66. El último beso

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Envolví el pene en erección entre mis manos como si estuviese batiendo leche. Mi lengua recorría cada recoveco de su longitud y podía notar como este se retorcía de placer, contrayendo sus extremidades en completa excitación.

—¡No pares! —rogaba entre gemidos. Por supuesto que no iba a detenerme, solo acababa de empezar.

Continué excitándolo, tocándole el vello y los testículos al tiempo que succionaba la punta, la cual estaba mojadísima no solo por mi saliva. Brincó un poco cuando lo hice, respirando con dificultad.

Aceleré el ritmo a medida que pasaban los segundos y aproveché para acariciar sus abdominales. Lo observé: su sofocado rostro, su cabeza inclinada hacia atrás, su cabello revuelto... dios, era tan sexy. Innumerables jadeos se escapaban de su boca entreabierta, gozando como nunca.

Puso las manos sobre mi cabeza revolviéndose con impaciencia y moviendo su pelvis para ofrecerme su sexo afilado, que sentí llegar hasta mi garganta.

Mis labios no se detuvieron ni un segundo, proporcionándole satisfacción. Mientras que con una mano estiraba con levedad mi cabello, la otra se la llevó a la frente al tiempo que gemía. Luego apretó una de las almohadas, parecía estar a punto de caramelo.

Sonreí siguiendo con mi cometido, encerrando mi boca en el pene saltarín, tan erecto y húmedo, tan dispuesto.

—¡Um! Qué chica más traviesa, voy a... —su voz ronca se detuvo en el momento en el que succioné hacia adentro, notando todas esas venas recorriendo mi cavidad bucal. Lo mordí con levedad y apreté sus testículos. Soltó una maldición entrecortada. Estaba al límite y me detuve, sonriendo al ver su cara de desconcierto. Sus pupilas dilatadas brillaban más que nunca.

Soltó aire antes de hablar.

—Conque esas tenemos, pequeña sádica —su mirada se tornó oscura, detecté cierta fiereza en sus ojos. Parecía haberlo cabreado y me relamí el labio riéndome, quería continuar provocándolo y funcionó, tanto que ni siquiera lo vi venir en cuanto se arrojó sobre mí.

Su miembro apuntaba cual lanza a mi abertura. Quise deslizar los brazos por su espalda pero me lo impidió agarrándome con fuerza de las muñecas.

—Quieta —mordió mis labios con fiereza a modo de castigo, estirándolos y sacándome algo de sangre. Vi como se recreaba, relamiéndola y quise morderlo de vuelta. Puso una mano sobre mi cuello, sujetándome para que no me moviese—, te dije que te estuvieras quieta, estás siendo una chica muy, muy mala —gruñó sobre mi oído.

Me arremetió de pronto, invadiendo mi cuerpo como un animal salvaje. Estaba furioso y no pude evitar gemir ante sus arremetidas. Su actitud dominante me prendía en llamas.

Podía notar su gran excitación debido a los fuertes envites. Me apretaba el cuello emocionado y sus labios conquistaron mis pechos, mordisqueando los erguidos pezones.

Amaba sentir sus caderas contra las mías y mi vagina engulléndolo. Se movía adelante y atrás con frenesí, la cama se agitaba con sus sacudidas. Estaba poseído por las placenteras sensaciones.

—¡Estás tan mojada! —gruñó—, me vuelves loco. —Sus labios se encontraron con los míos y las lenguas se buscaban, enredándose entre sí. Los estremecimientos se extendían desde la raíz del cabello hasta la punta de los pies.

Nuestras exclamaciones se reducieron a un círculo vicioso de: ¡ah,ah, ah, ah! Cada vez más ascendentes, salvajes. Saeyoung respondía con inmersiones profundas, sus dedos iban de acá a allá recorriendo cada parte de anatomía y los senos estaban metidos en su boca.

Elevó mis piernas en sus hombros, dándome más fuerte y profundo. Sus embestidas eran cada vez más rápidas y ansiosas, hambrientas.

—¡Voy correrme! ¿quieres que me corra, chica traviesa? —chilló entre gemidos.

Quiéreme [Parte I y Parte II]Where stories live. Discover now