50. Su secreto mejor guardado

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Saeyoung

Hana se estaba comportando de forma extraña, me estaba ocultando algo, pero desconocía si era debido a la llamada que acababa de tener.

—¿Qué ocurre, Hana?

—Te lo he dicho, no es nada. Voy a volver a casa. —Se dio la vuelta para ir hacia la salida pero le tomé de la muñeca.

—Espera, ¿por qué no duermes aquí? ¿no quieres... dormir conmigo? —rogué con la mirada. Estaba desesperado por poseerla, esa era la verdad.

—Es que mi cabeza está muy confusa en este momento. Perdóname. —Me dio un corto beso de despedida en los labios, que apenas sentí, y me dejó solo.

Resoplé, dándole un golpe a la puerta con el puño cerrado, ¿por qué seguía evitándome? ¿ya no sentía lo mismo que antes? ¿y qué fue aquella extraña llamada? ¿tal vez... debía rastrearla?

Deseaba poder confiar en ella, pero se comportó de forma tan inusual que no me dejó otra opción.

Pero antes necesitaba beber agua, mucha agua. Refrescarme. Una ducha de agua fría me hubiese venido bien, aunque tal vez fuera más efectivo si me metiese directamente en la nevera. Mi cuerpo estaba tan caliente... diablos.

Abrí el grifo del fregadero echándome agua en la cara, tratando de apartar los pensamientos obscenos de mi mente. Estaba deseando masturbarme una y otra vez como un animal en celo, pero nada de aquello serviría, solo tenerla a ella. Era lo que más necesitaba en ese momento. Su calor... sus pechos firmes, su boca húmeda en mi...

Agh, ¡contrólate, Saeyoung!

Cogí un trapo para secarme la cara y las manos. Acto seguido fui hacia mi ordenador. Debía ponerme a trabajar.

En cuanto rastreé su teléfono y descubrí de quién se trataba, me quedé en blanco.

Mi padre nos había encontrado. ¿Por qué ella no me dijo nada? ¿acaso se pensaba que podía protegernos por su cuenta? Era tan ingenua, aquello me cabreaba.

Ahora no solo nosotros corríamos peligro, si no también Hana. Debía de proteger a las dos personas que más amaba en el mundo. Tal vez lo mejor era huir de allí, irnos a otro país dónde no pudiesen encontrarnos. Necesitaba tiempo para pensar, pero no teníamos demasiado, estaba seguro de que ese terrible hombre trataría de matarnos en cuanto pudiese.

¿Acaso ella estaba planeando algo por su cuenta? ¿y si... quería matarlo? ¡no podría hacerlo sola! ¿en qué estaba pensando? Esa chica...

Me fui a la cama sin lograr conciliar el sueño y al día siguiente me dirigí hacia su piso.

Me recibió con un dulce beso en los labios y unas galletitas de vainilla que había hecho. Eran una de sus mejores recetas.

—Gracias, pequeña —saboreé una mientras la observaba. ¿Acaso me diría la verdad algún día? Deseaba que fuese así, por lo que no le revelé mi descubrimiento.

Fuimos a casa de mi hermano para continuar con la investigación del caso del inspector. Nada más verlo ella se abalanzó sobre sus brazos, dejándolo desconcertado y también a mí. Se sentí rabioso de celos, debía admitirlo. ¿A qué venía ese cambio de actitud?

—Saeran... —murmuró su nombre.

—¿Estás bien? ¿tienes fiebre o algo? —preguntó incrédulo.

—Ejem —me aclaré la garganta—, creo que ya puedes dejar de abrazarlo, Hana.

—Perdona —se apartó de él de inmediato—. ¿Podemos... hablar en privado? Hay algo que quería discutir contigo.

Quiéreme [Parte I y Parte II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora