Rival.

207 20 14
                                    

El problema de la vida del santuario siempre constaba en que eran pocos soldados de Athena y las noticias se expanden con demasiada rapidez, mucho más la llegada de Hades, con sus tres jueces. 

A quienes muchos de los santos de bronce y plata deseaban ver con sus propios ojos, no confiaban en ellos, pero se estaban convirtiendo en una especie de celebridad, como un actor de cine o algo parecido, mucho más entre los más jóvenes que admiraban su belleza indiscutible. 

Los santos dorados no eran muy diferentes supuso Kanon, ya que después de su reunión con Hades, de alguna forma, había logrado convencer a Radamanthys de entrenar en la casa de géminis, en el área especial que el templo tenía para ello. 

Milo estaba presente, lo que significaba que también estaría Camus, ellos no se separaban nunca, Mu les observaba en silencio, con él estaba Aldebarán y Aioria, su santo dorado menos favorito. 

Su relación con el gato no era buena, a decir verdad, tenían una opinión del mundo tan diferente que no podían congeniar en nada, pero allí estaba sentado, sus ojos azules fijos en ambos, en su práctica amistosa que parecía distaba mucho de eso, como si los estuviera estudiando, acechando igual que un león con dos gacelas y ese sentimiento no le agradó en absoluto. 

Pronto llegaron Minos y Aiacos, está vez con ropa menos formal, al menos Minos, que llevaba puesto lo que bien podía ser ropa deportiva de color azul, con tenis blancos, Aiacos una playera de un equipo de fútbol americano que se llamaban los patriotas, con unos pantalones de mezclilla y unos tenis.

Daban una imagen muy extraña, como si fueran civiles en medio de todos los santos de Athena, Radamanthys portaba una de sus prendas, la que le quedaba ajustada en el pecho y un poco en las caderas, pero debía admitir que se veía adorable.

Haciéndole pensar en que hubiera pasado de ser un aspirante a santo dorado y no un espectro, seguramente habría llamado mucho la atención, su lealtad, su belleza y su fuerza, se encontró pensando, una vez que había aceptado que si, ese espectro le gustaba mucho. 

Su armadura tal vez habría sido la de Leo, no podía imaginarlo de otra forma, o tal vez la de Altair, un santo de plata, con el cosmos de uno de oro. 

De lo que estaba seguro era que no le habría dado tregua, no, el siempre buscaba aquello que deseaba y si, deseaba a ese apuesto rubio.

Cuando unas cuantas gotas de sangre comenzaron a bañar el piso, Kanon supuso que comenzaba a ser suficiente, pero debía encontrar la forma de ganarle a Radamanthys, de nuevo. 

Quien no se detenía en su ataque, como un demonio o un animal salvaje, al que sostuvo del cuello, con una llave que evitaba que el oxígeno llegara a su cabeza, tratando de noquear al espectro, que comenzó a golpear su costado con su codo, pero comenzó a caer, perdiendo el equilibrio, comprendiendo que ya había perdido y de seguir con su combate, tendría que usar su cosmos, rompiendo las reglas de ese entrenamiento.

—Volví a ganarte, Radamanthys, y ahora es mi turno de tomar mi botín. 

El espectro no supo qué decir, levantándose sujetando su cuello, que le dolía un poco, Kanon entonces le ofreció su mano, como para hacer las paces, tratando de ser un buen deportista.

—Es mi turno de probar mi suerte, además, ese espectro me debe una revancha. 

Aioria se levantó de su asiento, caminando lentamente en dirección de la arena, mirando fijamente al espectro, que gruñó por lo bajo, un sonido que le causó un escalofrío a Kanon, quien estaba demasiado sorprendió al ver esa actitud en el generalmente mojigato león.

Sueño de Quimeras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora