Sirena.

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Kanon no había pisado ese lugar en doce largos años, no desde que pudo escapar, pero aún lo recordaba, porque en ese lugar había sufrido el peor tiempo de su vida, así como descubierto su mayor felicidad. 

El vestía sus ropas sencillas, su hermano había muerto, Poseidón junto a la diosa Athena, se podría decir que en ese momento era el amo del mundo entero, el general marino dragón del mar.

Sus soldados le servían con lealtad, creyendo que era el heraldo de Poseidón, a quien había dejado el poder, su vida no podía ser mejor, pero aún así, lo extrañaba, todos los días, todo el tiempo, no dejaba de pensar en él, en lo que significaba para su actual victoria recibir ayuda de aquella belleza.

Ingreso en el agua, sumergiendo sus pantorrillas en esta, acercándose a los barrotes cerrados, que sostuvo con respeto imaginandose al otro lado, luchando por mantener su vida, no ahogarse en sus garras, hambriento y sediento, rodeado de la helada agua salada que después de días sumergido en ella comenzaba a lastimar su piel. 

Recordaba cómo se abrían los barrotes, con un mecanismo que solo funcionaba desde fuera, el que accionó, ingresando en su celda, donde casi muere ahogado, pero él salvó su vida, acercándose a sus barrotes, una hermosa criatura a la que nunca podría olvidar. 

Que a veces pensaba no era real, pero no era así, él era tan verdadero como su existencia, su victoria y esperaba encontrarlo de nuevo, necesitaba hallarlo como necesitaba respirar. 

Su vida y su cordura dependía de eso, encontrandolo gracioso, el, que había engañado a los dioses, triunfado sobre ellos, necesitaba de una criatura marina, de aquello que le salvó de la muerte. 

Al que esperaba ver en esas grutas, recordando cómo le llevaba frutos y agua, dejando pequeños regalos en la entrada de cabo sunion, su belleza y el color de sus ojos, el brillo de sus escamas. 

—Se que no te soñé, que eres real, así que ven, no tengas miedo. 

Pronunció alto y firme, como si esas palabras fueran lo que necesitaba para verlo de nuevo, sentándose en las rocas, cerrando los ojos para recordar a su bello visitante, la primera vez que lo busco para brindarle ayuda, escuchando un sonido extraño a las afueras de la gruta. 

En donde podía ver al otro lado de los barrotes a un hombre nadando en el agua, en sus veintes, mayor que él, por seis o siete años, se veía grande y fuerte, cabello rubio pegado a su cabeza, su torso desnudo, quien presunto que era observado por algún intruso. 

E intentó marcharse, pero no podía dejarlo ir, su vida dependía de eso, de recibir ayuda antes de que se ahogara como su hermano deseaba que pasara, su hermano, el que era el patriarca del santuario seguramente, quien lo abandonó, sin mostrar piedad o compasión, pero era Saga, que más podía esperar de él. 

—¡No te vayas, no me dejes aquí! 

El extraño sujeto regreso, sin pronunciar una sola palabra, tal vez no hablaba su idioma, tal vez era uno de los intrusos que gustaban de merodear el santuario.

—Tienes que ayudarme, no quiero morir ahogado.

De pronto se sumergió en el agua con un chapuzón mucho más sonoro del que debería serlo, mojando su rostro, evitando que pudiera ver la extremidad inferior de aquel extraño.

—¿Qué estás haciendo? 

Le pregunto, contando los minutos que pasaban, creyendo que la marea lo había jalado, llevándolo consigo, pero no era así, de pronto, de nuevo salió haciendo un movimiento de negación con su cabeza, no podía abrir los barrotes.

Sueño de Quimeras.Where stories live. Discover now