¿Te parece que usemos este primero?

Al ver sus expresión simplemente sonrió, colocando el arnés con delicadeza, acariciando su cabello con cariño, de una forma juguetona, para después besar su mejilla, recorriendo sus brazos, su espalda, deteniéndose en su cadera, notando otro tatuaje, un dragón negro, como de cinco centímetros.

—Eres un muchacho muy travieso, eso me gusta mucho…

Susurro, tirando un poco del piercing en su ombligo, escuchando un gemido apagado, notando como sus mejillas se sonrojaron un poco más.

—¿Alguna vez has hecho algo como esto?

Quiso saberlo, por simple curiosidad, no era como si fuera a detenerse, pero podía ser muy traumático, mucho más, si llegaba demasiado lejos con el joven rubio, no le importaba su opinión, pero si deseaba que participará con el hasta cierto punto.

—Mueve la cabeza para responderme.

Radamanthys negó eso, cerrando los ojos, esperando que Kanon se riera, no le viera con ternura, como si creyera que comprendía algo que él no.

—En ese caso iremos lento, no quiero que esta sea la peor noche de tu vida y tal vez, cuando terminemos conozcas todo un mundo nuevo.

Kanon entonces jalo su piercing del pecho, retorciendo un poco su pezón, escuchando otro gemido apagado, notando como se retorcía, pero no a causa del dolor, sino del placer.

—¡Que buen chico!

Radamanthys respiraba hondo, por la nariz, negándose a observarlo, el afrodisíaco haciendo estragos en su cuerpo, quemandolo y provocando que sintiera placer con esos actos.

—Ahora, busquemos otro juguete para ti…

Kanon le mostró dos juguetes con forma de huevo, pequeñas, hechas con una sustancia suave, como de látex, con un cable conectado a un control de intensidad, el que por el momento estaba apagado, pero prendió a su máxima potencia.

Los que puso sobre sus pezones, pegandolo con dos curitas, riéndose al ver su estremecimiento, besando su mejilla, para acariciar su sexo.

—Eres muy dócil, Radamanthys, podrías ser muy buen sumiso y yo me encargaría de complacerte.

Radamanthys negó eso, no deseaba someterse, era su cuerpo que encontraba ese fascinante placer al estar atado, sometido por ese desconocido, que era realmente atractivo, permitiendo que le ordenará, que le robara el control.

—Lastima que seas un hombre casado.

Pero era la droga aquello que lo hacía verle así, atractivo, seductor, tan hermoso como el pecado, y sus manos como una cura para ese mal que se llevaba su cordura.

—Aunque yo no soy celoso y siempre que quieras puedes venir a visitarme.

Muchos regresaban, pero el no deseaba verles, para eso tenía a sus guardaespaldas, pero este chico rubio, con esa apariencia tan estricta le hacía cosas a su libido, que no podía ignorar.

—Este será el último, no quiero que te vengas antes de tiempo, sino hasta que yo haya terminado contigo.

Radamanthys entonces vio otro arnés, uno del tamaño de un puño cerrado, de metal, con cuerdas de cuero, así como una varita, de acero inoxidable, de grado quirúrgico.

Sueño de Quimeras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora