39. Sayonara, baby

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El deseo era imperioso, no podíamos aguardar para hacerlo. Sentía una oscura atracción hacia él que no podía explicar con palabras. No se cansaba de robarme besos y yo sucumbía a ellos. Noté cómo me derretía bajo sus dedos, acariciando todas mis zonas erógenas.

Nuestra relación era algo violenta, pasional. Lo que sentía por este era nuevo, fresco. Había surgido sin esperarlo. Me estaba ofreciendo un lugar en el que refugiarme, en el que desahogar mis penas. Podría decirse que de alguna manera nos utilizábamos para olvidarnos del rechazo por parte de las personas que amábamos, aunque solo fuera por un rato, y que a la vez estábamos comenzando a sentir algo por el otro.

Lo miré, sus ojos no mentían. En ese instante me di cuenta de lo roto que estaba, esos sentimientos tumultuosos que guardaba para sí que terminaron por explotar.

Confusión, inseguridad, dolor... mucho dolor.

De alguna forma podía entenderlo y odiaba a esas dos mujeres que habían provocado tantas heridas en su corazón. Las iba a matar. Estaba decidida.

También era consciente de que yo formaba parte de ese dolor, por preferir a su gemelo, antes que a él. No podía corresponderle de la forma en la que, quizás, necesitaba. Si bien me atraía, solo podía ofrecerle pasión, y algo de confort, porque mi corazón pertenecía a alguien más, alguien que me había entregado a los brazos de su hermano, y que negaba sus sentimientos, una y otra vez. No quería que aquella noche de sexo, fuese el veneno que acelerara la decadencia de mi amor con Saeyoung. Saeran solo era un pañuelo en el que ahogar mis lágrimas, y en cierta forma, yo era el suyo.

Me agarró por los muslos, elevándome en el aire, y volvió a coger la botella que le había arrebatado, guiándome hacia el salón. En un breve gesto tiró todo lo que estaba sobre la larga y moderna mesa negra de comedor, y me puso sobre ella. Me quitó el vestido por la cabeza, dejándome solo con un sostén negro que aprisionaba mis pechos de forma exquisita, haciendo que rebotasen hacia arriba.

Deshizo el cierre, y me sobresalté al sentir cómo inclinaba la botella, arrojando el alcohol por mis senos. Colocó la cabeza sobre uno, besándolo, y chupando, saboreando con ansias. Mordisqueó el pezón, al tiempo que masajeaba el otro, estrujándolo sin contenciones. Gemí, y tomé un buche de la botella. Cubrió mi boca con sus labios, mezclando nuestras lenguas en un ritual de fuego.

Le bajé el pantalón junto con el bóxer negro ajustado que llevaba, dejándoselo por los tobillos.

Ya estaba más que duro, y permitió que empuñara la batuta.

Nos dimos un beso interminable que casi nos hizo perder la consciencia, embriagándonos de deseo y terminando con los labios al rojo vivo.

Su lengua bajó a la mandíbula, pasando por la garganta y llegando de nuevo a mis pechos. Los apretó con los dedos, sintiendo su riqueza y plenitud.

Las caricias se prolongaron. Sus dedos posándose sobre mi sexo para comprobar la humedad, provocaron que un escalofrío recorriese mi cuerpo de pies a cabeza.

—Ya estás tan mojada y estrecha para mí —susurró en mi oído, mordiéndome el lóbulo.

Me empujó, haciendo que me tumbase sobre la mesa y hundió su boca entre mis piernas, logrando sacarme un gemido de placer muy sonoro.

Su lengua era firme, e inquisidora, sabía muy bien lo que hacía, y cómo lo hacía, presionando las teclas adecuadas, como si se tratase de un piano de cola, y estuviera interpretando a la perfección Opus clavicembalisticum, de Sorabji, una de las piezas más difíciles de tocar.

Conocía todos esos lugares en los que podía suscitar el éxtasis, chupaba con agilidad y de vez en cuando mordía, haciéndome vibrar de la agitación. Mi pecho se balanceaba arriba y abajo, respirando con dificultad.

Quiéreme [Parte I y Parte II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora